Alertas sobre Cosas de muchachos y mucho más

Valoraciones sobre un telefilme que visibiliza conductas negativas y coloca en la mira problemáticas de notable incidencia en el día a día de la escuela, la familia y la sociedad cubana


La ficción puede ser un espejo leal de la realidad, tan verosímil como ella misma, pero la ficción no es la realidad, su copia fiel, estática, inamovible. Puede plantear esencias de la vida, siempre sorprendente, llena de sutilezas o plena de parloteos que, en ocasiones, escuchamos sin darnos cuenta.

Ciertamente, la ficción puede ser protagonista juiciosa sobre hechos, conflictos, actitudes, incluso reconocer el imperio triunfante de la palabra sobre silencios que laceran el alma. Es capaz de deslizar furtivas miradas fisgonas sobre lo que ocurre y cómo ocurre, sobre todo la cuestión plantea un asunto más apremiante: qué hacer para poner fin al ocultamiento inhumano de problemáticas sociales.

Estas y otras muchas ideas motivaron el telefilme Cosas de muchachos transmitido en la revista Una calle, mil caminos (Cubavisión, sábado, 2:00 p.m.). Dirigido a los públicos adolescente y juvenil, el espacio es inquietante para toda la familia.

En el relato impresionó el protagonismo coral de los tres noveles actores./ Jorge Luis Rodríguez Venegas

Cosas de muchachos aborda la temática del bullying o acoso escolar. El relato se centra en el acoso que enfrentan tres adolescentes en la secundaria básica. Impresionan el dolor y la angustia de Stailer, María de Jesús y Sebastián, y su encierro en problemáticas lacerantes. Sin duda, una arista dura, difícil de comprender, es la actitud de profesores, que lejos de brindar apoyo a los adolescentes, sancionan o colocan en la escucha oídos sordos.

Es interesante la estructura dramatúrgica concebida por Lil Romero para adentrarse en esas realidades. Utiliza, en los inicios del relato, la progresión acumulativa de conflictos. Esa especie de preámbulo, que pudo percibirse como un movimiento lento o síntoma de poco avance de la trama, recibió, en el momento preciso, el empuje de la confrontación de bandos en pugna.

Aceptó la guionista el desafío de su propuesta textual que interpretaron Alain Finalé en la dirección del telefilme y el equipo creativo.

Por su parte, los noveles actores Julio Hervis, Emily Hernández y Brayam Ramírez dialogan desde la pantalla con jóvenes de sus edades y claman por una debida atención.

La desolación, la angustia, lideraron en el sentimiento de jóvenes necesitados de ayuda./ Cortesía del equipo de dirección

La violencia física y psicológica lideran en diferentes contextos. Incluso, en algún momento, uno de los protagonistas reclama: “ojalá que los jóvenes pudiéramos avisar cuando estamos tristes para que alguien nos ayude”.

No obstante el apremio que presenta el telefilme, se resiente, de alguna manera, por una ausencia: la de la familia en vínculos directos con la escuela. Faltaron esas escenas en provecho de la construcción significativa de una relación indispensable.

Los padres están pendientes de los hijos, de su alimentación, de su vestimenta, de sus estudios; sin embargo, falta el establecimiento de un nexo imprescindible: hay que ir al centro educacional.

Nunca lo olvidemos, la escuela es la institución cultural más importante de cada comunidad, por ser, junto a la familia, no solo el espacio donde se adquieren conocimientos, sino en el que se forman valores cívicos, éticos, estéticos, y se prepara a las generaciones para la vida en nuestra sociedad.

La acción de unir las fuerzas de instituciones, organizaciones, investigadores, creadores y educadores puede servir para crear modelos participativos y descolonizadores.

Parte del colectivo creativo que visibilizó conductas negativas y alertó las conciencias de la sociedad./ Cortesía del equipo de dirección

Hay que seguir aprovechando el espacio íntimo de la TV para compartir experiencias de notable impacto en la existencia cotidiana de las personas.

Nunca lo perdamos de vista, las ideas mueven al mundo. Son génesis y continuidad del proceso de investigación audiovisual en una dinámica que invita a desentrañarlas.

Es preciso penetrar en meollos complejos de la realidad social mediante constantes indagaciones. Esto constituye un reto para los implicados en el hecho artístico.

Pensar la cultura desde la inclusión ha sido un punto de vista defendido en Cosas de muchachos. Lil Romero y Alain Finalé interiorizaron que las realidades se construyen desde el lenguaje. Fueron conscientes de un propósito bien definido: lo que se cuenta no debe portar un didactismo a ultranza, tampoco un compendio sociológico edificante, aunque debe llevar en sí valores axiológicos, honestidad, provocaciones en provecho de las mayorías.

Más que cómplices de narraciones y construcciones audiovisuales, los públicos son transmisoras de hábitos, costumbres, estados de ánimo, interlocutores durante la asimilación de la herencia socio-histórica-cultural.

Urge desarrollar ojos críticos que sean capaces de ver más allá del bocadillo inteligente o la alabanza.

Es preciso interpretar códigos, palabras, planos, visualidades, estos nunca son inocentes. Reconforta que las audiencias sientan el deseo de ser mejores y perciban que las cosas de muchachos alertan sobre las complejidades de las realidades que vivimos cada día.

Ojalá que se retransmita el telefilme y otros de notable incidencia en la conducta humana que han enriquecido la valía del espacio televisivo Una calle, mil caminos. Pensemos en esto.

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