De niña aprendí a dar los primeros pasos, y luego correr, por el empinado camino que serpenteaba delante de las casitas donde nací, en uno de los asentamientos poblacionales de la barriada de Coco Solo.
En aquellos tiempos, las aguas del río Quibú eran limpias, y los chiquillos pasábamos horas jugueteando en un manantial que brotaba de sus márgenes, durante el tórrido verano. También nos divertíamos cazando lagartijas y persiguiendo a los gatos. Casi al llegar a la cima de la loma del vecindario, donde vivía Isabel, siempre le gritábamos: “Loca… loca”. Y ella corría a la puerta de su casa, con el jarro de agua en las manos, lista para darle una buena empapada a los diablillos que ofendían su sosiego. Salíamos en estampida, más veloces que los felinos perseguidos. A veces los niños pueden ser algo crueles.
La vida allí era tranquila. Vista desde la inocencia, ningún paraíso podía ser mejor. Mujeres y hombres salían para el trabajo temprano en la mañana, y regresaban cansados, a la caída de la tarde. Era un lugar común, con viviendas muy modestas, casi todas con paredes de madera y techo de tejas. Algunas, las más pobres, tenían piso de tierra y el baño fuera de la morada.
Las familias y vecinos se reunían días festivos, en los 15 de sus hijas, o en las ceremonias religiosas, sin ninguna distinción. Las fiestas terminaban entrada la madrugada. Quien se pasó de tragos, al otro día bajaba la cabeza al saludar al vecino. La gente se respetaba.
Con el paso del tiempo, no fueron pocos los que emigraron del lugar. Algunos por problemas de salud, como fue nuestro caso. Mi hermano enfermó gravemente, y casi muere en una operación a pulmón abierto. Médicos y amigos santeros recomendaron alejarlo del Quibú. Otros, se incorporaron a microbrigadas y construyeron sus casas en lugares más urbanizados y modernos. Los menos, siguieron allí, sembrados.
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Durante épocas de diáspora y descontrol urbanístico, bordeando las márgenes del río, en el asentamiento poblacional de Coco Solo comenzaron a proliferar las construcciones por cuenta propia. Era lógico ante el deterioro que acumulaban las viviendas, y las posibilidades de adquirir materiales de la construcción.
Junto con las nuevas viviendas que resurgían como ave Fénix, fueron in crescendo los “llega y pon”, a causa de una emigración desordenada y del déficit habitacional acumulado en Cuba.
Para Omar Mangana Rivera, delegado desde hace dos décadas de la circunscripción 10, en el consejo popular Zamora-Coco Solo, “las carencias de vivienda y los servicios básicos se volvieron una terrible pesadilla, a tal punto que ya no sabía cómo enfrentar las rendiciones de cuenta a los electores”.
Por suerte, afirma, a partir del 5 de octubre del pasado año, las cosas comenzaron a cambiar. Lo primero que se hizo en la circunscripción fue una acometida de agua para garantizar el vital servicio a 60 hogares. Antes, eso era un punto crítico.
Después entraron a trabajar en la barriada fuerzas constructoras de Mayabeque, Sancti Spíritus y Camagüey. Según Héctor William Báez Herrera, técnico de la Dirección Municipal de la Vivienda (DMV) en Marianao, el cronograma de ejecución comprende 109 casas, las cuales hay que hacerlas casi nuevas, con la adecuada habitabilidad. A finales de febrero solo habían terminado 24.
“Las obras han tenido baches con los materiales, fundamentalmente por afectaciones con el combustible para trasladarlos. Igual se han dificultado los cables de electricidad y el acero”, refiere Báez Herrera. A cada vivienda se le realizó un levantamiento técnico para precisar los materiales necesarios. Y, agrega, no se trazó un proyecto de edificación.
A pie de obra, Roberto Hernández Suárez, director de la Unidad Empresarial de Base (UEB) de Construcción y Montaje de la vecina provincia de Mayabeque, chequea los trabajos. Asegura que si bien al principio presentaron dificultades con el combustible para trasladar los materiales, “en estos momentos contamos con el ciento por ciento de los recursos de las casas a terminar”.
Para los ejecutores Joel Acosta Semaná y Julian Díaz Roble, así como Maikel Cintra Semaná, jefe de brigada, “no es un problema construir estas casas sin el proyecto de obra, lo estamos haciendo por la cartilla técnica de la DMV”. Ellos son trabajadores por cuenta propia de la capital, contratados por la Empresa de Construcción y Montaje Camagüey.
Según Alexei del Río Rodríguez, ingeniero principal que representa a esa entidad camagüeyana en La Habana, tienen trabajando allí a unos 80 compañeros subcontratados. “En marzo terminaremos las 37 casas previstas”, vaticina Alexei, con algunos años ya de experiencia en estos trajines.
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En la orilla del río Quibú viven Carlos Puentes Padrón y familia. Suman cinco personas en el núcleo. El estrecho inmueble, en reconstrucción, no clasifica como Célula Básica Habitacional (CBH).
Yunia Salas Ríos, coordinadora de la zona de los CDR, explica: “aunque estas casitas se construyen similares a la CBH, con una dimensión de 25 metros cuadrados, muchas no llegan a esa cifra, son más pequeñas, lo cual incrementa el hacinamiento”.
La lugareña comenta, además, en tanto estos vecinos viven del otro lado del río, no se les había entregado la propiedad de la vivienda, y mantenían el estatus de usufructo gratuito. Sin embargo, ahora sí está previsto que obtengan la titularidad de sus moradas, asegura.
Carlos agradece el apoyo del Estado en la construcción de la casita y el agua potable que reciben, pero todavía sigue pendiente el gas licuado para cocinar los alimentos. Mientras espera la llegada de los albañiles que colocarán el piso, se le pierde la mirada cuesta abajo, por donde corre el Quibú.
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