¿Pintar con manchas no es pintar?

Justo esta semana discutía con unos amigos músicos, ella cantante y él violinista (ambos muy virtuosos), acerca de si existen aún límites entre el arte clásico y el popular. La conversación surgió en la sobremesa, donde se trajo a cuento el tema de los instructores de arte.

Ahora se está reimpulsando la idea de preparar a jóvenes en esta área, con la reapertura de la carrera para aquellos interesados en ejercer la docencia de las artes, especialidad que, por cierto, podrá ser ejercida por todos con aptitud, excepto por los músicos.

La política cultural cubana es uno de los logros de la Revolución. Lo digo, lo dije en la mesa y no como consigna repetida. En un intento de democratizar el arte, nos ha dado la posibilidad de disfrutar lo mismo una puesta de ballet, un coro, una obra de teatro, un concierto de música de cámara, una exposición de fotografía, una presentación de música experimental o urbana, etc.

Quizás en Cuba hemos desdibujado las fronteras entre el arte clásico y el popular precisamente por las formas y la masividad del consumo, pero para un músico graduado de la academia (Instituto Superior de Arte) resulta difícil entender que lo clásico, aunque respetado y sempiterno, ya no siempre representa aquello que mal llamamos “buen gusto”. Las élites posmodernas ya le ponen cabeza a entender el fenómeno Bad Bunny, por ejemplo, mientras que las capas más humildes y barriales se mantienen fieles a las formas artísticas que más los representan.

“Sí, Bad Bunny es el ejemplo que siempre ponen”, me decía Lázaro, el violinista, al mismo tiempo que reconocía que el dinero y el ocio pueden hacer de la nada, música. Sin embargo, muchos son los ejemplos que demuestran el trasfondo de una producción musical, aparentemente “sencilla y banal”, para convertirla en un proceso brillante de aprehender el arte clásico y traducirlo al canon cultural vigente. En Cuba, como Jackson Pollock y sus manchas, o Marcel Duchamp y su urinario, tenemos a Habana  Abierta.

“Música de hibridaciones con identidades múltiples, cuyas formas se abren al mestizaje, hacen malabares con la sintaxis de los componentes sonoros que la enriquecen y no se dejan reducir a ninguna función única y precisa” (Borges Triana, 2015). Habana Abierta, en el epicentro de la música cubana alternativa con su capacidad de cambio y regeneración, constituyó un movimiento cultural con mucha fuerza. Con ello podemos valorarla como un ejemplo de lo que la nueva cultura es capaz de hacer y de cómo influye en otras culturas.

Me hubiese encantado estar en la capital cubana de finales de los 90, donde -según cuentan las publicaciones- todo era ebullición musical de cuya efervescencia surge este colectivo de ocho trovadores, aunque en algunas peñas, de 13 y 8, llegaran a ser más.

En 2005 salió a la venta su tercer disco Boomerang, bajo el sello discográfico Calle 54 Records/EMI, dando paso a un montón de canciones que desde entonces van y vienen de La Habana, Miami y Madrid. Más de cuatro minutos de absoluto placer, Corazón boomerang es mi tema favorito de esta placa. En palabras de presentación al fonograma, el empresario discográfico Nat Chediak (2005) ensalza el trabajo del bajista Alain Pérez (productor y principal arreglista del CD): “No conozco a otro cubano que –expuesto a la música del mundo– ame más la de su país natal”.

No solo es un disco profundamente cubano, sino que, como vanguardia artística, nunca se ha conformado con brindar o recibir de las estéticas del pasado con un dinamismo intrínseco. Dispone de un gran arsenal de recursos potenciales, tales como los ritmos, instrumentos, armonías y melodías de la cultura de nuestro país que la nutre.

Mis amigos reconocen esto y además les gusta, pero naturalmente les preocupa que cualquier intruso en este siglo se haga llamar músico, pues ¿dónde quedarían entonces las largas horas de estudio, ensayos, solfeo, partituras y elevación del espíritu con los clásicos? En fin, “pintar con manchas no es pintar”. Si salimos de esta esquina esnobista para lograr un cuadro bello, ingenioso y popular surgiría el deseo de identificar al sector de la vanguardia artística otorgándole el privilegio de dialogar y exponer sus ideas.

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Diseño de portada: Félix M. Azcuy

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