Como si estuvieran vivos

Una visita a los taxidermistas de Arusha, en Tanzania

Por Hugo Rius

Fotos de Carlos Pildaín

Publicado el 22 de junio de 1979

Para recordar a nuestro colega Hugo Rius Blein, fallecido recientemente, hoy desempolvamos estas páginas. Entre inicios de los años 70 y 1987 concibió para los lectores de BOHEMIA entrevistas, crónicas, comentarios, reportajes, sobre disímiles temas, en especial los del acontecer internacional.

En una entrevista que publicara Cubaperiodistas, valoró su época en la revista: “Fue el medio que me entrenó para escribir mis libros, al tener la posibilidad de recrear lo sucedido, porque es una publicación que no se limita a la información puntual, inmediata. Entonces, puedes un poco jugar con la literatura, hacer un poco de literatura. Allí, maduré, crecí y me sentí muy realizado profesionalmente. También fui redactor especializado en África y Oriente Medio, jefe de información y subdirector”.

Tenía gran experiencia en esas lides, pues antes había trabajado en Prensa Latina, agencia a la que retornó a finales de los 80.

A Hugo Rius, Premio Nacional de Periodismo José Martí 2008 por la obra de la vida, impenitente viajero, lo evocaremos, además, por sus clases en la Universidad de La Habana. Allí nos develó secretos de la profesión, nos hizo enamorarnos de ella.

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La jirafa lo invita a pasar. Erguida cuan largos son sus extremidades y cuello, le indicará que ha llegado usted al centro de taxidermia Kiwanda Cha Trofi, a la salida e Arusha, la acogedora ciudad del centro de Tanzania.

Para quien admire el arte secular de “volver a la vida”, en estática mansedumbre, a las más fieras especies del mundo animal, habrá incentivo y goce.

Sin embargo, la concurrencia más frecuente pertenece al universo de los cazadores, cuyos trofeos venimos a escamotear con una mirada de naturalista, después de seguir con mayor asombro, el trabajo de “Resurrección” de un grupo de verdaderos artistas.

Tanzania es uno de los países del continente africano que ofrece más posibilidades naturales de ejecutar la caza mayor, por la que anualmente aficionados a la búsqueda de fuertes peligros y emociones son capaces de pagar sumas elevadas, pues se requiere organizar safaris con todos sus componentes humanos y materiales. Hay que pagar por los derechos de cacería establecidos por las regulaciones turísticas; por el guía de diestro olfato, por el transporte adecuado y el armamento eficaz, y por supuesto por el tiempo que exige a veces la acechanza de la que no siempre se obtiene éxito, o en ocasiones puede resultar cazado el cazador.

Cebras, búfalos, leopardos, leones y elefantes suelen ser los objetivos favoritos de quienes llegan de otras latitudes del mundo con dinero y tiempo de sobra, sin que la extinción de las especies aparezca en sus consideraciones.

Y claro está que la cara afición no se ve plenamente realizada hasta que no quede incorporada en alguna espaciosa sala o galería la cabeza trunca o hasta el cuero de la pieza reconstruido en su totalidad. Y para eso habría que ir a Tanzania al Kiwanda Cha Trofi, sin tardanza, con la piel del animal desollado, encargar la reconstrucción que se desee, y aguardar unos meses la llegada a domicilio del apetecido trofeo.

Aquí ha terminado el aventurero y entran en escenas los artistas tanzanianos, quienes comienzan por el proceso de curar las piezas mediante la utilización de sustancias químicas —variables según la especie— que en un caso preservan las pieles y en otros previenen infecciones.

El curtido

Una vez curadas las pieles son objeto, durante 24 horas, de un tercer preparativo químico, al cabo del cual, escalpela en mano, hábiles curtidores retiran de los cueros cualquier otra partícula epidérmica del animal que haya quedado adherida.

Después vienen otras sesiones de lavados: para completar la faena manual de curtidores, durante 24 horas; para impregnarles sulfuro de calcio en una tambora que la remueve durante 30 horas continuas. Las pieles son zurcidas, entonces, por los intersticios que presentan alguna rajadura, antes de ser sometidas al lavo de aceite que les imprime flexibilidad.

Sin embargo, la piel no está lista todavía, pues habrá que exponerla a un secado natural de tres semanas y a otro secado mecánico de 72 horas, a los que seguirá un proceso de lijado manual con el que ya sí queda preparada definitivamente.

Podría convertirse en una alfombra con cabeza o un tapiz llamativo según el gusto del cazador cliente, pero parece preferirse el trofeo que reconstruye al animal. Este último es de gran demanda para los museos de Historia Natural o para centros docentes.

Los taxidermistas de Arusha son en este orden unos naturalistas infalibles con una excelente percepción de las posturas y movimientos de las especies, de sus estructuras óseas y de sus engarzaduras. Así consiguen levantar los esqueletos de los animales mediante moldes de masilla y yeso, con una armadura de alambres y cabillas. Se reconstruyen dos mitades separadas que deben ser ensambladas perfectamente antes de fijar el maxilar del animal disecado.  Si tiene astas o cuernos, estos se fijan con tornillos y yeso, mientras los ojos y la lengua son componentes artificiales, clasificados según las especies, que de ninguna manera el taxidermista puede confundir.

El revestimiento con la piel tras el rellenado parece la operación de un maestro anatómico de la sastrería: medida exacta, precisión y buen gusto. La pieza cazada, reaparece.

Y aunque habíamos recorrido todo el proceso del centro de taxidermia, cuando entramos en el depósito de trabajos listos, nos parecía estar en medio de la selva entre temibles tigres y leopardos hipnotizados, juguetones simios petrificados en alguna andanza y la altiva jirafa con su extraña mirada de desconfianza y melancolía. Como si todos ellos estuvieran vivos, gracias al toque mágico de un grupo de artistas de Tanzania, que conocen al dedillo la rica fauna de su tierra.  

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