De tu sublime pecho.
/ Pastor Batista Valdés
De tu sublime pecho.
/ Pastor Batista Valdés

De tu sublime pecho

Cual deidad terrestre, tropical, el delgado anciano sale del mar con su pantaloncito negro picado un poco más abajo de las rodillas, mientras las manos sostienen un pomo plástico lleno de agua salada.

“Atrincherada” en la duna, una pareja de hermosísima piel negra cubre con arena a su pequeño hijo, en tanto las olas zarandean a Daniela e Isabela, entre risas y un goce familiar que, por cierto, me dibuja de verano ese Código que en septiembre será sometido a aprobación de toda Cuba.

Como acabo de llegar a este concurrido pero sereno segmento de litoral habanero, lanzo un vistazo panorámico y me percato de que, igual, pudiera grabar decenas de estampas en torno a gente de todo tipo, edad, color, origen, creencia… dueños del mundo desde su pedacito individual o familiar de playa.

De tu sublime pecho.
Así los vi, disfrutando ambos el sublime acto de la lactancia. / Pastor Batista Valdés

Es una mujer joven, sin embargo, quien me “liquida” por completo, sin compasión alguna.

La tengo a tres o cuatro metros, con su tez mestiza, apariencia de bailarina, cuello esbelto, elegancia natural e inconfundible expresión de humildad.

Está sentada también sobre la arena. Acomodado entre sus piernas está un bebé de, a lo sumo, añito y medio de edad.

La mirada de la joven está acaso perdida allá, en la lejanía de un horizonte que le verticaliza quién sabe cuántos recuerdos, sueños, aspiraciones.

Su mayor placer, en cambio, no creo esté en la vista, ni en los ensueños, sino en la sensación divina que experimenta su pezón derecho mediante la rítmica succión que realiza el niño, lactando como un verdadero príncipe de los mares.

Mi primer instinto es tomar la cámara y congelar el instante, pero… ¿y si se molesta ella, y si se distrae el pequeño, y si a ninguno de los dos les gusta…?

Es que, caramba, he visto a cientos, tal vez miles de mujeres alimentando a sus bebés en pleno hogar, acomodadas en un balance, en la cama, en el asiento de un ómnibus urbano… pero jamás en un entorno tan pintoresco, recreativo, natural y saludable como esta arena que le extrae a cada ola el último sorbo de interminable viaje.

De tu sublime pecho.
Y difícilmente, en un momento como este falte el beso en la frente. / Pastor Batista Valdés 

Por coincidencia de la vida, el niño suelta la mama, fija la mirada en mí y despide una de esas sonrisas a la medida de un ángel.

Simpática, la madre parece imitarlo a ras de labios.

“No hay nada como la leche materna” —me dice tan convencida de esa afirmación como del oxígeno que ambos le roban a una brisa cuya pureza envidiarían millones de seres humanos del planeta entero.

Entonces sí acciono el obturador, como tantas veces, con anuencia, con ética, sin temor, para dejar dentro de la recámara (llamemos así a la memoria) un insignificante pero extraordinario pedacito de Cuba, condensado en esa joven, su fértil pecho y su hermoso bebé.

Minutos después, cuando regreso al lugar, agenda y lapicero en mano, para apuntar lo mínimo indispensable,  sobre la duna solo hay dos onduladas huellas correspondientes al punto donde la muchacha, sentada como toda una reina, alimentó al pequeño fruto de su vientre.

Como a usted, que ahora lee, también me hubiera gustado conocer el nombre de ella, el del bebito, si es la primera vez que vienen juntos a meter en la mochila del pecho todos los encantos del mar… Me (y nos) quedan, sin embargo, este par de imágenes que cualquier persona puede captar desde el traspatio de un visor, al parecer intrascendentes, repetitivas, silenciosas, pero que dicen tanto como sea capaz de ver e interpretar quien las observe, según la sana visión interior y la clara proyección externa que puede tener toda persona residente en Cuba y los miles de turistas que constantemente nos visitan.

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