“Me quedo con la espina, para defender la rosa”

Liudmila Peña Herrera | Rodolfo Romero Reyes


Una mañana especialmente húmeda abordaríamos el ómnibus desde la ciudad de Santiago de Cuba rumbo al poblado de Boniato. Recorreríamos una decena de kilómetros enamorados del verdor que se alza a ambos lados de la carretera y parece competir en altura con las nubes. Es el trayecto que ha hecho y deshecho él, durante años, en su ir y venir de casa a la emisora Radio Siboney.

Reinaldo Cedeño Pineda se sabe ese itinerario de memoria, porque lo ha auscultado en cada bache, diálogo, historia… que ha encontrado encima de rastras para ganado, pipas de agua, tractores agrícolas, ómnibus Girón, camiones sin barandas, carrozas… que le han servido de aventón.

Tendríamos suerte. El chofer nos dejaría justo a la entrada de la vía que conduce a la casa, plantada en la falda de la montaña. Frente a la verja semiabierta; decidiríamos no gritar “Reinaaaldoooo” y atravesaríamos sin permiso el jardín, donde reinan los lirios sagrados que sembró su madre y las plantas ornamentales que crecieron al cuidado de su padre. Tres toques a la puerta bastarían. Saldría con la sonrisa en los ojos y nos invitaría a pasar. Seguro. Y no habría café, porque no le apasiona la bebida negra de los dioses. O tal vez sí. No podemos saberlo: pues el encuentro físico nunca se produjo, por la pandemia y las distancias.

El diálogo cara a cara quedó pospuesto. Tuvimos, en cambio, la experiencia de conversar largamente, y en varios intervalos, a través de una primera llamada telefónica, un par de correos electrónicos y no pocos apuntes vía Messenger. Aunque, pensándolo mejor, quién, que haya leído sus crónicas, no ha conocido el barrio donde, hace un tiempo ya, hubo un niño que peleó con otros chicos entre los raíles de la línea del tren; donde también saboreó sus primeros besos.

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“Tal vez no hubiera venido al mundo si el que debió ser mi hermano, no hubiera nacido muerto. Fue una historia triste que escuchaba a trazos, a hurtadillas, desde la lejanía, y en la que nunca hurgué demasiado para no revolver el dolor –relata y, entre líneas, lo vemos en penumbras, captando una frase dicha al vuelo por los adultos, tratando de entender–. Así que fui el segundo hijo, con ocho años de diferencia con Esther, mi hermana mayor”.

Alguna vez, poseído por algún extraño sortilegio literario, Cedeño escribiría para el diario Juventud Rebelde que “la niñez es un pedazo intocable de la nostalgia”. Debe ser por eso que se aferra a los recuerdos, mira hacia atrás y ve “letras por doquier, colgadas en las paredes, pues mi madre era maestra y entonces se enseñaba con el método llamado ‘mímica’.

“Una mañana, mucho antes de ir a la escuela de manera oficial, sorprendí a todos leyendo aquellos desplegables. Siempre he dicho que mi madre fue mi primera maestra. Mi mejor maestra. Y viví rodeado de libros, viéndola escribir sus clases y sus poemas.

“Cuando empecé a dedicar más tiempo a leer y escribir del que creían razonable para un niño, empezaron las preocupaciones. Entonces hice un poemita defendiendo mi gusto y lo leí para todos en el centro de la sala de mi casa. Fue una declaración y todos lo entendieron. Por supuesto, estaba entre gente que me quería”.

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Del otro lado del chat, Reinaldo Cedeño advierte: “Aprovechen, que estoy de vacaciones y me puedo recrear. Luego entro en la rueda de la cotidianidad”. Además de su trabajo como redactor, reportero, director y guionista de Radio Siboney, emisora especializada en la difusión de música instrumental e información cultural, trabaja para las revistas Así (Radio Rebelde), Imagen (CMKC, de Santiago de Cuba).

También es miembro del ejecutivo nacional de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), del Comité Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, columnista de La Jiribilla y colaborador del periódico Juventud Rebelde. Captamos su mensaje y no demoramos el aluvión de preguntas.

–¿Estudiar periodismo fue un sueño cumplido o una decisión que cambiarías?

–Si digo que el periodismo fue mi sueño, estaría mintiendo. No tenía una vocación definida. Me interesaban muchas cosas a la vez: quería ser discóbolo como Luis Mariano Delís, narrador deportivo, explorador, piloto, egiptólogo, poeta… y el periodismo se me apareció como la solución para recorrer muchos caminos, para interesarme en muchas vidas. Cuando entré a las aulas de la Universidad de Oriente, no tenía idea de lo hermosa y lo difícil que resultaría esta profesión, ambas cosas en pugna permanente.

–¿Cuál es tu ambiente ideal para escribir, para crear?

–El silencio. Amo el silencio profundamente, no el de callarse por temor; sino el silencio del respeto, diamantino y creador. Me refiero al silencio del gran poeta Regino E. Boti: Mientras otros gritan/ yo enmudezco, yo corto, yo tallo;/ hago arte en silencio. Siempre he creído que, más que un verso, es una tesis de vida.

¿Cuánto le aporta o le resta a tu proceso creativo el hecho de vivir en Boniato?

–Boniato, en las afueras de Santiago, es lo que llaman poblado-dormitorio. Aquí vivo cerca de la tierra: los que olvidan la tierra, olvidan mucho. Creo que el lugar ha ayudado a concentrarme más, lo cual siempre beneficia a quien escribe. Aquí hay historias y personajes, como en todas partes; mas, en el otro lado de la manzana se hallan cotidianidades retadoras: los baches inmemoriales de la carretera, el depender de un transporte público ineficiente, la endeble estructura de servicios cercanos, todo lo cual requiere un gasto extra de tiempo y dinero.

“Este pedazo oriental de Cuba te obliga al eterno cimarronaje. Todo lo que he podido hacer, lo que haya podido lograr, ha sido desde aquí, o más bien, ha sido resultado del duro transitar entre la ciudad y mi casa. He desesperado, he amado, me he perdido en esos andares. Vivo en un perenne road movie. Soy hijo del camino”.

–¿Cuánto le debe tu periodismo a tu narrativa, y viceversa?

–Me han dicho en ocasiones que soy un periodista extraño, nunca me ha interesado el palo periodístico, ese apremio por ser el primero en decir algo. Decirlo primero no es necesariamente decirlo mejor. Prefiero trabajar la idea, bordar la frase, captar su dimensión. Soy más de la reflexión que de la noticia, del eco que del disparo. Tal vez ahí copulen el periodista y el poeta.

“Me resultó simpático que cuando gané un premio literario en Pinar del Río, en 2011, la información decía: ‘Un periodista gana el Premio Hermanos Loynaz de poesía’; y cuando gané el de periodismo en 2021, hubo un despacho que titulaba: ‘Un poeta gana el Premio de Periodismo Cultural’. También he intentado hacer, de vez en cuando, narración desde lo ficcional. Son brazos de un mismo tronco, afluentes de un mismo río”.

–Desde hace años, se habla de la necesidad de un periodismo cultural apegado a la crítica artístico-literaria. ¿Esa responsabilidad formativa toca más a la academia o al interés y la sapiencia de ese periodista?

–Toda crítica contiene una elaboración subjetiva, por supuesto; mas, para tender esa urdimbre, hay que tener sustento cultural, repertorio ideo-estético, claridad de fines. Ese espesor no se logra con un chasquido de dedos, necesita entrenamiento.

“Lo esencial, a mi modo de ver, es fomentar la conciencia de la crítica artística, no como un espacio a llenar sino como un espacio formador del gusto, como defensa de las jerarquías, como antídoto contra la banalidad que abarata nuestro espectro emocional. En ese sentido, toca a las universidades fomentarla, aunque la preparación para ejercer la profesión requiera, en primera instancia, de una alta dosis de integralidad. Toca a los medios diseñar la estrategia y a los profesionales prepararse para ella”.

–¿Has tenido desencuentros con personalidades de la cultura debido a algún criterio “incómodo”?

–Cuando ejerces la opinión y señalas aspectos negativos, no esperes una postal a cambio; hay quien se disgusta. Eso lo tengo asumido. Ha habido casos, cómo no; pero en mi experiencia de trabajo esas diferencias mayormente se han zanjado desde el respeto. La polémica es un intercambio de saberes, no un duelo a sablazos. Un proyecto público está sometido al juicio público, eso es inevitable, y quien no lo asume, no está realmente preparado para ser actor de ninguno de ellos.

–Que un cronista, periodista y escritor con tus luces haya tenido que vender maní alguna vez, es algo que asombra y, quizás, asuste. ¿Hablas sin tapujos sobre esa experiencia?

–Aunque mi etapa de manisero –digámoslo así– la conocían las personas más cercanas y algunos colegas, solo ha visto la luz en crónicas, 30 años después. El tiempo necesario para convertirlo en literatura. “Memorias de un periodista manisero” puede encontrarse en redes y en mi último libro, Cabalgaduras. Cuando la jaba pendía del hombro y rezaba para que no quedara un solo cucurucho, no había letras que escribir ni crónicas que contar.

“A inicios de los 90, cuando la severa crisis eufemísticamente llamada Período Especial, inicié mi vida laboral en Venceremos, periódico de Guantánamo; y llegó el momento en que fue imposible seguir allá. Volví a Santiago y tardé dos años en conseguir trabajo en un medio. No solo vendí maní, sino todo lo que pude arrancarle a la tierra. Con el fruto de esa labor me fui un día a La Habana y entrevisté a la Premio Cervantes, Dulce María Loynaz. El destino me premió con aquel encuentro. Algunas entrevistas no acaban nunca. El maní… se volvió literario.

“El camino honrado puede ser el más largo, te suele exigir muchos sudores; pero lo prefiero a los atajos o a las escalas. No me gusta el maní, pero hoy sigo comprándolo cuando veo asomar un vendedor: ¿quién sabe qué historias, qué manos, qué habrá detrás de quien tiende el modesto cucurucho?”

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Quince libros publicados bajo su rúbrica, donde abundan la crónica, la poesía, el ensayo, la investigación, el cuento… premios y reconocimientos como la Distinción por la Cultura Nacional (2022), el Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro, por la obra de la vida (2021), y el Premio Hermanos Loynaz de poesía (Pinar del Río, 2011). Ha integrado jurados de otros tantos certámenes.

Cedeño asegura que “jamás hay que perder de vista la ética a la hora de premiar. Los reconocimientos son importantes en tanto visibilizan una obra, justiprecian un trabajo; pero no pueden obnubilarnos, no son el medidor único de la calidad de la obra ni de quien la hace. La creación es una red de subjetividades, no una carrera de 100 metros planos”.

–¿Cómo asumes la cercanía de los recién graduados y esas ganas de “comerse” el mundo?

–También quería “comerme” el mundo, así que no vale criticar el ímpetu de los que comienzan; pero siempre supe reverenciar la experiencia. Por más talento que poseas la experiencia es insustituible. A la hora de atrapar una historia, de aquilatar un suceso, primero hay que encontrar la médula, raspar la cáscara; para que no se te escape como humo entre los dedos, para no disparar balas de salva.

“Hay que aprender a diferenciar los odios insalvables de las diferencias de enfoques, y a discrepar con altura de las ideas, sin atacar a las personas que las sostienen. Eso requiere de un entrenamiento no solo tecnológico, sino también cultural, ético y humano. Y ahí no son decisivas las edades, sino las capacidades”.

–Se habla mucho de respetar la diversidad. ¿Cuán difícil resulta deconstruir y volver a armar ciertos patrones?

–Sin diversidad ni diferencias no habría humanidad. Convivimos inexcusablemente con ellas y debemos coexistir armónicamente con ellas. De muchos desasosiegos, de una conversación con Fátima Patterson (Premio Nacional de Teatro), y de la complicidad con mi colega y amiga Katiuska Ramos, surgió Piel Adentro, un espacio por la inclusión, en el Café Teatro Macubá.

“Fue un puro aprendizaje el escuchar testimonios de personas con diferentes tipos de discapacidad, de mujeres insumisas, de longevos, de seres humanos con diversas orientaciones sexuales, de los artistas del cabaret, de aquellos discriminados por su origen geográfico. No solo hay homofobia, también hay gordofobia, viejofobia, orientalofobia…

“No podemos cansarnos, nos toca aportar en la construcción de una sociedad más inclusiva, más contemporánea; un país de personas más plenas, más felices. Siempre he dicho que todo el que tenga voz, que la alce, y desde el periodismo podemos hacer mucho; sin concentrarnos en fechas o campañas, sino como un goteo, capaz de preparar la tierra fértil para ser escuchados”.

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Como si de verdad hubiéramos tomado aquel ómnibus para bajarnos frente al camino que conduce hasta su portal y sentarnos sin probar una gota de café, porque Cedeño no se deja seducir por sus misterios, ahora mismo el tiempo es un verdugo. Agotado debe estar el periodista, el escritor, el hombre común… que ha respondido sin evasivas. No se queja. Reinaldo tiene temple de conversador impenitente. Pensamos en su blog, en los avatares cotidianos, en su resistencia y fidelidad.

–De la Isla, ¿te quedas con la espina?

–Esa y otras tantas preguntas se abalanzan sobre mí, como granizada. ¿Cuánto he podido aportar a la gente de mi país? ¿Cuántas veces me he conformado? ¿Cuántas olas he surfeado? ¿Cuánto me queda por navegar? No tienen respuestas fáciles. De los facilismos estoy harto.

“Si tuviera una motocicleta, tal vez reeditaría un viaje al estilo guevariano, por cada rincón de mi país… Entretanto, he hecho lo que he podido. Me quedo con la espina, para defender la rosa. Me quedo con la adarga y, sobre todo, con la cabalgadura. Cada vez que, desde mi voz o mis letras, he tocado a una persona, renazco, siento que mi país me abraza. No puedo vivir sin abrazos.

*Esta es una versión reducida de la entrevista que forma parte de un libro en proceso de edición por la Editorial Ocean Sur.

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Un comentario

  1. Me encantó la entrevista y el entrevistado. Espero por Ocean Sur para poder disfrutar de todo lo que le faltó a esta ‘versión reducida’. Hace tiempo,, desde Bohemia, donde se le admira, me sentí ‘tocado’ por la letras y referencias sobre Cedeño, y me incluyo en ese merecido abrazo con que lo envuelve su país.

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