Yo pude vencer a un súper boxeador

La magia de los goles, ahora hipnotizándonos casi un mes en el mundial de fútbol de Qatar 2022, dispara recuerdos casi olvidados. Y me montaron en la máquina del tiempo. Cuando me bajé (sin la dificultad de un P2) estaba otra vez en el de boxeo de La Habana 1974. ¿Se volvió loco el periodista con esa unión tan extraña? No, todavía…

Yo había acabado de cumplir 15 años (esa histórica fiesta se efectuó del 17 al 30 de agosto). A esa edad las fantasías juveniles permiten llegar muy lejos, pero muy lejos. Hasta verse uno campeón.

El chorro de agua de la ducha fue mi rival durante poco más de semana y media, todavía no estaba consciente del ahorro. Y ante ella imité a muchos de esos pugilistas. Entre otros a nuestros cinco campeones, de 11 posibles, que nos llevaron al primer lugar por países, como ya había ocurrido en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. La ventaja en La Habana fue bien holgada: la Unión Soviética, que terminó segunda, alcanzó par de títulos.

¿A quiénes imité más?

A Jorge Hernández (48 kilogramos), por su estilo depurado.

A Douglas Rodríguez (51), un valientísimo, tuvo en La Habana 1974 tres combates con su mano principal lesionada, la derecha.

También a Emilio Correa (67), otro de un arte boxístico formidable.

Además a Rolando Garbey (71), por su gancho de izquierda demoledor.

Y por supuesto a Teófilo Stevenson (+ de 81), y créanme me parecía golpear el chorro de la ducha con la fuerza de sus poderosas manos.

Sí, todavía no he justificado que no me volví loco…

Ya casi

Quiero antes de llegar a mi secreto de hoy, y lo hago recordando aquello de honor a quien honor merece, tratando de ponerme en el lugar del lector, a los otros seis campeones, aunque no hayan sido cubanos:

Wilfredo Gómez (54-Puerto Rico), con brillante carrera después como profesional; Howard Davis (57-Estados Unidos); Vasili Solomin (60-Unión Soviética), Ayub Kalule (63.5, Uganda); Rufat Riskiyev (75-Unión Soviética), y Mate Parlov (81-Yugoslavia). Ellos aportaron también un colorido que permanece en las memorias de muchos.

Otros recuerdos: la villa fue el hotel Habana Libre, muy cercano al parque donde todavía vivo, y el cual les gustaba visitar a los boxeadores estadounidenses. Se subían en los bancos, alardeaban, lo cual hoy ni siquiera les critico demasiado, pues después comprendí que es algo muy acostumbrado en el boxeo profesional.

Uno de esos norteños, Clinton Jackson (67), aseguró que le iba a ganar en la final por nocaut a nuestro gran Emilio Correa, quien ya había sido campeón en Múnich 1972. Yo no entendía ni papa de inglés. Pero no resultó necesario para comprender su mensaje. La realidad fue otra: terminó noqueado.

Se desquitó después en una competencia importante, pero menos relevante: los Juegos Panamericanos de Ciudad de México 1975, cuando llegó al oro, y dejó al santiaguero en bronce.

Quiero reforzar una confesión: ante la ducha uno de los movimientos que más imité a mis 15 años de edad fueron los terribles ganchos de izquierda de Garbey, quien había sido subcampeón en los Juegos Olímpicos México 1968.

Mi hora

Los almanaques siguieron a ritmo de galope, y años después tuve ante mí la posibilidad de vencerlo.

Los dos estábamos muy cansados. Me era fácil triunfar… Pude golpear con la derecha o con la izquierda. Pero me puse nervioso. Y le di al balón por fuera de la portería…

Sí, al balón de fútbol, en una de las clases cuando los dos compartimos durante seis años la misma aula en el entonces Instituto Superior de Cultura Física Manuel Fajardo.

En el boxeo, no estoy loco, nunca se me hubiera ocurrido enfrentarme al gran Rolando Garbey.

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