Luzdivina habla con él

El nombre se lo pusieron las monjitas que la recibieron una noche fría de enero en el torno de la casa cuna habanera.

Le contaron, cuando tuvo edad para saber, que junto a ella vino un trozo de papel mal escrito a lápiz con su fecha de nacimiento: 6 de enero de 1935. Fue un regalo de Reyes no deseado.

De allí recuerda que en los abriles de Beneficencia las niñas salían a las calles vestiditas de blanco, alcancías en mano, en busca de la caridad pública para ayudar a sostener la institución.

También los 28 de enero, en el Parque Central, llevando, entre todas, una enorme bandera cubana.

En aquel lugar donde pasó su infancia y adolescencia, le dieron su único apellido, así como una preparación en corte y costura, mal aprendida, hasta aborrecida. Tal vez porque la enseñaba una monja fea, mandona, que daba pellizcos. Nunca le sirvió para ganarse la vida, apenas para parches y remiendos en casa.

Con buena recomendación consiguió su primera colocación como criada en una casa del Vedado.

No le iba tan mal, entonces se enredó con el padre de su hija. Ese nunca fue bueno, para nada, ni siquiera le dio apellido.

Así es que también la criatura debió llevar los suyos, Valdés Soa.

Tuvo que criarla sola, a pulmón, lavando, planchando para la calle, trabajando en alguna casa, hasta que les aparecía a los patrones una parienta, guajirita pobre y blanca.

Fue la suya una niña enfermiza, y de mala cabeza. Tampoco ella tuvo suerte con los hombres. Ninguno sirvió. Con el último, que pareció el peor, andaba en malos pasos, casi la mata de disgustos.

Quisieron meterse en aquel rollo de la Embajada del Perú y finalmente se fueron por el Mariel. Le dejó a su nieta, que sí salió estudiosa y buena.

Un día tuvo que ir a la beca para darle a la niña la noticia dolorosa, sin muchos más datos, de que su madre murió, allá, de no supo bien cuál enfermedad. Lloraron juntas. La nieta le dijo que ella jamás haría como su mamá, nunca la abandonaría, trabajaría y la cuidaría cuando fuera viejita. Sin embargo, no lo cumplió.

Se graduó en el Tecnológico, le dieron buena ubicación, cambió para mejorar, trabajó en hoteles, con turistas, hasta que se despidió porque se iba para España para casarse.

No le va tan bien ni tan mal. Tiene empleo y su marido; pero no pudo parir, que es lo más triste, porque ya pasa de los 40 y con ella, sin hijo, se acabarán las Valdés.

***

Luzdivina escuchó por primera vez hablar de Revolución en aquella noche de otro enero, corriendo a su casa, porque la habían llamado a la colocación para decirle que su niña estaba mal; tropezó con un gentío que bajaba de la Universidad.

Unos con antorchas encendidas, otros con clavos en los palos.

Ya sabía que la cosa estaba muy mala, mas ahí fue que se dio cuenta de que la bronca contra el gobierno de Batista era de verdad, para tumbarlo.

Después, supo enseguida que aquella era su Revolución. Los rebeldes eran la gente del pueblo. Los negros podían ir a las playas hasta ahora prohibidas…

Rebaja de precios de las medicinas y de los alquileres. La tierra para el que la trabaja.

Los ricos se iban detrás de los batistianos, a quienes los americanos recibían con los brazos abiertos.

Sabotajes criminales.

La gente pobre con las armas y la voluntad de defender lo suyo.

Fidel hablaba y convencía.

Ella se metió en el torrente.

***

Las milicias fueron su escuela. En lo adelante buena parte de su vida.

La emplearon en la plana mayor del batallón, con sueldo. Aprendió a manejar, armar y desarmar fusiles Springfield, Garand, San Cristóbal, M-1…  finalmente la metralleta checa, que fue la de ella durante mucho tiempo.

Llegó la convocatoria para un curso. Trabajó en un banco, en  Cuatro Caminos, llenaba modelos. Era allí como una mosca en la leche, la única negra.

Se metió en el Sindicato. La milicia le tomaba mucho tiempo y le creaba problemas en el trabajo.

También en el barrio la cosa era caliente. Los Comités, el censo de la manteca, faltaba de todo, las rondas por la noche. La Federación. La recogida de gusanos cuando Girón…

Aquello no paraba. Posteriormente, con los años, amainó un poco; pero igual, la movilizaban constantemente, estaba en todos los actos, que eran uno detrás del otro.

***

Así fue como lo conoció. La habían enviado al Aeropuerto. Se esperaba una visita importante; había recibimiento con bastante público. Eso era frecuente. Se movilizaba a mucha gente.

Estaba con su pelotón de milicianas en el cordón de seguridad. Y él apareció. Llegó antes que el visitante. La gente aplaudía, gritaba, todo el mundo loco por acercársele. Él sonreía y saludaba.

De pronto se acercó a las milicianas. Caminaba despacio. Llegó junto a ellas, puso su mano afectuosamente sobre la boina de Luzdivina, quizás porque era la más alta.

Se dirigió a todas, quiso saber desde qué hora estaban allí, si las habían traído demasiado temprano, qué les brindaron para merendar, si les molestaba mucho el sol, si sentían sed, quién se estaba ocupando de atenderlas, un montón de preguntas rápidas. Las nerviosas respuestas se atropellaban y no se entendían.

Entonces él se dirigió a Luzdivina. Le miró a los ojos,  le preguntó cómo se llamaba. Le pareció un nombre bonito. Se interesó por su trabajo y ella le dijo que siempre hacía guardias, trabajo voluntario; que ahora estaba en la microbrigada, en el segundo edificio, donde ya tenía asegurado su apartamento. Él la felicitó.

Fue la conversación más importante de toda su vida.

***

Desde entonces, Luzdivina nunca ha dejado de hablar con él, aún después que firmó y fue a despedirlo al monumento a Martí.

Nunca logró a ciencia cierta sentir que podía hablar con sus santos, pero con él, sí. Cuando estaba vivo, y ahora que Dios lo tiene en su santa gloria.

Le ha contado, consultado todo lo más importante en su vida, y no tiene duda de que él la ha consolado en las desventuras, la ha reconfortado si ha sentido miedo, le ha alumbrado el camino.

Sintió que le alivió la culpa por lo de su hija, que ella se esforzó por educarla bien;  que, a veces –después que se hacen grandes– los hijos siguen su propio rumbo y no quieren atender consejos.

Que cuando se cayó el socialismo, allá, nosotros podíamos seguir aquí, si nos manteníamos unidos. Que todo lo malo del período especial lo iríamos dejando atrás, y surgían héroes nuevos.

Ella le pregunta en voz alta, él le susurra al oído. La ayuda a pensar, a buscar la solución. A quitarle los sustos cuando la cosa empeora.

Ahora quiso saber qué va a pasar con la locura de los precios: él le ha dicho que lo vamos a resolver, que no se les puede regalar el dinero a los bandidos, que habrá más cosas, y la jubilación va a alcanzar. La de ella es de las más chiquitas; eso igual se va a resolver; aunque también él conoce que a ella le llega alguna ayudita de la nieta, él lo sabe todo.

Nunca le ha escondido a nadie que habla con él. Hay quienes no lo creen, piensan que está loca. Ella sabe que su cabeza funciona bien.

Cree que, sin embargo, son muchos más quienes lo escuchan, aunque no lo digan.

Está casi segura de que Díaz-Canel siempre tiene su seña. Lo oye explicar la situación, lo que se está haciendo,  por dónde ve la salida, con el compromiso de todos… Le parece que lo está escuchando otra vez, a él.

***

A sus 87 años, se siente bien, con los achaques naturales de los viejos. Todavía cree que puede ensartar una aguja; la verdad es que, si tiene que zurcir algo, se lo encarga a una vecina, quien, a veces, ni le quiere cobrar.

Ni muerta se deja fotografiar, desde que se ve tan vieja, fea. Perdió todas sus fotos y papeles en una inundación grande del río Quibú. Las cosas de la casa se las ayudaron a reponer, nuevas; la apoyó el Gobierno.

Seguro, segurísimo que lo hicieron por indicaciones de él, que está detrás de todo lo bueno que se hace, también criticando lo malo.

Ella siempre ha creído y cree en Dios, y en sus santos; en el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida perdurable. Lo aprendió desde la Beneficiencia.

Por eso siente que él nunca se ha ido, ni se irá, que siempre va a estar mirando, escuchando,  ayudando a los que dirigen, si son honrados;  a la gente, al pobre, al pueblo.

Como Martí, que siempre está en nosotros, y también en nuestro Fidel.

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3 comentarios

  1. Soberbio e inigualable texto. Quedé sobrecogido. Está genial, amigo, me ha encantado cómo resume tanta historia personal de Luzdivina y colectiva de este país en cuanto a contenido, con un estilo directo, sintético, de parrafos cortos, oraciones breves, las palabras justas y frases precisas. Nada falta y nada sobra. Te felicito una vez más, y agradezco me hayas permitido acompañar con mi humilde dibujo una cronica tan bella. Gracias de veras. ¡Un abrazo!

  2. Qué bello artículo, me encantó, lo visualicé como una película, por qué algún buen escritor no escribe una novela o un guinista hace un bello audiovisual con este tema, incluso hacerlo rápido, aprovechar su lucidez, muy bella hostoria, de verdad que me emocionó

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