Los pasos de Deyanira Isaac Atermant son conocidos en el callejón de finca Pratt. Todos los días atraviesa el camino, ya sea a pie o montada en su bicicleta, bajo la sombra de los cocoteros, matas de mango y chirimoyas que marcan los linderos de las casas.
A su paso, salen vecinos para contarle algún problema o vicisitud; en otras ocasiones, es ella quien se encamina a visitar algunas de las familias declaradas como vulnerables en esa comunidad del municipio artemiseño de San Antonio de los Baños.
Desde hace años, la joven decidió convertirse en trabajadora social, que es algo como un sacerdocio porque exige entrega total; en muchos casos escucha confesiones, da consejos y transmite esperanzas.
Según cuenta, al terminar duodécimo grado, en el Instituto Preuniversitario Cuba Socialista, optó por incorporarse al programa de trabajadores sociales surgido en el año 2000 por iniciativa del Comandante en Jefe Fidel Castro.
Graduada en la Escuela de Cojímar, en 2006, señala que la experiencia de esos años fue intensa. “Participé en varias misiones. Me marcó mucho la Batalla Energética, pues se entregaron equipos muy necesarios.
“También me acuerdo cuando el huracán Wilma acabó en Playa Santa Fe, en 2005. Muchas personas lo perdieron todo y nosotros estuvimos con ellos inmediatamente que el ciclón pasó. Hicimos el levantamiento de lo que hacía falta. Les entregamos colchones, camas… las personas estaban muy agradecidas”.
A la par de esa labor, Deyanira también realizó los estudios en Psicología, mediante el curso para trabajadores. Era una manera de complementar lo que ya había comenzado.
Tenía 24 años cuando dejó las funciones de trabajadora social y comenzó como especialista de recursos humanos en la Empresa Militar Industrial Emilio Bárcenas Pier. Luego pasaría a ser secretaria ejecutiva en el antiguo Ministerio de la Industria Sideromecánica.
“A los 28 años salí embarazada y ya me resultaba imposible dar viajes tan largos entre San Antonio de los Baños y La Habana”, acota. Cuando nació Evian Yulio Piedra Isaac, el mundo le cambió. “Me dediqué a la maternidad y el 4 de abril de 2016 me reincorporé como trabajadora social en mi municipio”, dice.
Tocando los problemas y el alma
En compañía de Deyanira recorremos algunas de las viviendas de finca Pratt. Señala que el asentamiento surgió de forma ilegal y que no existe infraestructura: mal estado de las viviendas, carece de calles, redes eléctricas, telefonía fija y sistema para el agua (en ese momento estaba en vías de solución), entre otros problemas.
La joven destaca el trabajo coordinado de los actores del Gobierno y las organizaciones políticas y de masas en aras de impactar en el barrio. Sin esa unidad, sería imposible desarrollar este programa, que no consiste solo en solucionar los problemas materiales, sino también los relacionados con el empleo, el alcoholismo y otros males sociales.
Resalta que atiende a personas vulnerables de cinco circunscripciones. “Pero los habitantes de finca Pratt piensan que solo los tengo a ellos. Aquí están identificadas ocho mujeres con tres o más niños menores de edad. Por ahora, cuatro serán beneficiadas con viviendas que se construyen en la cabecera municipal. Entre estas está Yeline Rodríguez Orozco, a quien vamos a visitar…”.
Avanzamos por el callejón hasta que nos detenemos. “La reja tiene el candado puesto; parece que no está en casa”; insiste, la llama varias veces. Al fin, la muchacha aparece y abre el portón. Hechas las presentaciones, accede a conversar con nosotros.
Entramos hasta la parte de atrás de la desvencijada casa de madera. Sin sentarnos, hablamos en lo que parece ser la terraza, donde hay varios tanques para almacenar agua.
Yeline tiene 27 años y es natural de Santiago de Cuba. Comenta que decidió venir con el padre de sus hijos más pequeños para este municipio artemiseño. Ahora está separada y tiene la esperanza de que le asignen una casa por su condición de madre con más de tres pequeños.
Un llanto interrumpe el diálogo. Ella se disculpa, entra a la habitación y trae en los brazos a un hermoso bebé de 10 meses de nacido. Él se aferra a la mamá y nos muestra una sonrisa, sin conocernos. “En cuanto pueda ir al círculo infantil me quiero incorporar al trabajo pues soy maestra de la enseñanza primaria”, sostiene.
-¿Y los otros niños? –le pregunto.
-Ahorita vienen por ahí. Están en la escuela”.
-¿Queda lejos? –vuelvo a indagar.
-No… por suerte. Es en la comunidad aledaña a finca Pratt, en el reparto Raúl Hernández Vidal.
Confiesa Deyanira que los casos de los niños que permanecen en viviendas en mal estado la conmocionan. “Sabes, después que tuve a mi hijo me afecta más, no puedo ver a los niños pasar trabajo. Eso me toca muy profundo”, expresa con rictus de tristeza.
Cuando conversa con sus vecinos, ella no solo es trabajadora social, también actúa como psicóloga: les habla para que se protejan, que se cuiden y no vuelvan a salir embarazadas; también exhorta a aquellas que no trabajan a que se incorporen a alguna labor. Otra tarea es motivar a la población para que se comprometa y participe en todos esos procesos como principal protagonista de lo que se hace en la comunidad.
Katia Sanrregré Pérez es de las que vive en condiciones difíciles. Reconoce que es una de las tantas personas que construyó ahí de forma ilegal. No había agua ni electricidad, esta última la obtenían ilícitamente. Aquí construyó y creó su familia; hoy tiene cinco hijos y no tiene vínculo laboral. “El más pequeño es asmático, la casa se moja mucho, hay humedad… anoche mismo lo tuve que llevar al médico”, señala y agrega que en días de lluvia en la casa caen gotas por todas partes.
Es ella una de las beneficiadas por la seguridad social: recibe 5 640 pesos. Deyanira revela que en estos últimos tiempos ha aprendido más de la vida: “Cuando veo a las personas con esas escaseces no me quejo, creo que soy afortunada y tengo mucho”. Siente que a veces se agota; no obstante, subraya su decisión de no abandonar esas funciones: “Si vuelvo a nacer, elijo ser trabajadora social”.
Un comentario
Linda y muy cierta,