Foto: / Martha Vecino Ulloa
Foto: / Martha Vecino Ulloa

Fidel Capote Alvarez a prueba de urgencias

Fidel Capote Alvarez tiene 30 años y es uno de los primeros médicos que plantó cara al nuevo coronavirus en Cuba. Habían transcurrido cuatro días del 11 de marzo de 2020, fecha en que fueron confirmados los casos iniciales en el país -tres turistas italianos procedentes de Lombardía-, cuando el joven especialista en Medicina Intensiva y Emergencias se sumó al equipo de profesionales que atendía a esos pacientes en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK).

Unas horas antes, relata, casi al concluir su guardia en el Hospital Clínico-quirúrgico Doctor Miguel Enríquez, en La Habana, supo que habían solicitado al director del centro un especialista de terapia intensiva para trabajar en el IPK.

“Ese día no se me olvida”, confiesa a BOHEMIA y se pasa la mano por la cabeza. En su cabello negro, recogido en un pequeño moño, asoman discretamente algunas canas. “Me han salido en estos dos años de pandemia”, aclara sonriente.

“En un inicio, continúa, pensamos que para el IPK iría un profesor de mayor experiencia, pero luego nos comunicaron que la tarea era atender directamente a los enfermos de covid-19. Por tanto, ante el riesgo de contagio, un médico joven tenía mayores posibilidades de resistir cualquier cosa.

“Fui el primero del hospital en ir para aquel instituto”, refiere el doctor Capote Alvarez, quien en esa fecha hacía apenas un año que había obtenido su título de especialista. Previamente me dieron el número telefónico del profesor Ricardo Pereda González, reconocido intensivista, con quien tuve una conversación muy familiar. Me dijo: ‘tranquilo, todo va a estar bien, nosotros vamos a ayudarte en todo lo que haga falta’. Llegué al IPK el 15 de marzo y comencé a trabajar junto a las doctoras Odalys Marrero Martínez y Zunilda García Palmero, ambas de ese instituto, y al doctor Carlos Rafael Moret Hernández, del hospital Hermanos Ameijeiras.

Fidel Capote Álvarez a prueba de urgencias.
El doctor Fidel Capote (delante, a la izquierda) con algunos de sus colegas en el IPK, donde fueron atendidos los primeros pacientes con covid-19 en Cuba. /Cortesía del entrevistado.

“Allí vivimos momentos muy tensos porque fue cuando empezó todo. No se sabía prácticamente nada de la covid-19 a nivel mundial y había bastante temor, incluso entre el personal médico. Estuvimos 21 días sin salir de la terapia y esa convivencia en medio de condiciones complejas nos unió mucho; hicimos una gran amistad, somos como familia”.

En ese tiempo, rememora, mantenían comunicación telefónica con el grupo de expertos que los apoyaba en la toma de decisiones desde afuera de la unidad de cuidados intensivos.

“Después de concluir ese primer ciclo cumplí con el aislamiento, me hicieron las pruebas de PCR reglamentarias y luego estuve una semana de descanso en la casa. Posteriormente, me reincorporé al IPK y laboré en la terapia durante dos periodos más, cada uno de 14 días, con la misma tripulación”.

Era este el comienzo de una ruta que lo llevaría a enfrentar al SARS-CoV-2 en disímiles escenarios, dentro y fuera del país.

De La Habana a Bakú 

Durante estos casi dos años de pandemia en Cuba, el doctor Fidel Capote ha podido estar muy poco tiempo en el hospital Miguel Enríquez, que lo recibió al graduarse en 2015 y en donde dirige el servicio de donación y trasplante de órganos desde 2019.

Apenas concluyó sus labores en el IPK, su próximo destino fue el hospital habanero Salvador Allende, conocido como la Covadonga, donde trabajó más de un mes en la atención a pacientes con covid-19.

“Recuerdo que estaba saliendo de la Covadonga, ya había pasado la etapa de aislamiento y me iba para la casa a coger un respiro, cuando recibo una llamada del doctor Ricardo Pereda y me dice: ‘Hace falta que vayas conmigo para Ciego de Ávila, te recojo mañana en tu casa, ¿algún problema?’ Ninguno, profe, nos vemos mañana, le contesté”.

Entonces, esa provincia cubana atravesaba la segunda ola de contagios y el joven intensivista formaría parte de una comisión, integrada por experimentados profesores, que tenía la misión de apoyar al personal médico del territorio en el manejo de los casos.

Fidel Capote Álvarez a prueba de urgencias.
“Durante la pandemia he confirmado dos cosas: que la familia es lo primero y que resulta muy gratificante aliviar el dolor de otras personas”, afirma el doctor Fidel Capote. /Martha Vecino Ulloa.

En Ciego de Ávila laboró un breve periodo en el hospital Roberto Rodríguez, de Morón. También colaboró con especialistas de cuidados intensivos de instituciones hospitalarias de la provincia de Camagüey. De vuelta a la capital, el doctor Capote retomó su rutina en el hospital Miguel Enríquez (este centro no atendía casos de covid-19), pero una vez más sería por poco tiempo.

“Había ingresado al Contingente Internacional Henry Reeve cuando me llamaron de la Unidad Central de Cooperación Médica y me preguntaron si quería integrar la brigada de enfrentamiento a la pandemia en Azerbaiyán. Dije que sí de inmediato. Formé parte del segundo grupo de colaboradores de la Salud que partió hacia ese país el cinco de noviembre de 2020.

“Ha sido mi primera misión fuera de Cuba. Trabajé en un hospital modular, de campaña, equipado con toda la tecnología necesaria para una terapia intensiva. Estaba ubicado en las afueras de Bakú, la capital, y tenía 10 camas destinadas a los cuidados intensivos, casi 50 para los intermedios y 200 de medicina.

“Inicialmente parte de la brigada trabajó con médicos y personal de enfermería azerí, después quedamos allí cuatro intensivistas cubanos junto con médicos, enfermeros y técnicos locales. El equipo en general tuvo buenos resultados porque disminuyeron los casos, las personas se recuperaban de la enfermedad y se redujo el número de fallecidos. A pesar de la complejidad de la situación fue una experiencia buena y diferente”, reconoce.

Entre las historias de aquellos días, el doctor Capote evoca la del hijo que permaneció en todo momento junto al padre enfermo de covid-19 (algo que está permitido en ese país). “El joven hablaba inglés bastante fluido y nos apoyaba como traductor para facilitar la comunicación incluso con las enfermeras. Luego de tres meses de esa relación, el padre falleció debido al daño pulmonar que tenía, a pesar de lo mucho que se luchó para salvarle la vida. El dolor del muchacho ante esa pérdida me impactó y resultó una experiencia triste también”.

Matanzas, las horas más largas

Fidel Capote Álvarez a prueba de urgencias.
A finales de 2020, el joven intensivista viajó a Bakú, como parte de una brigada médica, para colaborar en la atención a pacientes con covid-19 en Azerbaiyán. /Cortesía del entrevistado.

Luego de nueve meses en Azerbaiyán, el ocho de julio de 2021 regresaban a Cuba los miembros de la segunda brigada médica. Por esos días, la situación epidemiológica de la mayor de las Antillas volvía a poner los pelos de punta ante el incremento de enfermos y de fallecidos diariamente.

“Tras un breve periodo de cuarentena se nos pidió partir de inmediato para Matanzas, que estaba en un momento crítico con más de tres mil casos diarios. Casi todos fuimos para allá, solo algunos por problemas puntuales no pudieron hacerlo.

“No hubo tiempo para llegar a la casa, ni ver a la familia. Un rato antes, cuando llamé por teléfono a mi mamá y le dije que me iba para Matanzas, ella y mi padre se aparecieron en el Centro Internacional de Salud La Pradera, donde estaba alojada la brigada, para verme unos minutos. Recuerdo que me llevaron congrí con unos trozos de carne de puerco y ensalada, una comida que disfruté enormemente pues extrañaba mucho la sazón de mi madre”.

Durante dos meses estuvieron el doctor Fidel Capote y los otros miembros de la brigada en tierra matancera. “Trabajamos en el hospital universitario Faustino Pérez, en una terapia intensiva que tenía 36 camas y nos organizamos en grupos, de conjunto con los especialistas de esa provincia, para darles mejor atención a los pacientes.

“Había gran cantidad de ingresos de manera continua y muchos enfermos ventilados a la vez. Los trabajadores siempre sobrepasábamos los horarios establecidos para las rotaciones, y terminábamos laborando más de treinta horas seguidas. Luego de cada jornada debíamos descansar 48 horas, pero era imposible cumplirlo, al otro al día nos incorporábamos nuevamente a la faena.

“Fueron días muy duros, sobre todo cuando hubo afectación con el oxígeno”, recuerda con pesar. “La covid-19 es una enfermedad que requiere de determinados recursos para la atención del paciente que no pueden faltar, y el oxígeno es uno de estos. Ver esa sensación de asfixia en una persona sin poder ayudarla ha sido muy estresante y doloroso. La pandemia ha enseñado mucho también en el tema organizativo, como la necesidad de prever las cosas que pueden ir sucediendo y adelantarse en los abastecimientos, o saber qué nivel de recursos hay que ir reponiendo”,  reflexiona el médico.

Aunque considera que para él la prueba de fuego como especialista en terapia intensiva es la que enfrenta a diario en el hospital Miguel Enríquez –por la gran cantidad de casos, sobre todo graves, atendidos en esta institución–,  admite que este tiempo vinculado a la atención de personas con covid-19 le ha aportado mucho conocimiento como intensivista.

Fidel Capote Álvarez a prueba de urgencias.
Aunque hace poco tiempo debutó como profesor, el doctor Capote Alvarez prefiere estar en la sala de cuidados intensivos en la atención directa al paciente. /Martha Vecino Ulloa.

Hace poco tiempo debutó como profesor, pero lo que prefiere es estar al pie de la cama del enfermo. Quizás por eso el método de trabajar 24 horas y descansar 48 o 72, no es el que practica. “Me gusta seguir la evolución de los casos diariamente. Es muy estimulante ver cómo un paciente que ingresa en la terapia complicado, progresa de forma  satisfactoria”.

Esa vocación por el manejo de la urgencia, por actuar en situaciones límite, ha quedado aún más clara para el doctor Fidel Capote en los últimos tiempos. “He confirmado dos cosas: que la familia es lo primero, la mía es numerosa y el necesario distanciamiento me ha afectado porque disfruto mucho ver y abrazar a mis familiares. Y también he confirmado que es muy gratificante aliviar el dolor de otras personas”.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos