La niña y la Virgen

Comenzó a venerarla sin querer, aunque parezca raro. La miraba en lo alto de su altar improvisado, desde la distancia invisible que existe entre la imagen santa y el ser agnóstico. Era apenas una niña que iba, impulsada por el padre, a ponerle una vela blanca a la Virgencita de la casa. Llegaba en silencio, con la mente perdida entre tantas dudas. Miraba quemarse el pabilo y parecía hipnotizada por la llama que iba derritiendo la cera.

Le parecía tan ilógica la fe paterna. ¿Qué raros pensamientos le harían creer al hombre que a esa imagen le era posible concederlo todo, hasta milagros?, se preguntaba. Por eso, nada pedía. Así quedaba quieta por un breve tiempo, sin tema para conversar con ella, sintiendo, sin embargo, un respeto que, muchos años después, tampoco podría explicar.  

Aquel ritual familiar se repetiría cada vez que al padre se le ocurriera comprar velas blancas. No importaba la fecha, ni si había o no enfermos por quien interceder ni peticiones especiales que hacerle a la Patrona de Cuba, simplemente por el deseo, o quizá el deber, de mostrarse respetuoso ante aquella pequeña estatuilla traída de Santiago de Cuba como recuerdo, tantos años atrás.

El Santuario del Cobre es la primera iglesia que guardan sus recuerdos infantiles, aunque en su pueblo existían varias. Tendría unos diez años cuando subió con su familia por primera vez las escaleras del templo, un día en el que el calor parecía exprimirles el cuerpo a los peregrinos. Lo más probable es que fuera agosto, aunque es imposible precisarlo. Quizás, septiembre, a juzgar por la cantidad de personas que se apretaban en los bancos o se aglomeraban en los pasillos.

La iglesia estaba desbordada: no cabía ni un alma más, pero seguían llegando personas desde las más remotas partes de Cuba. Eso lo entendería unas cuantas décadas después, cuando conociera la historia de un padre habanero que caminó hasta el santuario para pagar la promesa por su hijo.

De aquel día en que su familia la llevó a conocer la casa de la Virgen, recuerda una larga cola de fieles esperando impaciente para subir por una escalerilla estrecha hasta un sitio privilegiado desde donde se veía muy cerquita la imagen dorada, hermosa, casi mágica. La Virgen de la Caridad del Cobre, cubanísima.

Aprovechó aquella experiencia cuanto pudo, como un descubridor cuando llega a una isla desconocida. Aún le impresionan los cientos de ofrendas de madres que habían entregado la primera ropita de sus bebés, las pelotas de beisbol de los ganadores de varios campeonatos, los manuscritos de las tesis y los títulos de los graduados… Y aquella cantidad de girasoles, de ramos blancos y de velas. De lo que ella hizo, de lo que dijeron sus padres, casi nada recuerda. Lo impresionante fue la gente que había llegado hasta allí y lo que había ido a entregar o a pedir, incluyendo a aquellos deportistas famosos que, todo le indicaba a su mente asombrada, habían logrado subir al podio ayudados por la Virgen.

No sabe qué misteriosos caminos ha de recorrer el hombre, y la mujer, para descubrir la fe. Está segura de que por herencia no es justa. Cada cual debería poder escoger si creer o no, y en qué o en quién, por libre pensamiento. Lo que sí puede asegurar es que ningún influjo fue tan poderoso como los hilos de la propia vida, que la situaron pidiéndole ayuda allí donde una vez había dudado, y entonces las palabras le nacieron claras como la vela que ella misma le había llevado.

Desde entonces, le emocionan los cantos que la reverencian, los detalles del cuadro que le dedicó el pintor Cosme Proenza; las flores del altar, en la catedral de San Isidoro, donde quedó la huella de ese gran artista holguinero; le apasiona la historia que cuenta sobre su aparición, en las aguas de la Bahía de Nipe, hace más de cuatrocientos años, y la gran imagen de casi tres metros de altura, que recuerda al caminante que fue en Barajagua donde tuvo su primera morada.  

Muchos años después, mientras piensa en aquellas primeras velas puestas a regañadientes, sonríe. Quién sabe qué lecturas habrá tras una llama que arde ante una imagen. Ella solo podrá hablar de las suyas, y hacer lo que disfruta: contarlas.  

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4 comentarios

  1. Muy de acuetdo en que cada persona tenga el derecho de creer o no. La experiencia de fe es única en cada ser humano, ella se crea, se recrea y hasta puede transformarse. Hermosa crónica la que acabo de leer.

  2. muy hermosa la crónica de nuestra virgen msmbiss, que acompaño a todos nuestros luchadores desde el siglo XXI, hasta nuestros días , incluyendo a intelectuales de Renombre como Ernesto Hemingway.

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