Un año nuevo con la música en aleatorio

El 2022 quedó atrás. Se fue con la liviandad del tiempo transcurrido. No pudiera decir que los dolores quedaron para siempre condensados en él. Como si tomarse una copa de sidra a las 12 de la noche del primero de enero bastara para reiniciarse. Sería una gran mentira, pero una mentira que nos encanta, porque en ella hay tanto de falsedad como de esperanza. En virtud de esa mentira cronológica que nos contamos para sobrevivir al espanto, diré que el 2023 empezó variopinto, incluso, desde la música hermosa y gratificante.

Salí de mi provincia natal, Holguín, para poner los pies en el pavimento tibio de Santa Clara y, aunque enero es friolento, siempre noto una calidez extraordinaria al visitar esa ciudad en los tiempos cuando Longina canta a Corona. A pesar de que temía encontrar un pueblo carcomido por las crisis (sanitaria, económica, vital) hallé un sitio como el que visité cuatro años atrás: culto, divertido, limpio y ordenado.

La Trovuntivitis, proyecto al que también rindió homenaje este año el Longina y que siempre logra iluminar la ciudad con esa Luna Naranja y los conciertos de trovadores como Nelson Valdés, Amaury del Río, Ariel Barreiros y Freddy Laffita, llenaron mi alma. Me recordaron esa yo de la universidad que no se perdía una peña. De ahí me llevé las canciones Entre la luna y yo, de Leonardo García; Ana, del antiguo Trío Enserie; por supuesto, La canción del guardavías, de Ariel y un par de amigos nuevos.

A la izquierda el trovador Ariel Barreiros y a la derecha el joven repentista Marcos David Fernández, el “Quíquiri de Cisneros”. Foto: Miguel Ángel Castiñeira

De ellos escuché a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y como “vencedores vencidos», nos fuimos a Matanzas junto a un largo aleatorio de rock nacional argentino.

A la salida de Santa Clara, dejábamos atrás el memorial solemne del Che Guevara mientras sonaba Será, de Las pelotas, al mismo tiempo que pensaba en “todo lo que fuimos hasta el amanecer” en esa ciudad que nos regaló su desvelo.

Viajamos directo a las cuevas de Saturno, en un punto muerto entre Matanzas y Varadero. Allí no hay más música que un eco leve y el murmullo del estanque clarísimo horadado en el corazón de la tierra con 22 metros de profundidad. En la cafetería del lugar, escuché el pregón más anacrónico jamás pensado en un sitio tan alejado de la zona urbana: “maní molido”. Enseguida, recordé El Manisero y puse la interpretación de Rita Montaner desde YouTube, canción que compuso Moisés Simons. La mente, truculenta y tramposa, de repente me sacó a la luz una historia como las mejores que encontramos por ahí.

Acompañado de Sindo Garay en el café El Autogiro, por la calle caminó un vendedor de cucuruchos de maní pregonando y Simons le compró uno. Sindo se sorprendió al ver que Moisés, al tiempo que terminaba un cucurucho de maní, trazaba en una servilleta las cinco líneas del pentagrama y en ella escribió la letra y la música del famoso pregón.

Mis amigos y yo no componíamos música, pero entre risas de mojitos imaginamos cómo serían los pregones de la tierra del regio Borges y el jazzístico Cortázar. En esa tierra en la que sobran frutos secos como pistachos y almendras; y si de almendras se habla en Argentina, sale a relucir Spinetta: “Muchacha ojos de papel, ¿a dónde vas? Quédate hasta el alba”.  

Salimos de las cuevas rumbo a la Ermita de Monserrate. Ya cansados para el chicharrón y los chatinos de allí, pero nunca para una batalla de repentismo con el paisaje del valle de Yumurí como escenografía. Acompañaban al sonido del tres y el ukelele, la brisa apabullante de la Ciudad de los Puentes; la misma que siempre he visto de igual modo: como si estuviese detenida en el tiempo o en el hueso. Quisimos visitar a los músicos de La Orquesta Faílde, muchos viven en las alturas de Simpson donde también está Monserrate, pero se nos olvidó al irnos.

Vimos cuanto pudimos en la ciudad donde los dormidos éramos nosotros. Los argentinos quedaron atrás como el 2022, pero igual que el año, son un recuerdo que permanecerá. El cansancio de unas vacaciones improvisadas me hizo dormitar hasta llegar a La Habana. Desperté y Shakira transpiraba despecho hacia Piqué en una canción junto a Bizarrap, donde mucha gente manoseó criterios: memes, tiktoks, críticas.

El contenido generado por los usuarios sobre esa session fue el principal alimento para este éxito y para mí, que me entretuve leyendo criterios polarizados sobre el asunto.

Pensé que de despecho nadie se ha muerto y, sin embargo, ha sido una excelente combustión para canciones hermosas: De nada sirve, de No te va a gustar y Jorge Drexler; Ojos negros, de Kelvis Ochoa y Decemer Bueno, No volveré, de Chavela Vargas. En el fondo, no soy partidaria de lastimar y menos en un melodrama pedestre, pero como escribió la periodista Leila Guerriero: “ya puestos, mejor hacerlo discretamente, con algo que dure y duela hasta el final”. Mañana será otra la notica que desvíe nuestra atención, el tiempo dirá. “¡Dios no está en los detalles de hoy!”.

Aprendí que ese diminuto momento de felicidad permanecerá, sin importar el calendario, si Cristo nació o no, si fue antes o después de la Revolución Francesa. No obstante, con la música como pauta, quizás podamos al fin condensar los dolores en un tiempo preciso e incluso nos creeríamos esa gran mentira: mi tristeza, hermano, se quedó en alguna parte del camino entre Leo García y Shakira.  

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Diseño de portada: Félix M. Azcuy

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