Foto: Lys Alfonso Bergantiño
Foto: Lys Alfonso Bergantiño

Aramís Delgado: el mejor villano de la escena cubana

El prestigioso actor conversa con BOHEMIA sobre su trayectoria artística, con motivo de recibir recientemente el Premio Nacional de Teatro 2023


Rosario desnuda en la Plaza del Mercado, a la venta junto a su hijo y esposo. Rosario sana, joven, bella, espantada. “Ya sabes que siempre me ha gustado mucho la canela”, saliva don Mariano mirándola fijamente. El marqués de Asunción es un hombre influyente, dueño de esclavos, ingenios y haciendas. Cinco mil pesos y la puja a favor de don Mariano. Elegante, temerario, déspota. Rosario sirvienta atormentada por don Mariano. Rosario huye. Rosario azote, castigo, encierro. Violada, escupida, golpeada. Rosario débil y enferma. “Rosario, ¡perra cachorra!”.

Más de 20 años después del estreno en televisión nacional de Las huérfanas de la Obra Pía, a Aramís Delgado le persigue la frase que acuñó para referirse al personaje interpretado por la actriz Tamara Castellanos.

Galán y actor de carácter, el caballero y el Don de extensa trayectoria. Rostro icónico de la actuación en Cuba. Recientemente, obtuvo el Premio Nacional de Teatro 2023, honor que merecía hace tiempo.

Aparta del ojo la humedad, se abraza las manos y recuesta sus años en el sofá de su casa discreta. En este preciso momento, interpreta a Aramís Delgado:

“Siempre estoy haciendo teatro, aunque no esté en un escenario. Creo que es lo que más he amado en mi vida, y recibir un premio tan importante por lo que a uno le gusta hacer, es muy estimulante. Vuelves a tener deseos de seguir diciendo cosas. Me han llegado muchos elogios con este premio. Justamente, ayer estaba caminando y se detuvo una guagua entera para saludarme. Un señor mayor que barría la calle suelta todo para darme un abrazo y me dice: ‘Usted es el actor que más he admirado, deja que llegue a casa y se lo diga a mi señora’. Eso vale tanto”.

–¿Cuál ha sido la reacción del público ante sus personajes?

–Curiosamente, siempre ha sido positiva, a pesar de los personajes negativos que he interpretado. Me gustan los personajes bien escritos, buenos o malos. Al positivo le pongo acciones negativas, y viceversa, porque si no se vuelve un cliché, una caricatura. A veces la gente más peligrosa no es la que mira mal, sino la que muestra la cara del noble. Al negativo, búscale la acción positiva y ahí es cuando se vuelve peor, y eso es lo que atrapa al público.

Su vocación desde muy joven era ser actor. / Cortesía del entrevistado

–¿Cuándo empezó a actuar?

–Tenía la inquietud desde que era muy niño. Desde los seis años actuaba en la escuela. Me pusieron a representar un poema y todos los viernes me llamaban para hacerlo. Después vinieron obras. Estaba en una escuela en Punta Brava.

“Luego en el bachillerato en Marianao, con 16 años me mandaron para la Sierra Maestra junto a varios jóvenes. En las Minas del Frío tuvimos un entrenamiento muy fuerte, subimos el Pico Turquino tres veces. Después entré en la Escuela Oficial de Artillería, en Matanzas. Allí hice un grupito. Tenía gente que actuaba, cantaba; yo decía poemas y ya era el artista de las unidades. Después, en la Unidad 2100 de Artillería de Bacuranao, de la cual soy fundador, me preparé y monté monólogos. Uno de Edgar Allan Poe que tuvo mucho éxito”.

En 1962 se integró, ya como profesional, al grupo teatral Rita Montaner. Desde ese momento no se bajó de las tablas. Lleva alrededor de 60 años trabajando y más de 80 obras. El periódico Revolución del 7 de diciembre de 1963 presagiaba sobre Aramís: “Luce muy prometedor”. No se equivocó.

Con el grupo que había armado en el Ejército, presentó en el primer Festival de aficionados en el Payret una obra que se llamaba La comadre. Obtuvo el premio de actuación y Enrique Pineda Barnet lo escogió para participar en la coproducción soviética Soy Cuba, del director Mijaíl Kalatózov, en 1964. “Pero, qué va, no me dejaban desmovilizarme. Aunque me dieron un mes de permiso para trabajar en la película. Aprendí muchísimo con Kalatózov y con Serguéi Urusevski, el director de fotografía.  

“Después el lío era cómo recibir clases de actuación. Ya sabía del método Stanislavski, pues desde muy joven tenía un libro de actuación de Richard Boleslawski que me sabía de memoria. Hacía los ejercicios. Me dijeron de Vicente Revuelta, que estaba en el Icaic en aquel momento dando un curso de actuación. Me presenté, hice una prueba fortísima y me aceptó. Entonces, me escapaba del grupo de la unidad; los muchachos me cubrían para venir en la noche, pidiendo ‘botella’, a recibir las clases con Vicente.  

“En una de esas ‘botellas’ que cogía para llegar de Bacuranao al Icaic me recogió Reynaldo Miravalles. No lo podía creer. Me hice su amigo y me ayudó muchísimo. Él decía siempre: ‘Aramo, yo no sé nada del viejito este de la actuación’. Mentira, sí se lo sabía todo. Reynaldo siempre me insistió mucho en la caracterización del personaje. Hay que cambiar el físico, pero, sobre todo, lo que está adentro: la caracterización interna. Eso es a través del estudio, la observación, la imaginación y el trabajo artístico. Hay que ver obras de artes, oír música para prepararse. No es estudiarse la ‘letrica’, eso sería imitar una vida falsa. Hay gente con talento natural, pero hay que guiarlos, cultivarse”.

–¿Qué le dejó, siendo tan joven, la experiencia en el tercer cuento del filme Lucía y el trabajo con Humberto Solás?

–Humberto Solás me escogió para trabajar en el tercer cuento de Lucía. A (Adolfo) Llauradó lo conocía de Teatro Estudio, a Adela Legrá no. Ella era la guajira del amor. Una mujer fascinante, con un talento natural increíble que Humberto supo apreciar. Me adapté inmediatamente a ellos y las escenas fueron muy ricas. Fuimos a Gibara, casi todo el cuento lo hicimos allá. Yo había estado antes cuando el Ejército. Humberto era muy apasionado por el trabajo, filmaba mucho y después Nelson Rodríguez, que editaba, decía: “Ahora tengo aquí como 20 horas de filmación que debo dejar en 15 minutos”. Era difícil. Me involucraba en la edición, que tiene un valor tremendo en una película. Todo ese mundo me fascina.

–¿Qué significó en su carrera el grupo Los Doce (1968-1969)?

–Vicente Revuelta hizo un grupo de 12 actores y me llamó a mí, que había sido alumno suyo, para que fuera parte del grupo. Ahí estaba José Antonio Rodríguez, Flora Lauten, Michaelis Cué, Ada Nocetti… grandes actores. Este grupo fue muy importante porque estábamos desde temprano hasta la noche, era como un ritual. Todo el tiempo entrenándonos para la actuación. Sobre todo, los resonadores para la voz. Me gustaría ayudar a muchos actores, porque en este momento no se da ese tipo de técnica en la escuela. Eso es tan importante: saber colocar la voz y usarla. Fue muy bueno ese tiempo con Vicente.

Ha interpretado alrededor de 80 obras de lo más valioso del teatro cubano y universal. / Cortesía del entrevistado

–Y en Teatro Estudio, el decano de los grupos teatrales cubanos…

–Teatro Estudio fue un grupo escuela. Hice muchísimas obras con Vicente, Raquel Revuelta, Abelardo Estorino, Héctor Quintero. Le estrené a Estorino Ni un sí ni un no. Con Quintero: Si llueve te mojas como los demás, Mambrú se fue a la guerra… Trabajé varias veces con Miriam Learra, una actriz muy reconocida en el teatro. Fueron muchas las obras que protagonicé.  

“Una etapa muy buena en mi carrera fue cuando creamos José Antonio Rodríguez y yo el grupo de teatro Buscón (1983-1993). Estábamos en Teatro Estudio y dijimos: tenemos que formar un grupito más pequeño donde podamos hacer teatro clásico. Yo soy un actor de teatro clásico. Shakespeare es Shakespeare. Entonces, nos planteamos hacer Otelo, Hamlet…”.

–Hizo también el Ciclo de Teatro Clásico Cubano, con la dirección de Armando Suárez del Villar.

–De febrero a abril de 1981 tuve el protagónico de cuatro obras: El Conde Alarcos (José Jacinto Milanés), Baltasar (Gertrudis Gómez de Avellaneda), La hija de las flores (Gertrudis Gómez de Avellaneda) y El becerro de oro (Lorenzo Luaces). Cuatro obras en cuatro semanas. De martes a domingo estrenaba y el lunes era para ensayar. Tengo premios de actuación en todas. Fue muy significativo haber hecho tanto teatro en verso que no es fácil y ya no se hace. ¿Por qué no se hace? ¿Porque el público no iría? ¡Qué va! Si se hace bien, las personas asisten y lo disfrutarían muchísimo.

–El nombre de José Antonio Rodríguez en su vida…

–José Antonio era el maestro. Tenía mucho que ver con mis inquietudes y con mi estilo de actuación. En Buscónestaban Mónica Guffanti, Michelin Calvert, Jorge Hernández. Mario Balmaseda también se unió al grupo. Los asombrosos de Benedetti fue el primer espectáculo que hicimos. Eran seis cuentos y el poema Un Padrenuestro latinoamericano. Un espectáculo muy fino, vestíamos de negro y con bufanda blanca. Giramos mucho con esas obras y siempre fue una experiencia grata la acogida en países como España, Alemania, Portugal o Brasil. Los contratos eran muy atractivos, pero yo siempre regresaba a Cuba. No me arrepiento. Este público tan lindo me emociona. Dar alegrías a mi gente, a mi país, para mí es un honor.

–¿Cuándo fue la última vez que estuvo sobre las tablas?

–Hice teatro toda mi vida, intensamente. La última vez fue en Puerto Rico. Me invitaron a hacer La última tentación de Cristo e interpreté a Judas Iscariote, que gustó muchísimo. Después vine para Cuba y quise hacer más televisión. Notaba que tenía que ser más popular. En el teatro te conocen los que van a las obras, pero no el gran pueblo. Para esas personas tenía que hacer televisión, llegar a sus casas.

“La televisión y el cine quedan para la posteridad y lo ven muchas personas, pero también se depende mucho del director, la iluminación, la edición y, quizás en los mejores momentos que a uno le gustó, lo cortan porque no viene bien. Al teatro hay que ir y es breve, pero esa maravilla que es sentir el contacto directo con el público, nunca se repite. El teatro es un acto único e irrepetible. Aunque se tenga montado el personaje con todas las acciones psicofísicas, todos los días uno hace nuevo el personaje. Y si no se ve así, sería muy aburrida la vida”.

Virtuosismo histriónico, total dominio de los gestos y desplazamiento escénico caracterizan al actor. / Cortesía del entrevistado

–¿De qué se vale para encarnar los personajes?

–Yo uso mucho los elementos para actuar: el agua, el fuego, el aire o la luz. Si quiero dar un estado suave, soy una brisa leve y pienso en un árbol que se mece. Una ola cuando choca contra una roca, da fuerza e intensidad. En estos momentos, mira, soy un agua hirviendo y camino que me quemo. Empiezo a sentir esas sensaciones y da una imagen que no es convencional. En todo hay arte.

–¿Qué necesita ahora mismo, como creador de tantos años de trabajo, para regresar al teatro?

–El teatro siempre ha tenido muy bajos sueldos, incluso, siendo primerísimos actores. Entonces, en la televisión hacía una novela y ganaba más dinero; eso también motivaba. A veces me presentan papeles pequeños y trato de sacarle lo más que puedo. Les invento cosas nuevas, hablo con los guionistas para mejorar sus escritos de una forma u otra.

“En este momento, tengo un sueldo muy bajo, para los tiempos que vivimos. La jubilación antigua no me la han renovado; ahora que tengo el Premio, necesito seguir luchando, porque voy dos veces al agro y ya no queda nada. Tienen que ver eso con el Premio también. Tienen que valorar a los que decidimos estar acá.

“Ya estoy mayor, pero sí quiero hacer teatro. Me siento joven por dentro y fuerte. Necesito un buen texto, porque el teatro requiere un buen texto y un director que tenga la magia. Si llega, lo haría con mucho gusto”.

El niño de botas enormes, short, camisa y sombrero de guano que se iba escondido de los demás a dibujar las ruinas del Ingenio Taoro, es el mismo niño de 80 años que se sonroja al mostrarme sus cuadros de paisajes y colores. Los enseña tímidamente, cual travesura del alma. “No tienen valor alguno. Los hago de manera intuitiva, para relajar”, confiesa.

Percibió que la vida era una representación a la que había que añadirle matices, texturas, emociones y el arte sería el instrumento para ello. Podía haberse dedicado a la pintura, pero escogió interpretar otras vidas, verlas nacer, matarlas para dar a luz nuevas y eternizarlas en el imaginario popular.

–¿Qué es la actuación para Aramís Delgado?

–Dice Marlon Brandon que mentir para ganarse la vida: eso es la actuación. No lo creo así. El artista debe decir cosas que están más allá. Es la magia del arte y del ser humano, el misterio, las miradas, lo que no se ve: los colores de la vida.

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2 comentarios

  1. Muy buena tu entrevista, me ha gustado conocer más d cerca la trayectoria d este gran actor de nuestra escena al que he admirado en cada personaje q he visto . Felicidades Aramis Delgado ojalá podamos seguir disfrutando de tu arte y magisterio.

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