La violencia criminal ha sido tipificada y analizada por diversos investigadores. Es en esencia un fenómeno multicausal, multidimensional, en el que hoy incide de modo significativo el difícil contexto económico del país

Este texto forma parte de Violencia social en Cuba: Entre la realidad y la idea


Esperaban, en pleno día, un P6 o P8 en Mantilla –narra Leonardo Rodríguez acerca de aquella terrible experiencia ocurrida a sus padres y su hermana, el 10 de agosto último. Por delante de una parada repleta de personas pasaron corriendo dos muchachos muy jóvenes lanzándole cuchilladas a otro, que las pudo esquivar y corrió lejos. Lo vieron perderse. Luego la víctima regresó con su pandilla (todos jóvenes y muchachas incluidas) con cuchillos y machetes. Los agresores, que ya se habían reunido con otros, cruzaron desde donde estaban hasta la parada para usar como escudo a las personas allí reunidas. Había hasta una señora con un niño. Los muchachos se empezaron a lanzar piedras, sin importar a quién le dieran. Tristemente, el comentario de las personas residentes de la zona fue: “Eso es normal aquí, pasa casi todos los días”.

“La violencia criminal es aquella que quebranta normas legales e incluye los delitos que se tipifican en el Código Penal como homicidios, asesinatos, lesiones, violaciones y robo con violencia e intimidación en las personas”. Así definía el fenómeno, en 2002, un estudio presentado de manera conjunta entre el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, y el Ministerio del Interior.

El máster en Antropología Sociocultural Pablo Rodríguez Ruiz, quien entonces dirigió aquel equipo investigativo, explica que el tema fue solicitado por la máxima dirección del país para analizar el aumento de la criminalidad en el contexto del llamado período especial.

Hoy, cuando conversamos con Pablo, coincidimos en que la definición bien podría incluir otras perpetraciones, como amenazas, riñas y altercados, acoso…

Una de las situaciones que más preocupa a la opinión popular es la creciente participación de adolescentes y jóvenes como victimarios o víctimas. / Calixto Llanes

Una actualización del texto publicado en 2002, que elabora actualmente Pablo, valida que sobre la violencia criminal actúan la sociedad, el conjunto de sus instituciones y segmentos regionales, el universo de relaciones inmediatas de las personas en la familia, el barrio y, en última instancia, la subjetividad de cada individuo.

Existen factores que inhiben el fenómeno. En el caso cubano “son la inexistencia de redes de crimen organizado, la multiculturalidad, la poca distribución de armas de fuego, los niveles de esclarecimiento de los delitos graves… También subsisten elementos que lo estimulan, los cuales van desde el nivel macro (sistema sociocultural) hasta el individual”, explica.

El estímulo de las crisis económicas a la violencia criminal es una cuestión reconocida por todos los expertos que se han aproximado al tema, afirma el nuevo documento. Y como parte del macrosistema, el contexto económico impregna y condiciona los factores que se producen en los otros niveles.

De este modo, reduce la disponibilidad de recursos de las instituciones encargadas del orden interior y la lucha contra la delincuencia, afecta los niveles de vida de la población, limita el desarrollo social, agudiza la situación de vulnerabilidad de los grupos de riesgo y los de menores recursos, además genera desigualdades con los consiguientes sentimientos de frustración, desaliento e irritación.

Otras investigaciones desarrolladas por diferentes grupos del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas en barrios vulnerables (Un estudio sobre familias en situación de vulnerabilidad social en los barrios habaneros El Fanguito, la Güinera, la Corea y el Palenque, y Socialización para una integración social efectiva: la construcción de un camino con adolescentes y jóvenes de Los Sitios) refieren conductas de desintegración social, asociadas básicamente a la violencia. Estas siguen pautas culturales y de mentalidad que se transmiten de padres a hijos (entornos familiares) y entre pares (entornos escolares y comunitarios) y que a veces son normalizadas.

Ante estas realidades, desde la dirección del país se emprendió un programa de transformación de barrios vulnerables. Como parte de las acciones, se han priorizado instituciones y espacios con impacto colectivo (redes hidráulicas, bodegas, calles). Esto, si bien repercute positivamente en las comunidades, también hace que las personas no perciban beneficios a escala individual. Al final, las carencias materiales acumuladas se arreciaron ante la inflación, el impacto de la crisis mundial y las medidas restrictivas del gobierno estadounidense como parte del bloqueo.

Por otra parte, la pérdida de valores y la crisis formativa, la vagancia y la deslegitimación del trabajo como fuente de ingresos, el machismo y la violencia representada en los medios, así como las características y experiencias personales, también configuran el entramado sociocultural que envuelve a la violencia social.

Varios especialistas del campo de la psicología apuntan a una fracturación de los mecanismos de solución de conflictos y manejo de la ira de la población, producto al desgaste continuo y la escasez, lo cual puede encausarse fácilmente de modo violento.

La ciudadanía ha optado, ante el aumento de la violencia, por disminuir las salidas nocturnas, llevar menos dinero en efectivo, no transitar por rutas solitarias o utilizar joyas, dejar de visitar lugares lejanos a su residencia, mantener los bolsos pegados al cuerpo en las guaguas… / bing.com

Cambiaron los tiempos

Mi historia fue hace casi cinco años en un P5 –comenta Gabriela Orihuela. Salía de mis prácticas profesionales en Habana Radio. Eran las 5:00 p.m. Vestía un pantalón apretado y un pulóver. Estaba con una amiga y llegó la guagua. Venía medio vacía, así que nos montamos. Ella logró sentarse, yo quedé de pie. Mi móvil estaba dentro del bolsillo de mi pantalón, pero sobresalía. Como un hombre lo miraba demasiado, me corrí un poco porque presentía la escena. Él se paró de su asiento y caminó hacia la puerta. Me sentí más relajada porque pensé que iba a bajarse. Cuando abrió la puerta, se viró y me estrelló contra uno de los tubos. Me sacó el móvil y se mandó a correr. Nadie dijo nada. Mi amiga estaba escuchando música y no vio el momento. Me ayudaron unas personas de la guagua.

Historias como la de Gabriela reflejan que se trata de un fenómeno percibido desde años atrás; sin embargo, también permite analizar cómo ha modificado los comportamientos de la población en los últimos tiempos.

Por ejemplo, hoy casi no se concibe que una persona aborde un ómnibus en La Habana con un celular que sobresalga del bolsillo. La principal consecuencia de estos hechos antisociales es justamente la modificación de la percepción sobre seguridad y los consiguientes cambios en la vida cotidiana, la toma de decisiones y los modos de actuar.

El muestreo aplicado por BOHEMIA refleja que el 83.7 por ciento de los consultados ha modificado su rutina y su comportamiento ante el acrecentamiento de estos hechos.

Frases como “ya no saco más mi celular en la calle” hoy se escuchan a diario, cuando hace unos años muchos no solo se comunicaban, sino que trabajaban y/o estudiaban en espacios públicos con estos equipos tecnológicos expuestos.

“El Parque Central antes estaba repleto de jóvenes en la noche, hoy te lo encuentras vacío. Han asaltado a muchos para robarles motorinas, celulares, joyas o carteras. Por eso preferimos quedarnos en casa”, sentenciaba una joven en Villa Clara.

En sentido general, la ciudadanía ha optado por disminuir las salidas nocturnas –también impactadas por los problemas del transporte y la inflación–, llevar menos dinero en efectivo, no transitar por rutas solitarias, no utilizar joyas, dejar de visitar lugares, parientes y amigos lejos de su lugar de residencia, sostener aferrado contra el pecho bolsos y carteras en el transporte público…

El futuro debe deparar para Cuba una sociedad mejor organizada, donde el empleo formal ocupe el lugar que le corresponde, las calles estén debidamente iluminadas y quizá cuenten con mayor presencia de agentes del orden en sitios vulnerables, en horarios clave, y exista mayor agilidad en la atención a las denuncias ciudadanas.

No es una solución sencilla, porque una vez se resquebraja un modo de vida, y mientras se acrecientan los problemas económicos, ¿qué alternativas quedan que no sean las punitivas para detener el problema?

En el debate entre representaciones y realidades de la violencia, debe primar el enfoque preventivo-educativo comunitario e individual; pero también será necesario lograr de una vez la transformación económico-social que impida ver el delito y específicamente a la violencia como forma de expresión y de satisfacción de las necesidades.


CRÉDITO PORTADA

Como delito violento pueden tipificarse los homicidios, asesinatos, lesiones, violaciones,
robos con fuerza e intimidación en las personas, amenazas, riñas, altercados, el acoso. /
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