La soledad de Elvira Rojas

Elvira Rojas pensó que en 2022 podría disfrutar por fin de sus nietos, llevarlos al parque y verlos correr como locos felices detrás de la pelota, o lanzándose de la canal mientras ella los esperaba abajo para que no se dieran golpes. Creyó que podría pasar los domingos en familia, removiendo el potaje de chícharos que inundaría con su olor toda la casa y escondiendo “para más tarde” el arroz con leche dentro del refrigerador, porque “los bribones todo lo descubren”.

Ganas de jubilarse no tenía. Boba, le dijeron muchas veces. ¿Tanto grito, tanta malacrianza de muchacho ajeno no te cansa?, le preguntaban. Se agotaba un poco, era cierto, pero el bullicio de sus alumnos siempre le recargó las “baterías”. Abonar y hacer crecer, cultivar la inteligencia, el pensamiento, la razón… fueron sus cartas de navegación frente al aula, sin naufragios, aunque no sin contratiempos, sobre todo a causa de un salario escurridizo.

Hubiera podido quedarse trabajando un par de años más. Sabía que sus niños la iban a necesitar para corregirles los trazos y la ortografía, pero no lo pensó mucho, porque si se detenía a reflexionar en ello, no se iba. Si se jubiló fue por su familia.

En los últimos meses se imaginó aprovechando la tranquilidad del hogar, después de tantos años de madrugar para llegar al aula más temprano que sus alumnos. Pensó que ahora su hija podría irse a trabajar tranquila, porque ella se encargaría de recoger a los muchachos y ayudarles con las tareas de la escuela.  

Soñó mucho con todo eso Elvira Rojas. Tanto lo soñó que se le escaparon las ilusiones entre los dedos. El primer golpe fue lo de Rogelio, su marido. Lo sorprendió la covid-19 cuando ya casi nadie se moría como consecuencia de la enfermedad. No sobrevivió, contrario a todos los pronósticos, y ella tuvo que aprender a amanecer sola en la cama, a no tener con quién compartir el café en las mañanas y en las pocas tardes en las que pudo darse el lujo de tomarse un buchito recién colado.

“La soledad es el resumen de mi 2022 –dice con un suspiro hondo y la mirada sin luz–. Ya ni lágrimas me quedan. Lloré tanto a inicios del año pasado… ¡Pensar que creía que nada peor podía pasarme! Calculé que pasar tiempo con mis nietos me entretendría y me ayudaría a sentir menos agobiada por todos los problemas económicos del país, y resulta que los problemas económicos se llevaron a mi familia”.

Elvira Rojas: 65 años, más de 30 dedicados a enseñar a leer y a escribir a sus alumnos; con una hija y dos nietos de seis y ochos años; con todos los sueños rotos y la impotencia marcada en cada segundo del reloj. No sabe cómo explicar su frustración, su pena.

Al principio sintió un odio incontrolable, contra todo, contra el mundo. Lo absurdo: ella jubilándose para dedicarse a la familia, y su hija llevándose lejos a los nietos, privándola de lo único sanador. Una sola decisión acababa con sus ilusiones, con su proyecto de vida para la vejez. Tan simple como cuando una ficha del dominó se aparta y deja a las otras sin apoyo. La debacle.

“Al principio lloré mucho. Creí que eso no me iba a suceder a mí, a pesar de que este barrio se ha ido quedando sin juventud –confiesa–. Mi hija no habló jamás de irse, pero su marido le endulzó los oídos con el futuro, con trabajar y ver el resultado, y con otras tantas cosas para los muchachos. Lo peor es que, en mi más hondo desconsuelo, la entiendo. Sin embargo, hace casi un año que se fueron y aún no sé qué hacer con esta sensación de abandono, con estas ganas de gritar.

“Nunca me había detenido a pensar en las enfermedades, pero desde entonces no duermo, no como, no vivo. Me he quedado sola en un país donde no tengo a nadie más que a mis vecinos y algunos estudiantes, ya adultos, que me quieren y me llaman de vez en vez. Creo que nunca más volveré a ver a mi hija porque ya no tengo edad para irme detrás de ella y comenzar otra vez. No sé qué será de mí dentro de cinco o diez años. Y, si lo pienso, solo veo soledad”.

Se mira las manos. Los ríos de venas que se entrecruzan bajo su piel permiten imaginar una vida de esfuerzo, de trabajo, de ayudar a crecer. Quién sabe si esas manos logren encontrarse con otras que les sirvan de sostén cuando lo necesiten; o tal vez, como en el libro del gran colombiano, su estirpe sea de las condenadas a cien años de soledad y sin una segunda oportunidad sobre la tierra.

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5 comentarios

  1. Que tristeza, esa es la realidad de muchas personas en nuestra querida Cuba, se perdieron muchas vidas por la covid y por si no bastara la emigración nos está dejando una fría soledad, se nos van los jóvenes ( mayormente) y baja natalidad. Nos queda un país de ancianos.

  2. Una historia tan triste y tan común por estos días,me duele realmente pq conozco algunas Elvira Rojas,tantas madres y padres ancianos q quedaron detrás mientras sus hijos se fueron en pos de sus sueños.Yo no concibo felicidad alguna sin los míos.

  3. Es la historia de mucha/muchos en el mundo, no solo de Cuba, una realidad. Pensemos en nosotras/nosotros, la vida no se limita hasta ese punto en el retiro, aunque seria hermoso, pero tenemos vida y sueños por cumplir.

  4. Solo le llevo de ventaja la presencia de mi esposo, por lo demás soy otra Elvira Rojas, cuando leí el artículo por primera vez, no sabía que era una premonición, unos días después nos sumamos al ejército de padres solos, hoy que lo releo, me sostiene el amor de mi esposo, pero cuando recuerdo a mis nietos ese amor ya no me es suficiente… Ay Liudmila, qué fuerte es vivir esto… De todos modos, agradezco su artículo, me gustan su columna y la de Pastor Batista, las sigo con agrado.

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