“El destino es muy especial. Un día estaba en el Teatro Lorca –Alicia Alonso hoy en día– y me muestran a una señora.
–Paul, te quiero presentar a Maricel Godoy, directora de una compañía de danza en Holguín.
–Es un gusto conocerte.
–El gusto es mío –me dijo. Ella me cayó bien desde el primer momento.
–Mira, Maricel, ahora no tenemos tiempo, pero te invito a tomar un café mañana.
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A pesar de nacer en Estados Unidos, Paul Seaquist vivió su niñez en Chile. Desde pequeño, cuando su madre lo llevó por primera vez al teatro, le apasionó el mundo de la danza. Pronto lo matricularon en la Escuela de Ballet de Santiago de Chile, donde estudiaría varios años. Un día, Iván Nagy, director de la compañía en esa época, tuvo una conversación con Seaquist que cambió el rumbo de su vida.
“Iván me llamó a su oficina y me dijo:
–Paul, te ves muy bien en el escenario, tienes gran tamaño y bonitas piernas, pero te quiero hacer una observación. –Me comentó que lo más probable era que no llegara muy lejos como bailarín. Creo –me dijo– que tienes mucho más que ofrecerle al mundo que ser bailarín.
“Yo, un niño de 17 o 18 años, me sentí muy ofendido. Quería ser Mijaíl Barýshnikov, Rudolf Nuréyev, tenía grandes sueños. Indignado me retiré de esa reunión pensando hacia dónde debía ir ahora y qué iba a hacer. Poco a poco el enojo se fue y con los años advertí que Iván tenía razón. Después, ya más maduro, tuve la oportunidad de conversar este tema con él, y se lo agradecí profundamente. Por tanto, debí buscarme un propósito nuevo”.
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“Maricel y yo tomamos un café al otro día. Recuerdo que fuimos al Meliá Cohíba. Ella es una persona súper asequible. Me comentó lo que estaba haciendo con su compañía y qué le gustaría hacer.
“Eso me puso a pensar, porque tenía entre manos un proyecto pensado para Cuba. La idea surgió en el año 2009 o 2010 aproximadamente, cuando Alicia Alonso invita a Vladimir Malakhov a bailar en su Festival Internacional de Ballet de La Habana, y vinimos.
“Él hizo dos funciones, una en el Teatro Mella y otra en el Lorca. Cada vez que terminaba de bailar salíamos por la puerta de los artistas y se agolpaba una cantidad enorme de gente para conocerlo, pedirle autógrafos, tomarse fotos con él. Muchos seguidores querían tocarlo y él se comenzaba a desvestir: regalaba una pulsera, un pullover, una zapatilla, algo. De regreso a Berlín, me comentó:
–Paul, quiero regresar a regalar más cosas a Cuba. Gestiónamelo. –Comenzamos a gestionar ‘el cómo’ hacer esto.
“En esa época dirigíamos la Ópera de Berlín y lo que se me ocurrió fue crear una asociación entre la Ópera y el Ballet Nacional de Cuba, con la cual traeríamos invitados a la Isla como coreógrafos, bailarines, talento europeo. Y, al mismo tiempo, invitaríamos bailarines cubanos a trabajar en la Ópera de Berlín, todo financiado por nosotros.
“Lamentablemente el proyecto no fructificó. Hubo muchos problemas. No entiendo por qué no funcionaba si nosotros estábamos regalando arte y artistas de primer nivel. Al parecer, no fue bien visto por las autoridades cubanas y las autoridades del Ballet Nacional, y quedó ahí. Pero las ganas persistían por ambas partes.
“Le comenté a Maricel Godoy que deseaba hacer algo para ayudar con el desarrollo del ballet en Cuba. Ella me afirmó que le encantaría contribuir con ese sueño y así nació lo que llegaría a convertirse en el Grand Prix Vladimir Malakhov”.
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Todavía hoy, a tantos años de aquel portazo de Paul en la oficina de Iván Nagy, él recuerda lo duro que fue dejar el ballet.
“Estaba completamente solo. Había vivido durante bastante tiempo en un mundo donde interpretas papeles y roles, en el cual estás rodeado de amigos que son casi tu familia y de repente abandonar esto resultó muy duro.
“Por las cosas del destino estudié Literatura en los Estados Unidos, pero siempre extrañando el mundo de la danza. Yo vivía en Connecticut y todos los fines de semana tomaba el tren desde ahí hasta Nueva York para ver puestas de ballet.
“Durante ese tiempo disfruté funciones de ABT (American Ballet Theatre), New York City Ballet, Alvin Ailey, entre otras compañías de renombre. Con cada una de estas, una conmoción profunda me hacía llorar. Podría haber sido uno de aquellos bailarines. Cuando terminé el período de estudios decidí volver al mundo de la danza. Cómo podría hacerlo era aún incierto, mas la decisión era inminente.
“¿Qué sé hacer? Sé escribir, estudié Literatura. Pues voy a enfrentar el mundo de la danza a través de las letras. Así empecé a escribir artículos de ballet, de danza en general y libretos”.
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“Unos días después de aquel café, Maricel me invita a Holguín a ver su compañía. Solo permanecí allá 24 horas; no obstante, me encantó. Descubrí mucha honestidad, elegancia en el desenvolvimiento de los bailarines. Además, el personal del Teatro Eddy Suñol me trató con mucho cariño. Eso me gusta, siempre he querido trabajar con gente buena y crecer con ellos.
“Malakhov y yo llegamos a Holguín porque queríamos ayudar. Muchos me han dicho que fuimos a parar a Holguín porque no había más opción y realmente no es así. Holguín y Codanza, la compañía de Maricel Godoy, fueron los únicos que distinguieron la importancia del Grand Prix, aunque en esa época aún no se llamara así.
“El primer año se llamó Un regalo de Malakhov a Cuba. Nombre muy justo, porque así creé el concepto en mi cabeza. Sin embargo, una vez en Holguín nos llevamos la sorpresa de que habían creado ‘Un regalo de Cuba para Malakhov’, también.
“Por ese motivo, creamos un pequeño festival en el cual se presentaron compañías maravillosas, como el Ballet de Camagüey; Médula, de Guantánamo; Codanza y el Ballet de Cámara de Holguín; entre otras. Fue un verdadero regalo descubrir tanto talento.
“Después de eso ya le otorgamos matiz de Grand Prix, de concurso. Nos dimos cuenta de que, lamentablemente, el artista de Oriente está muy abandonado y lo encontré poco justo. Ideamos la competencia para apoyar a estos jóvenes creadores, bailarines y coreógrafos y darles una vitrina”.
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“En un momento me invitan a hacerle una entrevista a Vladimir Malakhov, joven estrella en New York. Luego de permanecer con él durante 13 horas acompañados de buena plática y bastante vodka, nos hicimos amigos. De esa entrevista surgió el prólogo de una excelente amistad.
“Cuando siento miedo, tristeza, dolor o alegría hablo con Vladimir. Mantenemos una amistad de las que ya no se ven. No sería lo que soy ahora sin él. Malakhov ha sido una persona muy importante en mi carrera como empresario de danza, pero ya no es un cliente, sino un hermano”.
Cuando Paul Seaquist empezó su carrera como empresario de danza, tenía la certeza de que debía darle un vuelco al perfil del estereotipo del manager. “La imagen del manager es muy fea: el tipo con el cigarro contando los billetes”, decía mitad en broma mitad en serio… Él sabía que si quería triunfar en el mundo del management tenía que darle una visión completamente diferente a esta. No sabía muy bien qué hacer ni cómo hacerlo, pero ¡sí sabía qué no hacer!
“En Seaquist Dance Marketing (SDM) comenzamos a crear una cantera de artistas que se ofrecía a las grandes compañías del mundo de la siguiente manera: tengo tres productos: Vladimir Malakhov, Polina Seminova, Iana Salenko, ¿cuál de ellos te interesaría para alguna función, o para ser estrellas invitadas de tu compañía? Y así comenzamos.
“Me motivó percibir que había un vacío en el mercado como una empresa de management para bailarines y coreógrafos. De bastante joven me interesó el management de artistas. Acababa de llegar para vivir en Berlín, Malakhov empezaba a dirigir la Ópera de Berlín y observé que potenciales estrellas no tenían quién dirigiera sus carreras y muchos de ellos por mi cercanía a Vladimir Malakhov se me aproximaban a pedirme consejos.
“Hay numerosos bailarines desconocidos con mucho talento. Mi propósito era brindarles luz a estos bailarines que de otra manera no hubiesen obtenido el reconocimiento que merecen.
“Poco a poco fuimos dándonos a conocer y creándonos un nombre, una marca. Hoy SDM es una empresa muy cotizada, básicamente un paradigma a seguir dentro de la danza. Hemos trabajado con todas las compañías del mundo: The Royal Ballet, la Ópera de París, Ópera de Berlín, Tokyo Ballet, Ópera Estatal de Viena, Miami City Ballet, American Ballet Theatre, New York City Ballet, entre otras.
“Entre el empresario y el artista tiene que existir una complicidad muy bonita. Muchas veces me llaman bailarines o músicos con los que trabajo para tomar cerveza, para salir a comer, y eso para mí es muy importante porque estamos trabajando con seres humanos, son personas con deseos, sueños, temores, dudas, eso no se debe olvidar. Hay que saber aclararles sus dudas y mostrarles qué pasos dar.
“El manager no es un manager solamente: es un arquitecto de carreras, una persona que ve un diamante en bruto y lo pule hasta que brilla”.
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“Al encontrar en Holguín artistas de un nivel magnánimo y compañías increíbles, me pregunté cómo era posible que no conociera estas compañías, era incluso peor: no las conocían los propios cubanos.
“De los bailarines cubanos no hay muchos conocidos a nivel internacional. A excepción de Alicia Alonso, la gran diva. Después de esa generación tenemos a Carlos Acosta, un excelente exponente de la danza con la suerte de tener una linda carrera gestionada por él mismo y con algunos miembros del equipo del Teatro Sadler’s Wells en Londres. Otros excelentes bailarines son José Manuel Carreño, Rolando Sarabia y Viengsay Valdés.
“Tengo mucha afición por el ballet cubano. He tenido grandes amistades allí y entiendo y reconozco su virtuosismo. Hay cosas que solamente pueden hacer ellos y nadie más en el mundo. Poseen la calidez, las pasiones, los grandes saltos, los giros. No hay bailarín cubano que no gire”.
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Si Iván Nagy no hubiera despedido a Paul, él nunca se acercaría a la danza desde otra perspectiva. De no haber estudiado Letras en los Estados Unidos, entonces no habría entrevistado a Vladimir Malakhov ni nacido la amistad, y mucho menos se convertiría en su representante.
Sin esto último, nunca llegaría a Cuba para participar en el Festival Internacional de Ballet de La Habana y, por tanto, Paul no hubiese conocido a Maricel Godoy. Sin cierto café una mañana en el Meliá Cohíba, los holguineros no disfrutarían del Grand Prix Vladimir Malakhov.
El azar posee rutas aleatorias. Es la infinitud de puertas.
Sin embargo, existen pasiones como el amor por el arte, sobre todo por la danza, que en Paul Seaquist funcionan como brújula y punto cardinal, un lugar de obligatoria llegada.
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*Este artículo forma parte de la conversación entre el entrevistado y la periodista en el mes de marzo de 2019, en PM Records, los estudios de Pablo Milanés, en La Habana.