Artífice de un programa estelar sexagenario

Los aportes del maestro Eduardo Rosillo tuvieron un sentido cultural y de formación del gusto en los oyentes de Radio Progreso


Siempre, a las tres de la tarde, anunciaba con su timbre peculiar: “Silencio. Vamos al aire”.

Tras una breve pausa, decía: “Comienza la Discoteca Popular de Radio Progreso”.

Después, ningún saludo era igual al del día siguiente.

La manera particular de desdoblarse como locutor, presentador y promotor de la música nacional enriqueció la personalidad artística de Eduardo Rosillo.

Han transcurrido 60 años desde que él, creativo, veraz, deslumbró en un programa del cual fue artífice.

Géneros y estilos inundaban la atmósfera de una cabina que hoy lleva su nombre y donde entonces reinaron obras de todas las épocas.

Lo mismo el Benny, que Rita Montaner, Esther Borja, Elena Burke, Marta Valdés, Angelito Díaz, las D´Aida, eran guardianes de piezas arraigadas en el alma. Ellas volvían, entre otras muchas, para contar una historia, quizás aún por escribir, pues en el silencio han quedado medio dormidas vivencias y emociones de larga data en la memoria.

Rosillo solía apuntar argumentos teóricos en sus valoraciones. Era su manera de sentirse cerca del oyente al generar imágenes sonoras. Al unísono, ponderaba el valor de solistas y agrupaciones.

Durante los diálogos reconoció a músicos cultores de diferentes estéticas, supo sacar a la luz datos, anécdotas, precisiones sobre los motivos de inspiración. Dejaba escuchar altos niveles improvisatorios en ejecuciones plenas de juicio, fieles a la versatilidad que despierta la buena música.

Uno de sus invitados, el destacado trompetista Guajiro Mirabal, comentó a BOHEMIA en una oportunidad:

“Es un comunicador por excelencia. Incluso, descubre y reconoce pequeños detalles de nuestra interpretación que pasan desapercibidos para las mayorías. Disfruta investigar, traer al presente repertorios olvidados”.

Ninguna emisión de la Discoteca Popular era similar a otra. Al acudir a las palabras precisas desplegó un sólido bagaje cultural.

Disfrutaba dialogar con músicos de diferentes generaciones. A su lado, el Guajiro Mirabal. / Leyva Benítez.

En su discurso no abundaban los adjetivos, conversaba de manera natural, elegante, sin artificios. También sostuvo que la popularidad es algo escurridizo. Sí, lo aseguró más de una vez. En su opinión, no se puede medir ni juzgar mediante valores axiológicos o permanentes. En ella pueden influir el carisma del intérprete, la riqueza de un tumbao en la música bailable o la cadencia melódica armónica de una propuesta reiterada en los medios de comunicación.

Hizo de la Discoteca Popular un programa estelar.

Nunca asumió el rol protagónico, aunque llevaba la voz cantante al revelar ideas y pensamientos de personalidades desaparecidas. Su curiosidad devino una especie de brújula al bucear en los tesoros y en el goce indefinible que se desprende de lo cubano.

“Nada sustituye el diálogo sincero, directo. Eso es, tal vez, lo que llamas mi secreto. Indago en raigambres y novedades lideradas por lo auténtico. Al desechar las modas pasajeras estimulo la participación de las audiencias”, confesó Rosillo a nuestra publicación hace algún tiempo.

Supo influir en la formación del gusto. No imponía el conocimiento, lo deslizaba al hablar de instituciones de la música popular cubana. Llamó a la Aragón, la orquesta de casa.

Rodeado de discos antológicos estableció rutas de fácil acceso. Lo que no se conoce, no se ama, seguro pensó.

Entonaciones sin estridencias caracterizaron el quehacer del maestro, un promotor instruido sin ínfulas de académico.

Hacía reflexionar a los oyentes, pues logró llegar a esa parte íntima del ser humano en la que confluyen la razón y las emociones. En ese cálido ámbito lideró el deseo de conocer a figuras relevantes para apreciar su legado con la convicción de que jamás quedarían olvidadas.

Su labor tuvo una base científica. Era muy observador. Desempolvó canciones y páginas memorables que dormían en los archivos sonoros de no pocas emisoras.

Definitivamente fue un referente en el medio radiofónico. La estética de Rosillo ha tenido continuadores en beneficio de la promoción de nuestra música reconocida en el mundo por su calidad artística.


CRÉDITO PORTADA

El maestro Eduardo Rosillo aportó un valioso legado como promotor cultural. / Leyva Benítez.

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