Verónica Lynn: una diva de la escena

Diálogo con una de las más notables actrices cubanas acerca de su presencia y permanencia en el universo de las tablas, a propósito del homenaje en la Jornada de Teatro Villanueva 2023   


Cuando irrumpimos en su casa, en Centro Habana, con puntualidad británica –según comentó–, casi acababa de regresar de una consulta médica de rutina. A primera vista, lucía hermosa nuestra nonagenaria entrevistada.

Sin embargo, al advertir la presencia del equipo de BOHEMIA (con grabadora y cámara en mano), desconcertada, frunció ligeramente el entrecejo; comprendimos que precisaba unos minutos más para acicalarse y mostrarse, frente al lente y “los intrusos” reporteros, con el donaire que singulariza a la actriz, pedagoga y directora teatral: Verónica Lynn López Martínez (Pinar del Río, 7 de mayo de 1931).

Laureada con los premios nacionales de Teatro (2003) y de Televisión (2005), esta creadora se mantiene lúcida, activa y en breve, aspira estrenar Frijoles colorados, comedia de Cristina Rebull. / Leyva Benítez

Tras unos minutos, regresó jovial y entusiasta, tomó asiento en el sillón predilecto de su sala y con sencillez meridiana, lanzó un “ya estoy lista”; como tantas veces le han escuchado colegas, discípulos, directores, técnicos, poco antes de alcanzar el proscenio del teatro, el set de televisión, la cabina de radio o, simplemente, a solo segundos de que la claqueta indique un nuevo rodaje cinematográfico.

Durante más de dos horas, esta paradigmática y sabia mujer se dejó conocer por dentro, más allá de los numerosos personajes que ha interpretado a lo largo de 68 años de trayectoria artística. Entre anécdotas, revelaciones y risas, confesó sus andares por la vida y el mundo del arte.

“Desde que vi a Shirley Temple, dije que quería ser como esa niña, me atraía mucho el arte. Tiempo después, mi madre nos inscribió para hacer la secundaria en un colegio de semiclaustro llamado Las esclavas del sagrado corazón, allá en Luyanó, donde enseñaban taquigrafía, mecanografía, inglés, bordado, corte y costura. Éramos pobres y necesitábamos un oficio para trabajar.

“En cierta ocasión, las monjas montaron una obra sobre la vida de San Francisco de Asís. No sabía quién la había escrito ni recuerdo qué se conmemoraba en aquel momento. A mí me dieron un papelito corto; esa fue la primera vez que me subí a un escenario.

“Sin embargo, no fui consciente de lo que yo había hecho, ni siquiera de lo que era un escenario. Solo sé que me sentí muy bien. Tenía apenas 14 o 15 años, y sabía de la existencia de la radio, el cine; pero al teatro nunca fuimos”.

Derroteros de una actriz excepcional

En 1954 se presentaría en Escuela de Televisión, programa habitual de aficionados al arte, dirigido por Gaspar Pumarejo, a quien se le considera uno de los precursores del medio televisivo en la década del 50. Luego de una rigurosa preselección, la veinteañera Verónica Lynn, sería aceptada para participar en el espacio, transmitido a las 9:30 de la noche, en el Canal 2, por Telemundo. A partir de ese instante, trabó vínculos con personas del medio, actores y actrices de renombre, e igualmente, aquellos que incursionaban con pequeños papeles.

“Participé en algunos programas y sketch humorísticos. También, trabajé teatro en vivo para televisión en un espacio llamado Teatro Azul. En la TV conocí a gente como Alfonso Silvestre, quien comenzaba el montaje de la obra Amok, de Stefan Zweig; me propuso integrarme y acepté. Fue ahí donde, por vez primera, actué en teatro de verdad y desde entonces me dediqué más a él”.

“Pero las condiciones económicas en mi casa seguían siendo las mismas, de manera que empecé como manicure en un salón de belleza, y dos años después obtuve un puesto en una empresa que comercializaba al por mayor productos de peluquería. Así, trabajaba por el día y podía llevar dinero para mi casa; por las noches ensayaba.

“Casi todos hacíamos teatro gratis. Erick Santamaría, director del Teatro Experimental de Arte (TEDA), vendía boletos de avión en una aerolínea; René de la Cruz era tintorero; Astorga, oficinista; Luis Alberto Ramírez, que incursionaba en el mundo de la escena y con quien estrené en Cuba La gata en el tejado de zinc caliente, de Tennesse Williams, también se dedicaba a otra cosa. El único actor profesional que vivía del arte era mi gran amigo y hermano, Ángel Toraño, quien hacía radio y TV”.

En ese andar por el ámbito de las tablas, Verónica Lynn encarnó diversos roles en piezas notables del acervo universal que ensancharían su visión de la actuación en la propia televisión, la radio y el cine.

Recordada siempre será su excepcional caracterización de la perversa Doña Teresa Guzmán, en la telenovela Sol de batey (1985), dirigida por Roberto Garriga; así como otros muchos personajes encarnados en distintos programas televisivos.

Una especial historia de amor cuenta el filme Candelaria, donde Verónica Lynn actúa junto al también destacado Alden Knight. / eltiempo.com

La cinematografía antillana también contó con su presencia en los filmes Una pelea cubana contra los demonios (1971), de Tomás Gutiérrez Alea; Lejanía (1985), de Jesús Díaz; La bella del Alhambra (1989), de Enrique Pineda Barnet; Las noches de Constantinopla (2001), de Orlando Rojas y La anunciación (2009), también de Pineda Barnet.

“Además, he actuado en películas de realizadores independientes nacionales y foráneos que apenas se han visto en Cuba como Historias clandestinas en La Habana (1997), del argentino Diego Musiak; Al fin, el mar (2003), del cubano Jorge Dyszel; Sin alas (2015), del norteamericano Ben Chance; Candaleria (2017), del colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza, muy elogiada por la crítica; y El Regreso (2018), de Blanca Rosa Blanco Azcuy y Alberto Luberta Martínez.

“Cualquier medio es importante, y cualquiera mi preferido: la radio, la televisión, el cine y el teatro, al cual he amado desde siempre. Donde quiera que me digan actuar, pues ahí estoy yo, ya sea en el circo o un cabaret”.

El teatro: más que una revelación

Conversar con Verónica Lynn es una experiencia única que privilegia a quien la escucha, en tanto colma de saberes. Su plática enternece, sorprende por la precisión al recordar sucesos, detalles de cómo construyó uno u otro rol, aunque el espíritu burlón de un alemán, con el que siempre bromea, se le enganche al hombro para atormentarla e inspirarla de una misma vez.  

“A principios de la década del 60 ya había hecho mucho teatro del repertorio internacional, junto a mi esposo Pedro Álvarez, y dirigidos por ese gran artista que fue Rubén Vigón. Antes había actuado en Falsa alarma, de Virgilio Piñera, pero en aquella puesta en escena el director Francisco Morín, formador de grandes actores en nuestro país y líder del grupo Prometeo, nunca se planteó resaltar ningún elemento de cubanía ni identidad con esa obra; por supuesto, es teatro del absurdo, cuya trama lo mismo pudo haber ocurrido en La Yaya que en El Cairo.

“Caracterizar el protagónico en Santa Camila de La Habana Vieja, de José Ramón Brene, con dirección de Adolfo de Luis, en el grupo Milanés, fue algo diferente y significó un reto inmenso. Nunca antes había encarnado a una cubana; además, mulata de solar y santera. Fue muy difícil precisamente porque es un ser humano lleno de matices; a medida que la estudiaba, la amaba más.

“No quería que me saliera la mulatica que se pone la mano en la cintura y anda en chancletas; eso es la cáscara, pero esa cáscara tiene un corazoncito, un alma, un pensamiento; tiene gustos y preferencias; siente amor; padece tristezas; no es culta, no es instruida, habla y después piensa; la conformaban un conjunto de rasgos que debí sacar a flote. La vestí como una mujer pobre, pero sensual que vivía para su marido. No me pinté de oscuro, solo usé una peluca negra de muchos rizos”.

La tenacidad, disciplina y constancia de esta actriz la llevó a asumir, con éxito y en un mismo año, otro personaje totalmente diferente, e igualmente devenido expresión de cubanidad, el cual marcó un hito en su interpretación tanto como Camila.

En el personaje de Luz Marina, en la obra de Virgilio Piñera Aire frío. / tvcubana.icrt.cu

“La Luz Marina de Aire frío [obra de Virgilio Piñera] que interpreté a finales de 1962, tenía tanta pobreza material como la protagonista de Brene; no obstante, pertenecía a otra clase, a una media burguesía arruinada. Era una mujer instruida, maestra normalista, de una familia con cultura, pero con una problemática, un conflicto que yo conocí y viví; tenía una tía cercana muy parecida a ella en algunas cosas.

“Fue más fácil construir este personaje; a pesar de que, en algún que otro momento, Humberto Arenal  [director que concibió aquel montaje] me llamó la atención sobre pequeños detalles que recordaban a la mulatica del solar y que pulí a fuerza de mucha observación”.

Una sólida carrera en los ámbitos de la actuación y la dirección teatral, ha concebido esta mujer sagaz, sencilla y con una vis cómica aún inexplorada del todo.

En compañía de su compañero en la vida, Pedro Álvarez, compartió denuedos por el arte y el teatro hasta su deceso en 1991. Junto a él, fundó en 1989 el colectivo Trotamundo, el cual Verónica Lynn ha liderado hasta el presente. Su rostro se ensombrece al rememorar los años vividos junto a su esposo.

“Él representó muchísimo para mí. Era un hombre muy inteligente que vivía para su trabajo. Más que buen actor fue mejor director, un gran director. Durante la preparación de las puestas en escena, soñaba con que las acciones físicas estuvieran tan perfectamente delineadas que fueran casi una radiografía de la psicología del personaje y el actor, sin necesidad de hablar, sugiriera quién y cómo es el sujeto interpretado.

“Juntos montamos obras geniales: La verdad y la mentira; El amante, ambas de Harold Pinter; Mujeres de Lorca, a partir de fragmentos de obras de Federico García Lorca; El canto del cisne, de Antón Chéjov, y muchas más. Siempre tratábamos de estrenar fuera de La Habana. Pedro pensaba que cada región o municipio debía tener su propio grupo de teatro y todavía más cuando empezó a agudizarse el problema del transporte”.

Ambos bebieron de diversos referentes teóricos: Eugenio Barba, Jerzy Grotowski, Bertolt Brecht, pero quien más aportes ofreció para el trabajo actoral y de dirección fue el ruso Konstantin Stanislasvki.

“Fue el primer hombre que se preocupó en darle un sentido a la labor del actor; observándose a sí mismo y a sus colegas en la interpretación de los personajes, se dio cuenta del abandono tan grande que padecía nuestra manifestación artística, la única que no contaba con un método, un sistema. A partir de ahí comenzó a estudiar el trabajo con la psiquis y el raciocinio de un actor; en verdad, esa es su esencia y también, la cartilla”. 

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