Guerra cultural, descolonización y resistencia

Recuerdo que la edición 27 de la Fiesta de la Cultura Iberoamericana en Holguín estuvo dedicada a “los pueblos y al arte de resistir”, aunque, después de participar en sus varios eventos en streaming puedo decir que más bien habló para los pueblos que aprenden (por convicción u obligación) el arte de resistir.

Resiliencia, ubicándola en un contexto pospandémico, no parece ser una palabra amena, ni mucho menos incorporada a la idiosincrasia de naciones del sur global, cada vez más atomizadas entre los residuos de la colonización, la guerra cultural, y la precarización de la vida en un escenario económico complejo.

Vuelvo sobre mis notas de aquella conferencia del escritor y ensayista cubano Abel Prieto Jiménez, presidente de Casa de las Américas, dentro del marco del Congreso de Pensamiento Iberoamericano, con la premisa martiana “de pensamiento es la guerra mayor que se nos hace”.

Abel Prieto colocó la mira en puntos tan sensibles como contemporáneos; tal es el caso de la omnipresencia de las tecnologías, en específico las redes sociales y los estereotipos que replican de la industria hegemónica del entretenimiento.

Guerra cultural que predica y se jacta de una globalización (entre otros tipos) informática, a través de la industria del cine primero, y la que ahora ha mutado o se ha diversificado al llegar el entorno digital. Nos invitan a estar conectados, nutriéndonos del conocimiento que constantemente fluye y coexiste con nuestras opiniones en ese universo. Una invitación que enmascara la entrada al imperio del grillete electrónico, al escarnio de redes digitales, al matadero donde todos somos verdugos y condenados. E inconscientemente felices y dependientes.

Todas las utopías relacionadas con el internet se diluyeron, afirma Prieto Jiménez, y a la vez alerta a no ignorar el lado diabólico de las redes sociales: donde los sujetos están conectados y desconectados; y dentro de los primeros también hay un sinnúmero de ideologías y creencias segregados en un mismo entorno.

A pesar de lo segregados que puedan estar los usuarios en redes sociales resulta incuestionable la omnipresencia de estas plataformas. Si bien “el neofascismo recluta a sus adeptos en las redes”, también muchas personas la utilizan para despilfarrar de buena voluntad los valores que prestan y la virtud de sus vidas.

Voluntad, virtud, valor y vida son el santo y seña para no colaborar con el lado diabólico de las redes sociales y, en cambio, utilizarlas para mostrar nuestra cotidianidad. Hacer un uso adecuado de ellas es también una manera de resiliencia.

En cuanto a los patrones hegemónicos de la industria del entretenimiento, según la conferencia del presidente de Casa de las Américas, los algoritmos de las distintas redes sociales más usadas en el continente occidental influyen y apuntan hacia los estereotipos de consumo capitalista. También a la deshumanización que se adquiere reproduciendo los estándares de aquellos internautas más influyentes.

El más utilizado es el estereotipo ganador-perdedor. En esta fábula el ganador es quién tiene dinero. Pretenden que creamos, así como el dicho malévolo: “El dinero no hace la felicidad, la compra hecha”. Mientras, el perdedor es aquel en segundo plano, que no brilla, pero que sin las notas de su violín se acaba la orquesta.

Pues es así, vivimos en un mundo donde nos educan para ser los primeros, los líderes, los influyentes, pero no para sentirnos cómodos y felices en nuestra segunda línea del coro. No nos enseñan a ser prescindibles, a ondular complacidos en la masa. Y, precisamente, las redes sociales agravan este problema de descolonización e identidad.

El futuro se extingue.

La resistencia se alarga.                                                                 

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