Bondad sin fronteras

El amor tiene muchas formas de expresión. Con sus acciones, Cuba lo ha dado a muchos que en el mundo lo han necesitado, aun presentando condiciones materiales muy difíciles. Las misiones médicas son un ejemplo. En correspondencia, muchos hermanos le manifiestan cotidianamente su solidaridad


En el papel de un regalo finamente envuelto, un hondureño escribió: “Muchas gracias. Hasta mañana”, y luego de darle sendos besos en las mejillas a la cubana que tenía delante, se alejó sin volver la cabeza. Era uno de esos hombres que detestan las despedidas, pues “siempre dejan tristeza y una necesidad muy grande de la persona que se va”.

Más de un millón y medio de personas fueron damnificados por el huracán Mitch. /oncenoticias.hn

De las más diversas formas se ha expresado el cariño y el amor sembrado en esa tierra centroamericana. La escena se ha repetido lo mismo en el aeropuerto Villeda Morales, de San Pedro Sula, que en Toncontín, de Tegucigalpa, cuando un grupo de nuestros médicos, enfermeras y técnicos de la salud regresan de la misión o vienen de vacaciones a Cuba.

Al principio, alrededor de noviembre de 1998 la situación era diferente; apenas había espacio para la comunicación y los cubanos eran un tanto desconocidos en ese país. Pero la contingencia los acercó, porque  bajo el manto de la calma espantosa, enloquecedora, dejada por el huracán Mitch, prevalecía un desastre de magnitud jamás vista.

A 5 657 se había elevado la cifra de muertos y la de damnificados era de 1 millón 500 mil personas; las pérdidas económicas ascendieron a 5 mil millones de dólares y una de las principales secuelas dejadas por el meteoro fue la destrucción del 70 por ciento de la infraestructura del país, según las autoridades.

Muchas veces las consultas se han realizado en tiendas de campaña. / Brigada Médica en San Pedro Sula

Entre el lodo y los escombros yacían cuerpos inertes, se quebraban esperanzas… morían ilusiones. Era la tragedia desatada y había que ayudar a contenerla. Ante el desamparo, manos amigas se tendían -las de nuestra Patria entre ellas-, sin reparar a quién: importaba la pena, no el rostro de la persona que la padecía.

Los galenos acá  trabajaban más de 14 horas diariamente; cientos, miles de personas recibían ayuda médica, orientaciones higiénico-sanitarias y lo más importante: apoyo moral y un trato poco habitual que pronto los empezó a distinguir.

Esa relación cotidiana, el hecho de vivir junto a ellos las carencias y necesidades, permitió que los ciudadanos hondureños comenzaran a redescubrir la existencia de Cuba, no con la imagen que “venden” por allá, sino con la real, y empezaran a valorar por sí mismos el nivel científico de los médicos y, sobre todo, su condición humana.

Si bien en el siglo pasado los próceres independentistas José‚ Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo; el médico Eusebio Hernández y el pedagogo Francisco de Paula Flores, entre otros cubanos, encontraron hogar y abrigo en la tierra de Lempira y Morazán, a partir de los años 60 de la pasada centuria, se estableció una especie de barrera de silencio, que sólo se descorría para divulgar falsedades sobre Cuba.

Frecuentes muestras de gratitud del pueblo hondureño en estos 25 años. / cubaminrex.cu

Pocas veces los hondureños tenían posibilidades de encontrar a personas que les mostraran nuestra realidad. La llegada de los médicos, además de solidaridad, llevaba la verdad a esa tierra de gente llena de bondad y gratitud hacia las personas que les profesan amor. Es lo único que pueden ofrecer quienes viven en lugares apartados y recónditos de un país tan pobre y montañoso.

A poco más de 25 años de haber arribado a Honduras el primer colectivo médico, con su carga de solidaridad, la opinión sobre Cuba es totalmente opuesta a la que prevalecía anteriormente. Millones de pacientes han sido atendidos y cada vez se suman más a las listas de los que quieren tratar sus dolencias con especialistas de este pequeño caimán.

¿Qué ha pasado después de la partida del primer grupo? Una respuesta –entre muchas- está en la carta enviada a uno de sus médicos por un niño de 12 años, de San Lorenzo, en el Departamento de Valle, operado de una obstrucción pilórica: “Yo estaba destinado a morir muy niño, por una terrible enfermedad en mi estómago que ningún médico hondureño podía curar. Gracias, muchas gracias doctor, a usted y a todos los cubanos, por haberme curado. Ya como de todo y no vomito. Sé que no me voy a enfermar más, porque las manos de mis queridos tíos Sánchez, Julito y Manuel hicieron el milagro…Los quiero mucho y vuelvan pronto. Aquí los necesitamos”.

Desde finales de 1998, cuando llegaron los primeros médicos a la tierra de Francisco Morazán, los cubanos han atendido a millones de pacientes. / Brigada Médica en San Pedro Sula

Y es que cada cubano ha sabido ocupar un espacio difícil de llenar por otra persona. Las puertas de las casas, siempre abiertas, la sonrisa de la gente agradecida, el amor de los niños arrebatados a la muerte y una amistad que promete ser imperecedera son los mejores ejemplos.

“El pueblo más grande, dijo el Héroe Nacional Cubano José Martí, no es aquel en que una riqueza desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos y mujeres venales y egoístas; pueblo grande, cualquiera que sea su tamaño, es aquel que da hombres generosos y mujeres puras. La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombre y de mujer que en ella se produce”.

Así han sido los hondureños humildes; así son los cubanos, ofreciendo siempre los más nobles sentimientos: amor y amistad.

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