A contrapelo de vaticinios patriarcales, Isabel Cristina Barbosa Díaz es de las audaces que también dejan la piel en el campo. Después de los desmanes del huracán Ian, ella hizo lo posible –y hasta lo imposible– por levantar en tiempo récord su casa de curar tabaco
Aquel día, hace más de tres años, cuando la pinareña Isabel Cristina confesó a su esposo que quería dedicarse a la siembra de tabaco, él la miró de arriba abajo por unos segundos; luego, sin pensarlo dos veces, le respondió: “tú quieres amarrar burro en ventana vieja”.
El refrán advertía el posible fracaso de cualquier osadía femenina en un lugar como Pinar del Río, donde las vegas han sido casi exclusivamente de hombres, en tanto las mujeres laboran en actividades “menos duras” como el despalille y la clasificación de las aromáticas hojas.

Sin embargo, la intuición de aquella emprendedora insistía una y otra vez: “sí, sí lo puedo hacer”. Ciertamente, este trabajo no le era del todo ajeno. Ella ya había probado muchas veces su destreza laborando la tierra entregada como usufructo a su esposo, veguero en la llanura de San Vicente. Pero, Isabel Cristina quería más, quería la autonomía económica y la oportunidad de organizar y dirigir a su manera su propio terreno. Un derecho a conquistar “de todas, todas”.
Poco tiempo después comenzó a trabajar con un amigo de la familia, igual usufructuario, en la Zona Industrial Siete Matas, enclavada en las inmediaciones de la cabecera provincial. Así hizo, entre 2019 y 2020, su primera campaña completa de tabaco de sol, el cual se emplea como tripa o capote en la confección de los internacionalmente codiciados puros cubanos. Esos nueve meses fueron su prueba de fuego; y salió airosa.

Para la siguiente campaña, su amigo le cedió las casi cuatro hectáreas –incluida una laguna– que hoy ocupan su finca. Entonces incursionó en el tabaco tapado con buena estrella: obtuvo rendimientos de 1.75 tonelada por hectárea y casi la mitad de la cosecha clasificó para exportación.
Gracias al empeño de los trabajadores contratados, a la experiencia de su esposo y sobre todo a su desvelo con la siembra, Isabel Cristina obtuvo más de 39 000 MLC por ese tabaco.

“Destiné ese dinero a comprar motosierra, carreta, picadora, otros equipos de labranza y un tractor que nos vendió la empresa, el cual puedo pagar en tres años. Con ellos no solo puedo acomodar la tierra, sino también mejorar las condiciones de los obreros. Igualmente pudimos terminar la vivienda que llevábamos 17 años construyendo”.
Vistazo a la semilla
A unos metros de la tierra recién sembrada crece un hermoso semillero donde antes campeaban el aroma y el marabú. “Recuerdo que tuvimos que entrarle con hacha y motosierra para limpiarlo”, rememora.
Ahora más que nunca debe cuidar la semilla como oro, porque es cara y comenzó a escasear en la provincia después del paso del huracán Ian, que azotó con saña a Pinar del Río.
“La empresa se la vende a la cooperativa y esta a los productores. Luego la echo aquí en los canteros hasta que crecen las posturas. Alcanza y sobra para sembrar las dos hectáreas y pico que tenemos sembradas y, además, el semillero propio nos ayuda a obtener mayores rendimientos.
“El plan de este año es un poco mayor ya que despejamos de marabú otro pedazo de tierra para la siembra, teniendo en cuenta que aquí habrá déficit de tabaco esta temporada”.
Con otros insumos, como fertilizantes y plaguicidas, no ha tenido contratiempos, pues la empresa, para no trasladarle el incremento de los costos al productor, subsidia una parte del fertilizante.
Al mal tiempo…
El implacable huracán Ian dejó en ruinas la casa de curar tabaco que tenía Isabel Cristina. “La hizo trizas cuando aún no tenía ni un año de levantada. Tuvimos que recoger la madera que dejó por los alrededores y, junto a la que el Zurdo (su esposo) rescató de las vegas suyas, comenzamos a hacer una nueva.
“Trabajamos sin descanso justo cuando la provincia estaba totalmente apagada, pero en solo 20 días la volvimos a levantar. Ahora, como puede ver, ya la tengo llena de cujes y el tabaco está secando de maravillas”.

Para el cultivo de hojas de habano existen tres etapas: siembra, recolección y cosecha, asegura Isabel en tanto planifica la segunda recolección del día, mientras camina por los surcos acariciada por el verde de las hermosas hojas.
Isabel Cristina ya cumplió los 35. Tiene dos hijas, de 17 y 13 años, quienes la ayudan en los quehaceres hogareños. “Ellas tuvieron que asumir también las responsabilidades porque cuando llego a la casa estoy tan cansada que el cuerpo solo pide cama.

“A las nueve de la noche quiero estar acostada –comenta Isabel, quien como muchas otras mujeres combina la jornada de cultivo y cosecha con otros tantos quehaceres domésticos–. A las cinco de la madrugada tengo que levantarme a hacer desayuno, almuerzo y prepararlo todo. Después salgo con la niña para la escuela y luego vuelo en la motorina para acá”.
Isabel repite esa faena todos los días, incluso los fines de semana. Roberto Delgado Pérez, su esposo, poco puede ayudarla en casa porque sale muy temprano para atender la vega en San Vicente. Él es considerado en la provincia un productor de referencia y, hasta ahora, siempre que ella lo necesita, él está allí en la Zona Industrial Siete Matas, haciendo lo que sea necesario.

Forman una familia muy unida basada en la complicidad que gestaron desde que se hicieron novios, cuando Isabel tenía solo 13 años.
Su esposo suele decir que, si ella tiene éxito, se lo debe a él; pero ya sabemos que Isabel Cristina supo “amarrar por sí sola el burro a buen soporte”, logró realizar su sueño con empuje y hoy es acariciada por el verde de las hojas de su propia cosecha.

¿Qué dicen las cifras? | |
Isabel Cristina Barbosa Díaz es parte del 15 por ciento femenino del total de los ocupados directamente en la agricultura, el 16 por ciento de ellas son usufructuarias y el 32 son propietarias de tierra. Aunque las féminas representan casi la mitad de la población rural, la cifra de las activas en esos espacios deja mucha tela por donde cortar. |
Un comentario
excelente productora y estupendo reportaje