Ocurrió en aquellos días del llamado Período Especial. Amelia Rodríguez tenía ante sí la disyuntiva: esperaba el ómnibus, que era casi como sacarse la lotería, o se iba a coger una “botella”. Finalmente optó por la segunda variante, para tratar de llegar a tiempo al Hospital Nacional. Desde que las guaguas empezaron a escasear, comenzó a experimentar el llamado “botelleo”.
Unos choferes paraban de buena gana, otros no. Amelia prefería aquellos que lo hacían de buena voluntad. Por eso buscaba un punto de la carretera, y se detenía bajo la sombra de un framboyán, a veces con cara de cansancio, otras de sufrimiento. Esta última pose era la que más llamaba la atención.
Así ocurrió esa mañana en que debía estar temprano para ver al médico. Pasaron más de cinco camiones y ningún chofer se detuvo. Fue el sexto el que paró. Era un camión de la otrora Unión Soviética, que al parecer andaba más por la voluntad del dueño que por su tiempo de vida.
–¿Hasta dónde va? –le preguntó, sin darse cuenta, porque sabía de antemano que a los conductores no les agrada eso. En efecto, cuando iba a ofrecer disculpas, ya el hombre le espetaba.
─¿Para dónde va usted?
─Bueno, hasta el Nacional. Aunque sea cerca, me da igual…
─Tiene usted suerte, paso cerca –respondió él en un tono más suave. No obstante, agregó: No me tire la puerta.
Por varios minutos fueron un par de extraños. Él manejando con la vista fija en la carretera, sin distraerse. Ella observando absorta algunas fotos pegadas en la cabina: entre las que sobresalía una muchacha de unos 20 años, trigueña, de pelo largo, muy bonita. “Debe ser su hija”, pensó Amelia.
Más abajo, había dos corazones atravesados por una flecha con el letrero de Pedro y Yusimy se aman. “¿Acaso será él?”, volvió a hablar consigo misma. Esta vez clavó su vista indiscreta en el rostro ladeado del hombre. Debía de tener unos cincuenta y tantos años, quizás menos, las arrugas de su frente y algunas canas entre su pelo rizado lo delataban.
El hombre descubrió que lo observaban:
─Ya no se ama como antes – dijo sin más ni más.
─¿Por qué lo dice, ha tenido muchas malas experiencias? Aún queda gente que se ama como Romeo y Julieta, los tiempos cambian, pero no el amor.
─Esas son historias… bonitas historias, una me dejó casi loco.
─¿Es ella? ─interrogó Amelia.
─Sí, tiene 22 años. He vivido la pasión más grande de mi vida, tanto que hasta abandoné mi hogar –dijo.
─¿Qué ocurrió entonces?
─Vivimos momentos muy lindos, pero a los seis meses ella decidió terminar la relación. Me enfermé. No tenía ganas de comer ni de bañarme. Pedí a mis jefes que me mandaran para la capital, ahora estoy en un contingente. No quiero saber nada de Oriente.
–A lo mejor hubiera podido recuperar la relación.
─Aquí el loco fui yo. Mire usted, hace 20 años, un hermano mío se suicidó por una mujer. Entonces, yo, tan joven como él y un verdadero machista, grité que era un cobarde y hasta una mala palabra que me da pena decirle. ¡Han tenido que pasar dos décadas para que comprendiera a mi hermano! Nunca me había enamorado de verdad.
–Usted ha sido un afortunado, hay quienes andan por la vida sin conocer el verdadero amor –le dijo para consolarlo.
Él quedó callado. Y ella agregó: –El escritor Gabriel García Márquez dijo en una de sus novelas que lo único que le dolía de morir es que no fuera de amor.
–Ya usted ve, habla de un escritor, pero soy un simple mortal, un chofer enamorado. Eso no es bueno para el timón, es casi como andar borracho en la carretera. Más de una vez me he tenido que parar para no chocar…
Fueron esas palabras las que hicieron reaccionar a Amelia…
–Hombre, no lo tome tan a pecho. Mire bien, que tiene que andar con precaución.
–Cogió miedo, ¿verdad?
–Algo…
–No se preocupe, ya lo peor pasó. A propósito, ¿dónde usted se quedaba?
5 comentarios
Preciosísima crónica, me encantó. Esta niña, orgullo legítimo de su natal Pijirigua, y que increíblemente acaba de jubilarse en Bohemia, sin duda que aún tiene mucho que darnos con sus letras de amor infinito. Gracias, Nievesita
Querido Victor, siempre tan amable. Gracias por tus palabras.
Genial, me encantó
Adrian, gracias.
ay, sí, la verdad me encantó. saludos