Proa de proas

Él con nosotros, y nosotros con él


En la obra de José Martí, iluminada por la poesía, las imágenes están llenas de vida. En su Diario de campaña lo anecdótico trasciende como realidad y como alegoría a la vez. Lo confirman las peripecias del desembarco en la Playita de Cajobabo desde el punto donde, lejos de la costa y en noche borrascosa, el capitán del vapor Nordstrand dejó a los expedicionarios: Martí, Máximo Gómez y cuatro fieles acompañantes.

Con la concentrada expresión “Dicha grande” Martí resume la llegada a suelo cubano y anticipa la felicidad que él viviría, como nunca antes, en los rigores de la contienda emancipadora. De la travesía del bote en que los expedicionarios alcanzaron tierra, anotó como al pasar: “Llevo el remo de proa”. ¿Mera casualidad?

En líneas precedentes, sobre lo que desde el Nordstrand alcanzó a divisar del extremo oriental cubano, había escrito: “Pasamos […] rozando a Maisí, y vemos la farola. Yo en el puente”. Después de larga y necesaria ausencia física de la patria, disfrutaría estar lo más cerca posible de ella, aunque fueran los centímetros que le propició remar en la proa del histórico bote.

¿Podría separarse ese hecho de su fundada conciencia sobre el valor de su desvelo personal para los destinos de Cuba? De vocación misional ajena a vanidad y alardes, el 6 de julio de 1878 –todavía frescos los estragos anímicos del Zanjón– le escribió a su amigo mexicano Manuel Mercado: “¿He de decir a V. cuánto propósito soberbio, cuánto potente arranque hierve en mi alma? ¿Que llevo mi infeliz pueblo en mi cabeza, y que me parece que de un soplo mío dependerá en un día su libertad?”.

En suelo cubano sufrió contradicciones que no le frustraron su felicidad por la unión que veía predominar entre sus compatriotas. Disfrutó las maravillas de la naturaleza y el esfuerzo propio, y nada lo desvió de su afán por darle a la patria la institucionalidad revolucionaria que facilitara la soltura del Ejército Libertador, y garantizara –desde la guerra– el mejor espíritu republicano.

Deber patrio y científico

Ese empeño era otro remo de proa para mantener el rumbo y asegurar que, incluso si el timón se perdía –como de hecho sucedió en el bote durante el desembarco–, perdurase la guía necesaria. Se intentaba lo grande y contra obstáculos tremendos, no cabía alimentar pesimismos. Pero en “Crece”, artículo de Patria el 5 de abril de 1894, había admitido que la revolución podía ser derrotada.

Lo hizo para advertir: “En lo que cabe duda es en la posibilidad de la revolución. Eso es lo de hombres: hacerla posible. Eso es el deber patrio de hoy, y el verdadero y único deber científico en la sociedad cubana”. Tan gran deber reclamaba luz y ética: “Si se intenta honradamente, y no se puede, bien está, aunque ruede por tierra el corazón desengañado: pero rodaría contento, porque así tendría esa raíz más la revolución inevitable de mañana”.

No era él de quienes –como autonomistas y anexionistas– se resignaban a lo que pareciera posible. En su carta póstuma a Manuel Mercado, fechada 18 de mayo de 1895, resumió cuál entendía que era su deber, y mencionó fuerzas que se le oponían dentro de Cuba. Se refería a “la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante –la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país–, la masa inteligente y creadora de blancos y negros”.

Ya entonces tenía gran peso el expansionismo estadounidense, que él –como se lee en esa carta– se propuso “impedir a tiempo”, afán insoslayable frente a la potencia que se preparaba para adueñarse de nuestra América y lanzarse contra el mundo. Aún habría que vencer al Ejército español, pero contener los planes de la nación norteña era tan apremiante que Martí le escribió a Mercado: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.

Y eso incluía enfrentar a “la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le piden sin fe la autonomía de Cuba, contenta solo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de su oficio de celestinos”, la posición de prohombres ya mencionada.

Los asomos autobiográficos de Martí en Versos sencillos (1891) ubican en su niñez su primer juramento revolucionario: “lavar con su vida” –no “con su sangre”, como a veces se ha citado erróneamente– “el crimen” de la esclavitud, que en el mismo poema llamó “la gran pena del mundo”. El dato es relevante, porque ya no se trataba en particular de la esclavitud de viejo tipo, sino de la esclavitud en general.

Antes, en el periódico estudiantil El Diablo Cojuelo (19 de enero de 1869), había repudiado a beneficiarios de la antigua esclavitud, enemigos de la independencia de Cuba: como “esos que llaman sensatos patricios, y […] solo tienen de sensato lo que tienen de fría el alma”.

“Las palabras de Martí de hoy no son de museo, están incorporadas a nuestra lucha y son nuestro emblema, son nuestra bandera de combate”, expresó el Che. / Autor no identificado.

Con los pobres de la tierra, sincera democracia

Todo le fortalecía la perspectiva con que el 24 de enero de 1880, en el Steck Hall neoyorquino –pronto hizo publicar el discurso en folleto con el título Asuntos cubanos– sostuvo: “Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”. Refutó a quienes, por “amor exagerado de sí propios, –leerán atónitos este para ellos cuadro extraño, donde […] no se refleja en un solo punto su urbana y financiera manera de pensar”.

No solamente por identificación emocional y por sus propios orígenes humildes quiso echar su suerte “con los pobres de la tierra”, como expresó en Versos sencillos. En un artículo de Patria del 24 de octubre de 1894, titulado precisamente “Los pobres de la tierra”, abundó en los fundamentos de su decisión.

En ese texto enalteció especialmente el aporte de los más humildes a los fondos de la guerra y, junto con esperanzas, expresó convicción sobre la magnitud de la tarea: “En un día solo no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano”.

Frente a retos, decisión de luchar. Aún no se había logrado la independencia, y en el Patria del 14 de marzo de 1893 vaticinó: “Volverá a haber, en Cuba y en Puerto Rico, hombres que mueran puramente, sin mancha de interés, en la defensa del derecho de los demás hombres”.

La base programática del vaticinio la sustenta Nuestra América (enero de 1891), ensayo donde señaló la raíz de los déficits de las repúblicas de la región, que desde su proceso de independencia habían incumplido un deber esencial: “Con los oprimidos había que hacer causa común para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.

Con esas ideas crearía el Partido Revolucionario, en cuyas Bases sintetizó aspiraciones cardinales, como “fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia”. En alguien con su dominio del idioma y su consecuencia entre palabra y acto, los adjetivos nuevo y sincera remiten al contraste con las llamadas democracias de entonces, que él conoció desde dentro en España, nuestra América y los Estados Unidos, cuando en ese país, vendido como paradigma de libertad y democracia, se gestaba el imperialismo.

Ejemplo personal y rendición de cuentas

La emancipación defendida por Martí exigía virtudes que en él eran naturales –modestia, austeridad, honradez– y debían caracterizar a quienes pretendieran dirigir a un pueblo. Con su ejemplo personal brilló la escrupulosa administración de los fondos del Partido Revolucionario para la guerra, y se institucionalizó la rendición de cuentas de los dirigentes a los electores, junto con la posibilidad de estos últimos de destituir –en un proceso estructurado sobre elecciones anuales– a quienes los dirigieran.

“Martí es y será guía eterno de nuestro pueblo”, manifestó Fidel. / Autor no identificado.

Martí imantaba a sus seguidores con una conducta que le daba derecho a reprobar que un jefe, por muy heroico que fuera y mucho que él lo admirase, llevara atuendos y atributos que resultaran ostentosos, incoherentes, ante un ejército de pobres. De eso también da fe su Diario de campaña.

Si Fidel Castro declaró a Martí autor intelectual de los hechos del 26 de julio de 1953, vale considerar que también pudo tenerlo en mente al exponer su concepto de pueblo, si de luchar por la libertad y la justicia se trataba. Y en la introducción al primer tomo de la edición crítica de las Obras completas del Maestro, lo definió como “guía eterno de nuestro pueblo”.

Quien llevó desde 1953 el timón de la Revolución Cubana, vio siempre a Martí con el remo de proa, y el ejemplo de ambos sigue convocándonos. No solo debemos acudir a su palabra, a su pensamiento, en busca de aprobación, sino también de aquello en que podrían impugnarnos o exigirnos afinación y perfeccionamiento en el rumbo. Y este estará inseguro mientras no se haya logrado plenamente la república moral que Martí quería para su patria, y demanda que el timón tenga cada vez mayor presencia colectiva.

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