Los Caballitos del Mónaco

Hoy día, el parque infantil más célebre del municipio Diez de Octubre parece ser un cementerio de chatarra, donde yacen los recuerdos de mi generación y otras más


Papá contempla a su niña de apenas unos ocho años, según infiero. La mira y no sabe decirle por qué los populares Caballitos del Mónaco están cerrados desde hace meses. Podría explicarle sobre la ausencia de piezas, como es costumbre, pero la pequeña de seguro no entendería mucho sobre mecánica, ingeniería y problemas. Tras unos segundos de silencio, busca la respuesta que menos contrapreguntas conlleve. Finalmente le responde:

—“Mañana mi niña, mañana pasamos. Ahora no tenemos tiempo”.

Siguen caminando en medio de la marejada de preguntas propias de una pequeña de su edad:

—¿Por qué? ¿Mañana a qué hora?, lo interroga ella, sin saber que la visita demorará mucho más.

La escena me hace tomar una pausa en mi rutina para levantar la vista. Todo sigue en su sitio en aquel parque: la ruleta y sus caballitos; las sillas giratorias; los avioncitos que tanto me hicieron ser, en mi imaginación, un gran piloto; o la estrella, a la que tanto pánico le tuve —y tengo— por su altura, nada considerable, pero lo suficiente para arrancar gritos de mi boca durante mi infancia.

En efecto, los aparatos siguen ahí, con algunos años de más, pero en el mismo lugar. Sin embargo, no todo está intacto, algunas cosas han cambiado o, simplemente, ya no están: faltan los niños corriendo por la gravilla del parque y divirtiéndose encima de aquellas maquinarias, como mismo lo hice yo.

Hoy todo es silencio. El mismo que, según leo y constato en algún que otro escrito, tienen otros parques en La Habana, igual o más célebres que los humildes Caballitos: Jalisco Park en Plaza, la Isla del Coco en Playa.

Es silencio y quietud de funeral, o del cementerio de chatarra que es hoy el famoso parque del Mónaco. Y en las maquinarias anquilosadas reposan los recuerdos y travesuras de mi generación y sabrá Dios cuántas más.

Dice mi abuela que a veces quisiera volver a verme ser niño, cuando con solo decir “vamos al parque” ya era la persona más feliz del mundo. Cada fin de semana sucedía lo mismo, con solo un pomo de agua, cinco pesos para la entrada y una ropa sencilla bastaba para juguetear.

Eran otros tiempos, aquellos en que las paleticas de helado, el algodón de azúcar, e incluso algún que otro juguete eran más asequibles. Crecer siempre duele, pero presenciar semejante panorama es como ver reflejada mi infancia en un espejo roto. Solo pienso en los pequeños de ahora y me pregunto: ¿ya que no hay niños, qué otra función cumple este lugar?

Entonces mi mente da un salto al pasado año, cuando recuerdo haber visto una pila de cemento y de materiales en el parque. En aquel momento, los mantenimientos realizados nada tuvieron que ver con la funcionalidad propia de los aparatos, dado que lo único reparado fueron los muros.

Recuerdo que volvieron a abrir con los mismos desperfectos técnicos. Y así fue cada vez que el recinto abrió sus puertas. “A veces he traído a mi nieta y me he encontrado con que, de ocho aparatos funcionan solo cuatro”, me comenta una señora que frecuentaba la zona.

Las principales causas son quizás un tanto evidente: falta de piezas y financiamientos, pero soslayados también se esconden la desidia, las indisciplinas sociales, el poco control y la falta de proyecciones por parte de las autoridades como bien expuso el trabajo sobre parques infantiles publicado en BOHEMIA.

¿Y dónde están las posibles soluciones? ¿Acaso se ha pensado en el vínculo con las formas de gestión no estatales para la reparación y el arrendamiento de las maquinarias y del espacio en sí? Si bien esta idea pudiera elevar los precios de algunos entretenimientos, también pudiera generar dividendos para crear espacios accesibles y sostenibles en el tiempo.

En tanto yo quedo soñando con que algún día los niños vuelvan a llenar con su bullicio el parque, que los avioncitos vuelvan a despegar y que todo sea, en parte, como antes. “Mañana”, me respondo en mi mente, emulando a aquel padre, buscando darme aliento ante semejante ausencia.


CRÉDITO PORTADA

Crecer siempre duele, pero ver este panorama aún más. / Nacho Machín.

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Un comentario

  1. Que desalentadores los tiempos en que vivimos. Tu escrito refleja una realidad mucho mas amplia que el parque. Yo de niña tambien iba a ese parque. ¡Muchas gracias por recordar tan bellos momentos!

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