“Si no hay diálogo y asumimos que la teoría está cons-truida de una vez y para siempre, limitamos la formación de personas críticas y su capacidad creadora”, asevera la investigadora. / Cortesía de la entrevistada
“Si no hay diálogo y asumimos que la teoría está cons-truida de una vez y para siempre, limitamos la formación de personas críticas y su capacidad creadora”, asevera la investigadora. / Cortesía de la entrevistada

Unirnos respetando las diferencias

Georgina Alfonso González dirige el Instituto de Filosofía, adscrito  al Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba. Según explica, la labor de los profesionales que lidera no es contemplativa, centrada en teorías sin repercusiones prácticas, sino todo lo contrario. Y la realizan quizás un poco a contracorriente, teniendo en cuenta la principal línea de pensamiento de la cual se auxilian. 

– Para no pocos mencionar a estas alturas de la Historia la relevancia del marxismo resulta anacrónico. 

-Ciertamente se ha extendido el criterio de que es agua pasada, una teoría obsoleta y desde cuya perspectiva no se pueden examinar las sociedades actuales. Pero eso es falso. El marxismo acompañó la etapa moderna del desarrollo de la humanidad. Hoy en todas las universidades del mundo se imparten cursos de Filosofía que lo incluyen. Resulta imposible obviarlo –es como querer conocer las Ciencias Sociales y pasar por alto a Max Weber, o a Comte en la Sociología–; su vigencia radica en que desmonta las lógicas con las cuales funciona el capital, el sistema capitalista contemporáneo, aún hegemónico, y propone cómo transformarlo y superarlo.

Diversos talleres y cursos ofrece el Instituto de Filosofía. / Cortesía de la entrevistada

– Si en los años 80 del pasado siglo era un tema casi omnipresente en la escuela y la sociedad cubanas, a partir de los 90, tras la desaparición del campo socialista, se produjo un distanciamiento.

-Dentro del estudio y la aplicación de la teoría marxista había tomado fuerza una tendencia dogmática que legitimó un único modelo, una sola manera de pensar e interpretar la realidad, se le llamó marxismo-leninismo y se asentó fundamentalmente en los manuales soviéticos. Nosotros tuvimos mucha influencia de esas fuentes, que disminuyen el aporte de las ideas de Marx al pensamiento universal. Eso nos hizo mucho daño. Ahora se están creando espacios para tratar de abrir los horizontes del pensamiento crítico y proyectar los cambios que el país necesita.

– ¿Cómo no recaer en los dogmas?

– No basta con reproducir en el aula, como un papagayo, lo leído en un libro, es decir, citar a los clásicos, quienes no solo son Marx, Engels y Lenin. A la hora de realizar un proceso de formación, ya sea dentro de un aula o en los demás espacios, se requieren indagaciones previas y una buena preparación de la persona que va a enseñar, quien además debe ser capaz de dialogar. Porque la Filosofía marxista constituye un diálogo, con la práctica y con otras formas de pensar; por eso es dialéctica.

“En cualquier sociedad la contradicción existe independientemente de que queramos o no. Debemos aprender a trabajar, a mirar y buscar las posibilidades de superar nuestro escenario, desde las propias contradicciones”.

Las investigaciones en las comunidades se han ampliado, con el propósito de abordar sus conflictos, sugerir estrategias para enfrentarlos y contribuir al desarrollo local. / Cortesía de la entrevistada

-¿De qué modo pudiera contribuir el Instituto a tal empeño?

-Sostenemos diferentes líneas de investigación vinculadas con la filosofía política, la ambiental, el feminismo, la historia del marxismo, las experiencias de las luchas y los movimientos sociales en el mundo, las alternativas emancipatorias, las preocupaciones en torno a la realidad cubana, latinoamericana, caribeña. Los resultados los ponemos a disposición de los educadores y los decisores. Asimismo, desarrollamos un área de formación para actores sociales: cooperativas, trabajadores por cuenta propia, los gobiernos locales, los profesores de marxismo en todos los niveles de enseñanza, los jóvenes en las universidades.

“O sea, examinamos las problemáticas de lugares donde están ocurriendo transformaciones y hacemos propuestas para abordar temas como las desigualdades sociales, el racismo, el patriarcado, la depredación de la naturaleza, las formas de opresión que se pueden ir reproduciendo en la sociedad cubana a partir de que empezamos a insertar en ella relaciones sociales capitalistas.

“Un ejemplo concreto de la manera en que llevamos adelante esos proyectos: en relación con el Poder Popular y la democracia, nos acercamos a los consejos populares, fundamentalmente en el municipio de Centro Habana. Con vistas a fortalecer su gestión y las estrategias de desarrollo local, les enseñamos metodologías participativas.

 “Debido al reto de acelerar el ritmo de las investigaciones, nos estamos articulando con la Universidad, para que cada vez sean más amplias, transdisciplinarias, y obtengamos resultados en menos tiempo.

“Todo proyecto transformador tiene que ir acompañado por la comprensión e interpretación del contexto. Sin embargo, esa premisa a menudo no se tiene en cuenta en el país. Intentar explicar la realidad solo como conflictos de grupos, estructuras sociales, y no mencionar la existencia de clases, limita la capacidad revolucionaria. El mayor desafío es cómo integrarnos en nuestra actual sociedad, donde todo el mundo no apunta hacia la emancipación.

“Unir en la diversidad es respetar las identidades múltiples de las cubanas y los cubanos. Para articular tal diversidad de actores, debemos movilizar, dialogar, meternos en los barrios donde hay desigualdades, incorporar a los jóvenes. Tenemos que pensar en una nación donde el ciudadano y la ciudadana sean personas creativas, no restringidas por normas inamovibles, y sí capaces de modificar, para bien, sus vidas”.

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