De sabiduría popular, humor criollo y laboriosidad se llena la sala 6B del Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras cuando aparece María Esther Izquierdo Díaz con sus instrumentos de limpieza
A María Esther Izquierdo Díaz nadie la conoce por su nombre. ¿Cómo?, pregunta el despistado, dudoso de lo que ha escuchado. “Azuquita, Azuquita me dice todo el mundo”, precisa ella, con la sonrisa estirándole la mascarilla. Entonces una carcajada musical limpia el ambiente de la sala, como el incienso que rompe la mala vibra. A Azuquita no la detiene la tristeza. Quizá la ha tenido amontonada en tantos rincones de sus 65 años que ha decidido esquivarla. Debe ser por eso que la aparta de ella y tiene la capacidad de aliviársela a la gente.
Cuando llega, ataviada con sus vestiditos cortos de estampados florales y colores alegres, todo cambia en la sala donde aguardan pacientes por la cirugía o luchan los recién operados por su recuperación. La enfermera de guardia la mira y un gesto divertido, simulando la burla, le encorva las cejas y le tuerce los labios. Se encienden luces de colores cuando abre la puerta con sus dicharachos. Pronto andará de verde y blanco, arrastrando el carrito de la limpieza por esta sala que no es la que le toca, pero viene a ayudar porque “estos pacientes también me necesitan”.
Azuquita nació en el año ’59 y ha vivido más de lo que cuenta. Tampoco nadie le pregunta demasiado. Tiene el poder de hipnotizar solo con inclinar el cubo rojo y lanzar agua por los cubículos y los pasillos. “Como usted ya nadie limpia”, le dice la secretaria. Y no miente.
—Hay que limpiar, la gente no quiere limpiar. Yo sí —dice sin darse la vuelta, mientras le saca brillo al pasillo de la sala de trasplante del Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras—. ¿Viste que lindo?
Le dicen que sí, que parece un cristal el piso. Y ella vuelve a agarrar el cubo, bota el agua sucia y se encamina hasta una de las habitaciones. Bromea con el acompañante y le asegura al paciente que pronto estará de alta, que se le ve en la cara. Ellos quieren creer que es verdad, y que la mujer delgada e inquieta tiene poderes adivinatorios o magia en esa cantidad de collares que no esconde debajo de la ropa de hospital.
—Me gusta ver limpieza —dice, moviendo el agua por todo el espacio para luego sacarla con el haragán—. El agua con cloro se lleva los microbios, se lo lleva todo.
Arrastra las camas para alejarlas de la pared y poder limpiar bien cada rincón. El agua fluye, como si en el cuarto hubiese un manantial. A ella parece no importarle que, entre más eche, más deberá secar.
—Todo sale con el agua, ¿viste? —dice, mostrando un rollito de cabellos que recoge con sus manos, protegidas por los guantes.
Estriega la colcha dentro el cubo y agarra el trapeador. Toca secar.
—Mira, Azuquita, quedó un charquito aquí y otro allá —señala una acompañante, temerosa de que algún paciente vaya a resbalar.
—Eso es que ustedes son hijos de Yemayá, por eso quedan estos charcos —suelta la pícara y se apura en borrar las señales de humedad.
Muchos le preguntan si es oriental, por esa manera peculiar de soltar refranes y su cercanía cariñosa, pero a sabiendas de los límites y el respeto. Ella precisa que no, que nació en Maternidad de Línea, aunque sus padres son de Pinar del Río.
Antes había trabajado ya en el hospital Ameijeiras, pero la vida le puso delante algunos otros caminos muy diferentes y ella los escogió. Ahora quiso volver y la contrataron en el quinto piso, donde están los salones de operaciones. La edad no importa si hay ánimo y ganas, asegura ella, muchacha entrada en años que mueve con gracia su cabello trenzado y posa para la foto, “sacando cadera”, como la más profesional de las modelos.
—Vas a hacer famosa y no lo sabes —bromeo.
—¿Verdad, mi amiga? Tenía que haber traído el vestidito cortico para la foto —suelta ella y adopta otra pose más para una instantánea que no será publicada en ningún medio oficial, aunque muchos en la sala la guardan en sus móviles como recuerdo.
—¿Y te gusta más limpiar en los salones?
—Me encanta. Saco el salón ‘encuerito’, lo saco to’ pa’ fuera —asegura, tratando de explicar cuánto trabajo queda por hacer después de que terminan las últimas suturas y el movimiento de las camillas que salen del quirófano—. Baño las paredes con cloro y después con detergente. Está bonito este hospital, ¿no es verdad?
Es una pregunta retórica. Ella no quiere que le digan ni que sí, ni que no: está segura. Aprovecha su momento de gloria y al público hipnotizado por su laboriosidad para seguir mostrando sus saberes:
“En este país hay gente que trabaja cantidad —comienza su monólogo—. Yo trabajo con amor porque hoy es ella, pero mañana puedo ser yo —dice mirando a una paciente semidormida en un sillón colocado en el pasillo, mientras espera a que Azuquita termine de limpiar para ocupar su cuarto—. Al ‘consolidado’ debemos ir todos”.
Hacía muchos años que no escuchaba esa palabra. Consolidado. La usaban mucho en mi casa, en el Oriente de Cuba, cuando había que llevar algún electrodoméstico a un taller de reparaciones.
Pienso en el significado del término y en su origen: Del latín consolidare, derivado de solidare (hacer sólido). Azuquita sabe más: tiene a la vida como a su gran maestra. Por eso, mientras la frazada va dejando el piso como un espejo, ella hilvana consejos que parecen chistes, o chistes que podrían ser consejos:
“La mujer, cuando llega a los 50 años, no quiere hacer el amor. Hay que hacer el amor —insiste—. Después vuelven locos a los médicos con dolores o tomando pastillas. No, ¡a hacer el amor!
Su audiencia prorrumpe en una carcajada. Alguna cincuentona asiente y bromea con otra. Hasta la paciente despierta de su modorra y se ríe. La sala florece, y Azuquita continúa:
“Lo mío es irme para la fiesta, para la Piragua a bailar —y menea la cinturita de avispa con tal sandunga, que uno puede imaginarse lo que se divierte mientras toca la orquesta—. En la vida lo importante no son los trapos, ni las cosas. La gente que tiene mucho en su casa va a la fiesta y no goza porque nada más está pensando: ¡ay, que me roban! Y se van temprano por el miedo. Yo me quedo hasta la madrugada, y después me voy al malecón a oír al hombre de la guitarra. Yo vivo con alegría”.
Lo dice ella quien, según cuenta, tiene una casita tan humilde que cuando llueve se encharca más adentro que afuera. Lo dice ella que, cuando llega de limpiar en el hospital, lanza agua al pasillo que da paso a las casas del fondo y lo limpia sin pedirle ayuda a los vecinos.
—¿Cuándo vienes de nuevo? —pregunto, cuando ya va recogiendo los instrumentos de limpieza, un viernes, al filo de las cinco y treinta de la tarde, para marcharse.
—Mañana.
—¿Mañana sábado?
—Claro. ¿Y qué voy a hacer en mi casa? Aquí me divierto con ustedes.
—¿Y tú no tomas pastillas?
—Polivit y ácido fólico. Para dormir nada. Yo duermo sola: lo mismo parada que sentada. Si se me cierran los párpados, ahí mismo me duermo. Pero es malo dormir mucho porque se pierde tiempo de vida. Y la vida es para gozarla.
7 comentarios
Muy bella entrevista. Hermoso reconocer el trabajo de quienes laboran en estos servicios, que muchas veces pasan desapercibidos para los simples mortales.
Excelente artículo, refrescante, picaresco y lleno de alegría tan importantes en estos tiempos, una historia de vida. Conocí a la protagonista de la historia y es tan así como se refleja, desborda amor en su quehacer y un gran sentido de pertenencia por esta institución insigne de la medicina y de Cuba
Liu….presentame a Azuquita….qué entrevista más sabrosa. Quién la atrapara para la TV. A pesar de todo y contra viento y marea sobreviven nichos de optimismo entre nosotros. Me sumo a Azuquita!!!
Puedo asegurarte que en TV se roba la pantalla, el público y todo lo que exista. Es una maravilla. Un abrazo grande, Salvi.
Soy testigo del trabajo de azuquita, es maravillosa, estoy compartiendo aún días en dicha sala donde labora y estamos encantados y felices cuando hace su entrada en los cubiculos, mis felicitaciones a ella por su trabajo, por su alegría que nos transmite a todos.
Lindas palabras mamá. Estoy feliz porque ella los alegra
Me encanta, hermosas palabras. Conocí a Azuquita por una videollamada porque mi familia está ahí y se divierten mucho con ella, les alegra el día…. Muchas gracias por tu excelente trabajo, ya nadie lo hace con ese amor. Muchos abrazos para ti Azuquita