Divina convergencia.
/ Pastor Batista Valdés.
Divina convergencia.
/ Pastor Batista Valdés.

Divina convergencia

A veces no entiendo cómo a algunas personas no aprecian con meridiana claridad la esencia de ese código que para bien de toda la sociedad cubana -y en particular de las futuras generaciones- será sometido a consideración popular el próximo mes.

Hace apenas unas horas el pequeño Darián me ofreció en Sancti-Spíritus una de esas muestras que le dejan a uno dentro del pecho un inconfundible y estimulante sabor a familia… sin distinción de nada, ni siquiera de generación.

Sonriente y dicharachero, como de costumbre, llegó a la casa de la anciana María, la abrazó, le preguntó qué tal iba su día e inmediatamente se dirigió hacia la cómoda de madera ubicada en el cuarto.

Con mirada penetrante, permaneció durante unos segundos observando la imagen de un hombre, reducida al tamaño de una pequeña foto de carné. No fueron sus pulmones, sino el alma misma la que devino emisora de un suspiro tal vez demasiado adulto para los apenas seis años del niño.

Entonces, conforme a una sentimental rutina que se repite varias veces al día, Darián se inclinó, apoyó los labios en el cristal, exactamente sobre el rostro impreso de su bisabuelo Ángel García y permaneció así un ratico, dándole besos.

En sangre

Nadie, ni mamá Loreta, ni abuela Anay, ni la propia María, absolutamente nadie le pidió jamás a Darián que vaya cada día a darle un beso a Pío: apodo con el que familiares y amigos llamaron a Ángel hasta febrero del presente año, cuando el sueño eterno lo acomodó para siempre en un lecho de diferente pero no menos real presencia.

La pasión del niño por su bisabuelo (al que llama abuelo Pío) va en sangre, va en sentimiento. Ni familiares, ni el maestro y mucho menos el nuevo Código lo han incitado u obligado a ser y a actuar así.

Los sentimientos familiares (amor, cariño, respeto, gratitud, consideración, ayuda, solidaridad, lealtad…) se siembran. Y, evidentemente, durante más de 80 calendarios Pío fue un excelente “famili-cultor”.

Por ello, chispeante como un adulto, Darián suele relatar con gracia cómo él y el anciano lo mismo arrancaban yerba, juntos, en el jardín, que miraban de reojo (“para que abuela María no nos viera”) a la muchacha de lindas caderas que pasaba frente a la casa todos los días.

Divina convergencia.
Y con igual pasión carga, mima, arrulla, conversa y besa a su hermanita Adriana. / Pastor Batista Valdés.

“También nos dábamos unas fajadas tremendas”-afirma con una vis muy cómica, acaso la de un joven quinceañero o más. Y añade: a él le gustaba mucho discutir, y yo me ponía bravo y me iba pa’mi casita, pero al poco rato volvía, le decía perdóname, él se reía, me daba un abrazo grande y seguíamos fastidiando”.

— ¿Lo vas a recordar siempre?

—Toda la vida, hasta que yo sea un viejito y me vaya a acompañarlo.

— ¿Por qué?

—Porque es muy bueno y nos queremos mucho.

Contemplo la limpia mirada del niño mientras habla de Pío y me anima a constatar cuánto apego entre ambos a pesar de ser extremos generacionales.

Y es ahí donde creo descubrir lo más hermoso de esto que les cuento -absolutamente real y repetitivo cada día: como cientos, miles de casos, Darián y Pío no son distantes extremos generacionales dentro de una misma familia. Son punto permanente de convergencia.

Por eso, minutos después el lente de mi cámara lo sorprenderá en otra indiscutible forma de expresión concreta acerca del nuevo Código:

Sentado como todo un rey en el sofá de María y Pío, concentra entre sus brazos la ternura del mundo mientras carga, arrulla, conversa y besa a su bebita hermana Adriana.

— ¿La quieres mucho?

De repente su relajado semblante tiende a comprimirse un tanto y, con el ceño medio fruncido, responde: “¿Chico, no lo estás viendo? Claro que sí”.

— ¡Darian, qué es eso, así no se les responde a las personas adultas! -ataja la abuelita María.

Y tras largar una pícara sonrisa, expresa: “Perdón tío, yo sí quiero mucho a mi hermanita, a ti, a Pío y a todo el mundo en mi familia”.

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