Han transcurrido alrededor de 45 años de aquella tarde invernal en que subí ansioso las escaleras de la Biblioteca Nacional para conocer a Cintio Vitier y Fina García Marruz en su cubículo que semejaba una exigua celda conventual. Fue la primera de muchas visitas en las que la pareja, siempre tan atareada, se detenía en sus labores para conversar conmigo unos minutos. Tales encuentros me ayudaron a orientar mis inquietudes literarias y hoy los miro retrospectivamente como si se tratara de una de esas “eras imaginarias” de las que hablaba Lezama.
Ya conocía por entonces el poemario Visitaciones y los ensayos que Fina había colocado en el primer tomo de los Temas martianos. Sin embargo, la modestia de esta autora, quien, aún en aquellas tempranas conversaciones, se situaba voluntariamente en un segundo plano, hizo que, al principio, yo concentrara casi todo mi interés en el diálogo con Cintio, fascinado por su erudición y su sentido tan criollo del humor. Solo tiempo después, habiendo recorrido gran parte de la obra de su esposa, pude aquilatar con mayor justicia su estatura intelectual y humana.
El tiempo me ha ayudado a comprender que aunque ella y Vitier fueron inseparables en la vida y en el trabajo cotidiano, la obra de García-Marruz no quedó condicionada por la de su esposo, sino que posee una grandeza y autonomía que muchos todavía le escatiman. No fue una simple colaboradora del autor de Lo cubano en la poesía, ni una imitadora de los criterios de este. Coincidieron en muchos aspectos, pero ella tiene su lugar propio en la historia de la literatura cubana.
Josefina Consuelo García-Marruz Badía (La Habana, 1923-2022) nunca olvidó, a lo largo de su casi centenaria existencia, dos influencias que marcaron su talante y su voz lírica. Una fue la de su padre, el doctor Sergio García- Marruz, médico prestigioso quien llegó a ser ministro de Salubridad y Asistencia Social por unos meses, entre 1941 y 1942. En su bien provista biblioteca su hija pudo conocer algunos de las grandes voces literarias del idioma. La otra, proveniente de su madre, Josefina Badía, profesora de música y pianista, en cuya casa de la calle Neptuno 308 (altos), esquina a Galiano, se reunían cantantes líricos, soneros y hasta grupos corales. No había hora en que algún aficionado o profesional no requiriera de sus servicios. Allí llegó un día Cintio Vitier, joven violinista, para que ella lo acompañara al piano y tanta afinidad tuvo con su futura suegra, que esta lo llamaba “mi Paganini”.
Ese hogar lleno de música dejó su impronta en la joven poetisa, basta con revisar algunas páginas de Visitaciones o de Habana del Centro para comprobar que el arte melódico no era solo aludido frecuentemente en su escritura, sino que se deslizaba en la fluidez del verso, en el modo de insinuarse al oído.
Esto se uniría a la huella de la plástica. Baste con recordar que por allí pasaba a veces Fidelio Ponce, el entonces vagabundo y mal comprendido artista de vanguardia, y que la dueña de la casa, quizá para contribuir a su sustento, le encargó que pintara un retrato de Fina cuando esta cumplió 15 años. Aquel cuadro singular, que no era un lienzo realista, sino una imagen subjetiva de la interioridad de la muchacha, fue para ella como una profecía. A lo largo de su vida conservó esa pieza, a la que dedicó el poema El retrato de Ponce, donde interpretaba la obra como una especie de metáfora de su existencia presente y futura:
Envuelta en una luz verdosa de fantasmal marina, aparecía en el lienzo, con sólo un toque grana en los labios fruncidos, sin que se vieran los ojos y sí la sombría mirada, una mirada como la que debían tener los muertos que hemos olvidado demasiado pronto. Qué estanque tan quieto y tan lleno de limo era yo allí algunas tardes! Tras la albura aparente de la edad la corrupción devoraba los blancos.
Algunos han discutido si esta autora puede considerarse fundadora del grupo Orígenes. En primer término esa denominación es una etiqueta convencional, que sirve para designar a los autores que publicaron y ayudaron a conducir la revista de ese nombre, publicada entre 1944 y 1956; sin embargo, en sentido más amplio reúne a un grupo de creadores que se conocían desde mucho antes, alrededor de 1936, y varios de los cuales continuaron compartiendo vida y sueños por muchos años después de desaparecida la emblemática publicación.
Fina alguna vez ha señalado que fue en la colina universitaria, cuando ella estudiaba en el edificio Varona, donde comenzó a tratar con amigos que después formarían parte de aquellas tertulias literarias como Eliseo Diego, Cintio Vitier, Octavio Smith y Gastón Baquero, pero que a Lezama lo veía pasar de lejos y no se atrevía a acercarse a él porque le parecía una figura imponente.
Solo quien supiera de su timidez y su auténtica humildad comprendería que su nombre no aparezca en la revista Clavileño (1942-1943), confeccionada en su propio hogar, que alcanzó los siete números, aunque ella, por entonces, estuviera componiendo ya los textos que publicaría décadas después en su Obra poética, agrupados en las series Hora temprana y Poemas. Ella creía sencillamente que no eran dignos de ser sacados a la luz.
Sin embargo, dos años después, fue de las que participó en la fundación de Orígenes, donde colaboró desde su tercer número hasta el décimo tercero y último, no solo con poemas, sino con ensayos y reseñas de libros. Pero, además, bajo el sello de Ediciones Orígenes vieron la luz sus dos primeros cuadernos de poesía: Transfiguración de Jesús en el Monte (1947) y Las miradas perdidas (1951).
Testimonios escritos y material fotográfico atestiguan su presencia en aquellos míticos banquetes que el padre Ángel Gaztelu organizaba en su parroquia de Bauta y en otros muchos encuentros de aquel heterogéneo grupo de escritores y artistas. Fina fue origenista como la que más. No fue la única mujer en aquellas filas porque a su lado estuvieron la filósofa española María Zambrano y su hermana Bella García-Marruz, esposa de Eliseo Diego, una mujer culta, muy apreciada en aquellas tertulias. Lamentablemente, como en otros terrenos, los críticos e historiadores de la literatura han hecho más visibles a los hombres y Fina, colocada en lugar siempre discreto, solo en sus últimos años pareció emerger con fuerza de la sombra.
En la antología Diez poetas cubanos (1948), Cintio Vitier apuntaba en la ficha que precede a los versos de esta autora:
“Los poemas no constituyen para ella fines en sí mismos, sino sencillamente y estrictamente caminos o instrumentos que sirven al progreso del alma y la visión. La poesía es lo que abre nuestra capacidad de ver; sus más perfectas cristalizaciones no pueden sustituir el objeto a que el propio rapto poético tiende, o sea, la intemperie de la realidad, el ser virginal de lo exterior que es al mismo tiempo la más inefable intimidad de la Creación”.
Idea que ella misma puede completar después en su ensayo Hablar de la poesía: “Nunca he sentido la belleza como una cualidad que puedan tener o no tener las cosas sino como su esencia constante sosteniéndolas que puede revelársenos o no”.
Eso ayuda a explicar que prefiera habitualmente temas como la búsqueda de la inocencia, que parece desvanecerse con la adultez, o la contemplación del lado más indefenso de la sociedad que la rodea: niños, mendigos, mujeres solitarias, artistas de la calle. Su estilo mezcla la aparente fragilidad de la voz con la intensidad del pensamiento. Tras la engañosa sencillez de sus versos hay una notable densidad filosófica.
Sus creaciones poéticas, a pesar de su aparente humildad y sencillez extremas, demuestran un amplio manejo del idioma, gracias a la perfecta asimilación de algunos clásicos españoles, desde Santa Teresa hasta Cervantes, y el permanente magisterio de José Martí, sin que esto impida que intercale con gracia y oportunidad muchos giros del lenguaje coloquial. Se maneja con extrema habilidad tanto en el verso corto como en los extensos versículos. En sus poemas tiene la capacidad de forjar una imagen totalizadora que domina al texto y deja vibrando su sentido último en el lector. Siempre junto a una filosofía muy personal hay una poderosa corriente afectiva.
A Fina se deben algunos de los textos poéticos más memorables de la segunda mitad del siglo XX cubano: La demente en la puerta de la iglesia; Carta a César Vallejo; Ánima viva; Ya yo también estoy entre los otros, y A los espacios, por solo citar unos pocos. Por esta labor ha sido acreedora de lauros como el Premio Iberoamericano Pablo Neruda (2007) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2011).
García Marruz estuvo entre los intelectuales que, tras el triunfo de la Revolución, fue convocada por María Teresa Freyre de Andrade, nueva directora de la Biblioteca Nacional, para trabajar allí como investigadora junto a Cintio. Disponer de aquel tesoro de documentación cubana y universal, que ella escudriñó con paciencia y devoción, favoreció la creación de ensayos muy apreciables para la cultura insular como los incluidos en Estudios críticos (1964); Hablar de la poesía (1986); La familia de Orígenes (1993); Darío, Martí y lo germinal americano (2001); Ensayos (2003) y Estudios delmontinos (2008), sin olvidar muchísimas páginas dispersas en revistas de Cuba y el mundo.
Su relación con José Martí merece página aparte. En 1952, en vísperas de su centenario, publicó un extenso ensayo en la revista Lyceum, titulado sencillamente “José Martí”, que es una evaluación de la ejecutoria vital y la escritura del Apóstol, profunda, sintética y tan original que puede considerarse una voz profética en lo que atañe al alcance de esa figura para el ser cubano.
En la Biblioteca Nacional colaboró con Vitier en la fundación de la Sala Martí, la edición del Anuario Martiano y ensayos de ambos aparecieron juntos en sucesivos tomos de los Temas martianos. Años después, cuando Roberto Fernández Retamar los llamara a formar parte del Centro de Estudios Martianos, ellos se encargaron de encabezar el equipo de la edición crítica de las Obras completas, proyecto en el que trabajaron por el resto de sus vidas y en el que ayudaron a formar a más de una generación de investigadores que continúan hoy con esa labor.
De esos empeños surgió también un libro de madurez titulado El amor como energía revolucionaria en José Martí (2004), obra preciosa que rebate con argumentos de gran calado la supuesta dicotomía de que héroe revolucionario tenga en el centro de su pensamiento al amor como expresión totalizadora.
Buena parte de su vida estuvo animada por la fe religiosa, aunque no provenía de una familia practicante y fue bautizada ya en su adultez. Sin embargo, sus lecturas juveniles de autores católicos como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Léon Bloy y Paul Claudel, a las que se sumarían después las páginas de inspiración cristiana de Simone Weil y María Zambrano, la impulsaron a una búsqueda espiritual, que se profundizó a partir de su matrimonio en 1946.
Esas creencias se manifestaron de manera práctica en su vida a través de su auténtica humildad, su generosidad, lo mismo con sus colegas y amigos que con personas necesitadas a quienes no conocía. Era incapaz de murmurar chismes o juicios despectivos sobre sus semejantes y tuvo un sentido cardinal de la justicia social.
Supo sostener su fe con firmeza, por lo que en varias etapas de su vida fue criticada ásperamente por personas de ideas opuestas a las suyas y en los años iniciales del proceso revolucionario soportó en silencio la marginación y hasta las ofensas provenientes de figuras con pensamiento sectario u oportunistas. Aun en los peores momentos siguió trabajando y sirviendo con su obra y cuando llegaron los reconocimientos no guardó rencores ni buscó revanchas.
El 16 de mayo de 2014 la escritora recibió la Distinción Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, conferida por la Sección para la Cultura de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. Me correspondió a mí pronunciar las palabras de elogio. En ellas dije algo que hoy podría repetir, sin modificar el tiempo verbal de la redacción, porque quiero sentirla y nombrarla siempre en presente:
“El tiempo ha demostrado que ha sido fiel hasta la terquedad para defender lo que piensa y hace. Su testimonio vital es muy importante para estos tiempos donde el relativismo y el pragmatismo pretenden dominar las conciencias. Por eso habría que darle gracias no solo por su escritura, sino, sobre todo, por permanecer en la verdad y en la luz”.
2 comentarios
Magnífico texto. Maravilloso y muy enjundioso
Excelente texto de Roberto Méndez que, sin duda, es un digno homenaje a nuestra Fina. A esa magnífica intelectual que los cubanos nos enorgullecemos de decir que es nuestra y también del mundo entero, porque una obra como la de ella trasciende tiempo y fronteras. Gracias, Roberto, por tu maravilloso escrito.