“Cuba es el lugar del mundo donde me siento más cómodo”

El multipremiado artista de la plástica, conocido en el ámbito cultural como Ares, se mueve entre el humor gráfico, la ilustración y la pintura, en busca de nuevas experiencias para expresar su creatividad

Por. Liudmila Peña Herrera y Rodolfo Romero Reyes / Fotos. Tomadas de la página de Facebook de Estudio Ares


Arístides Esteban Hernández Guerrero, Ares, uno de los artistas visuales más reconocidos del siglo XX en nuestro país, parece un gentleman a lo cubano. Antes, incluso, que los premios nacionales y foráneos que lo distinguen, sus cartas de presentación son su amabilidad, seriedad y educación. Estas se combinan perfectamente con el sentido del humor criollo y, todo ello, amparado en su descomunal talento, sella su estilo.

Mucho camino debió recorrer antes de convertirse en el artista multipremiado que es hoy.

Suele usar pulóver, jeans y espejuelos de pasta, quizá para distinguir mejor el mundo que recrea en sus obras. Quien lo ve, por los pasillos del diario Juventud Rebelde, en la casona de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en su Estudio Ares, o por las calles habaneras, sin conocerlo mucho, puede adivinar que en él habita un hombre de paz. Sus pinturas, caricaturas e ilustraciones lo confirman.

Su creación está ambientada con el folclor de los sonidos, los diálogos y las sensaciones de Centro Habana, donde vive desde que nació, el 2 de septiembre de 1963. Cualquiera pudiera pensar que, artista al fin, añora la soledad y el silencio. Él reconoce:

“Uno tiene su nación, la cual va adquiriendo espacios que se concentran. Y es no solo Cuba, sino La Habana para mí. Y, dentro de ella, Centro Habana y la familia. Es el espacio donde me muevo, me siento cómodo y estoy constantemente escuchando lo que habla la gente en voz alta, lo que piensa. Eso me sirve de basamento para lo que hago, aunque hay cosas que me molestan de acá, como el ruido y algunas conductas sociales”.

Recuerda su infancia con esos ruidos y la algarabía de los primos retozando en la calle y en la casa, alrededor de una familia numerosa. Creció “sin muchas cosas materiales, pero sin percibir que me faltara nada.

“Mi madre se dedicaba a coser para algunos vecinos y conocidos –relata–. Mi padre era tabaquero en la Fábrica Partagás, a donde me llevó muchas veces. A pesar de que no eran personas de una cultura alta, mi padre siempre estaba leyendo algún libro, porque era un fanático de la lectura, sobre todo de historia; y mi madre era una mujer con un espíritu muy colaborador. De pequeño, la recuerdo como la presidenta del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y tratando de cooperar con mucha gente en el barrio. Ellos siempre vieron con buenos ojos mi interés por el dibujo y la pintura, me compraban libros, materiales para dibujar y se enorgullecían mostrándoselos a los amigos”.

No había antecedentes de artistas en la familia, pero a su alrededor estaban los estímulos para despertar su sensibilidad y espíritu creativo:

“Los vínculos que me brindaban ellos con la cultura estaban conectados con la radio que se oía en casa, la música de la Orquesta Aragón o los programas de tangos. Mi padre me llevaba al cine a ver películas soviéticas de guerra o las japonesas de samuráis, y me compraban muchísimos libros”.

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El arte siempre estuvo ahí, agazapado debajo de la dermis de muchacho inquieto, creció con él y se lo llevó al Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas. De aquellos tiempos, asegura: “No fui nada bueno en los estudios y mis notas no permitían que optara por carreras que cerraban con un promedio muy alto”.

Se ha movido en diferentes expresiones de las artes visuales, aunque confiesa que lo que más domina es el humor gráfico.

Recuerda que marcó una opción vinculada con la pintura, pero no fue posible alcanzarla y terminó convirtiéndose en médico.

“Al inicio, me interesaba la cirugía. Desde el primer año, iba a operar con mi primo Narciso, que trabajaba como cirujano en el Hospital de Emergencias. Luego, mi profesor, el neuropsiquiatra José Galigarcía Hernández, me estimuló a estudiar psiquiatría y me convertí en alumno ayudante”.

Tras sus estudios de Medicina, el joven Arístides viajó al otro extremo de Cuba, a la oriental provincia de Guantánamo, para realizar el servicio social. Aunque no lo confiesa, es muy probable que el médico habanero fuese acogido por los pobladores de la comunidad rural Puriales de Caujerí como una bendición.

Allí, entre montañas y ríos, trabajó en el modesto hospital Félix Peña como pediatra, ginecobstetra y también como director. Cuatro años después, regresó a la capital para convertirse en residente de psiquiatría en el Hospital Universitario Clínico Quirúrgico Calixto García. Asegura que se hizo psiquiatra “porque sentía que esa especialidad estaba más cerca de los intereses que estaban dentro de mí con relación a los seres humanos”.

Al terminar la especialidad, debió prestar servicio en el centro penitenciario Combinado del Este, durante un año, junto a otro psiquiatra, su gran amigo Ovidio Hurtado.

“Entrar en contacto con un mundo de personas que no eran las habituales en mi radio de acción, entender muchísimas cosas y ver un mundo diferente hasta ese momento fue muy interesante. De todas esas experiencias se nutrió uno de mis libros, Gente de medio tono, el cual incluyó muchas caricaturas que tenían que ver con el prisionero y la cárcel, y fueron inspiradas en aquel tiempo de trabajo en el Combinado del Este”.

Durante la etapa estudiantil, la pasión por las artes visuales no quedó en el olvido. A la par del intenso estudio de las materias, comenzó a publicar caricaturas en la revista Opina, de corte sociocultural.

–Es sorprendente descubrir que el gran artista primero fue un hombre de ciencia. ¿Cómo decidiste dejar a un lado la Psiquiatría para dedicarte por completo a la creación?

El periodo de la pandemia fue para él particularmente provechoso para crear.

–Psiquiatría, caricatura y Medicina fueron transcurriendo en mi vida a la misma vez. Mientras me formaba como médico o psiquiatra, iba creciendo como artista, y estuvieron conviviendo en mí, casi de manera pareja, durante mucho tiempo. Mi trabajo como creador, artista, dibujante, ilustrador fue abarcando muchísimos espacios de mi vida y de mi pensamiento, hasta que llegó un momento en que pesaba más el trabajo como artista que el de médico y psiquiatra.

“La oportunidad surgió cuando en el diario Juventud Rebelde solo estaba un caricaturista: Lauzán. Entonces Arleen Rodríguez Derivet era la directora del periódico, y ambos me propusieron comenzar allí. Ella hizo las conexiones con el Ministerio de Salud Pública y logró que me liberaran. Comencé en diciembre del año 1997.

“En aquel momento, muchos vieron mi decisión como una ruptura, pero en realidad fue un proceso que venía avanzando hasta que las circunstancias me permitieron dar el salto”.

–¿Será que tu éxito se debe a esa mirada introspectiva y profunda al pensamiento propio y al ajeno?

–Varias veces me han preguntado cómo me sirve la psiquiatría en la caricatura. No pienso que yo sea un psiquiatra que se convirtió en caricaturista ni un caricaturista que estudió Psiquiatría. Soy un hombre con intereses que se movieron durante mucho tiempo en esos dos caminos y, evidentemente, el trabajo como psiquiatra genera un contacto con gente que piensa y tiene visiones muy diferentes de una misma realidad. Eso abre los espacios de la mente, como en un arcoíris. Y a la hora de crear hay que tener ese abanico para reflejar cualquier asunto”.

–¿Necesitas de algún estado de ánimo específico para lograrlo?

–No busco un estado psicológico específico para crear, no me veo como el artista que está en un lugar apartado tratando de inventar algo.

“Estoy en mi vida cotidiana y las cosas van saliendo así. El oficio es muy importante, no es solo esperar a que llegue la famosa musa que no existe. La creación es consecuencia de aquellas cosas en las que estás pensando, de toda la información que está dentro de ti y a la cual vas buscándole un cauce para crear una obra específica”.

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Ares no necesitó ir a una academia: su intuición y sensibilidad, unidas al estudio personal, han sido las claves para labrarse un exitoso camino. En la actualidad, trabaja como creador independiente realizando humor gráfico, ilustraciones, carteles y pintura. Ha publicado una veintena de libros en Cuba, Guatemala, Brasil, Irán, Italia, España, Grecia y Venezuela, y ha ilustrado otro centenar.

Con esta caricatura, Ares ganó el Grand Prix del UYACC 2020 Anticoronavirus, en China.

Es un artista multipremiado: en su país natal le otorgaron la Distinción por la Cultura Nacional, el Premio Nacional de Humor, las medallas conmemorativas por los 50 años de la UPEC y los 60 de la Uneac. Aunque le gusta subrayar que todos los reconocimientos son especiales para él, hay tres internacionales que destacan por su trascendencia: el Grand Prix del World Press Cartoon (Portugal), el Gran Premio de la Bienal de Teherán (Irán) y el Premio Ranan Lurie, de las Naciones Unidas. Algunas de sus obras forman parte de colecciones privadas e institucionales en los cinco continentes.

–Entre todo lo que haces, ¿qué te produce mayor satisfacción?

–Disfruto cada una de las expresiones de las artes visuales, pero no quiere decir que no sufra cuando tengo que realizar 50 ilustraciones para un libro y voy por la 20; o cuando debo hacer una caricatura, tengo la idea y no logro crear la imagen; o cuando estoy frente a un lienzo y mis desconocimientos técnicos no me dejan llegar por momentos hasta donde quiero.

“Lo que más domino es el humor gráfico, pero soy un hombre que se aburre dedicándose a una única línea de trabajo. Por eso, trato de expandirme. Empecé con la caricatura, luego la ilustración; de ahí, comencé experimentos con la pintura y luego he seguido al cartel, y obras tridimensionales, porque la búsqueda de lo nuevo me causa mucho placer”.

–¿Qué le aporta a la prensa cubana el humorismo gráfico y cuánto se desaprovecha aún el talento de sus cultores?

–El humorismo gráfico tiene una larguísima tradición en Cuba y ha sido una herramienta que logra una comunicación muy fluida con el público porque está basada en lo visual y en el humor. Eso llega fácil a la gente.

“Un periódico que se respete tiene que tener caricaturistas de plantilla o caricaturas de colaboradores, porque permite concentrar en una sola imagen diversas ideas que requieren de muchos textos para transmitirlas; además, lo hace con gracia y desarticulando dogmas.

“En el periodismo cubano hay excelentes ejemplos de cómo el humorismo gráfico puede aportar, pero todavía falta muchísimo más. Se quedan sin abordar temas de la cotidianidad social y política en Cuba, ya sea porque los caricaturistas han anquilosado las maneras de hacerlo o porque los editores no quieren meterse en líos con ciertos asuntos. Hay que abrir más los espacios físicos y de pensamiento para el humor, para aceptar que se transmitan determinadas ideas u opiniones a través del humorismo gráfico”.

–¿Por qué te preocupa tanto la unión de los artistas gráficos ya consagrados en torno a los jóvenes talentos que despuntan, sobre todo en la caricatura?

–Cuando era joven, miraba lo que estaban haciendo los más experimentados que yo. Y, en algún momento de mi vida, me di cuenta de que tenía que mirar hacia lo que estaban haciendo los jóvenes, porque los siento como un empuje al trabajo, y con visiones novedosas.

La ilustración de libros infantiles es otra de las maneras en que Ares ha expresado su arte.

“No es posible desarrollar una obra si no colaboramos con los que tienen interés y con quienes hacen lo mismo que nosotros. Los jóvenes son la continuación de una tradición, no solo en el humorismo gráfico, sino en todo lo que tiene que ver con Cuba. Por lo tanto, desatender ese espacio de la creación en la caricatura cubana sería como un suicidio de los que han consumado su carrera con años de labor. A mí me permite orientar a los jóvenes hacia los mejores caminos dentro de la creación, a partir de la información, las críticas, el intercambio, y porque se convierten en mis amigos también”.

–¿Los públicos toman en serio el mensaje de la caricatura? ¿Y las autoridades?

–Creo que los públicos toman en serio la caricatura. Cuando la gente se está riendo de algo es porque entiende lo que estás diciendo o porque has sacado el lado ridículo de una situación que quieren pintarte muy seria. Se crea una complicidad con el público que se recibe bien.

“Las autoridades y los burócratas también la toman en serio, demasiado a veces. Cuando haces referencia a una institución o a algo que consideren parte de su objetivo, se sienten aludidos y ofendidos. Hay muchísimos ejemplos de funcionarios, ministerios, institutos… que, cuando aparece una caricatura que les roza por algún lado, salen gritando, llaman a los periódicos y piden ‘cortar cabezas’ por todos lados”.

–¿Qué sucedió cuando comenzaste a ganar los primeros premios internacionales?

–Los premios internacionales fueron la vía para saber qué sucedía fuera de Cuba en la caricatura, a través de los catálogos de los eventos internacionales. El hecho de que aparecieran mis trabajos en esos catálogos o en las exposiciones fue una oportunidad para promocionar mi trabajo fuera de las fronteras de mi país. A partir de ahí, surgieron los premios, algunos de ellos acompañados de un aporte económico, lo cual fue una manera de obtener un respaldo financiero por lo que estaba haciendo.

“Esos reconocimientos me abrieron muchas puertas, sobre todo por la valoración de mi trabajo a escala internacional. A partir de ellos, surgieron invitaciones para hacer exposiciones o para participar como jurado. Gracias a eso, he conocido a importantes creadores de la caricatura en el mundo, con quienes se han creado vínculos a partir de la admiración mutua, y se han generado proyectos expositivos y editoriales”.

–Durante el aislamiento por la pandemia de covid-19, trabajaste en el libro El mundo después del coronavirus, junto al periodista Félix López. Ha sido un gran éxito en Cuba y en otros muchos países…

–Cuando comenzó la pandemia, entre las primeras cosas que hice estuvo trabajar con bocetos, en un proyecto que ya tenía pensado; pero me di cuenta de que sería muy importante dejar un registro de lo que estaba sucediendo o de las cosas que estaba viendo y cómo las percibía. Entonces comencé a realizar caricaturas con el tema del coronavirus. En ese proceso, Félix López, un amigo periodista que vive en España, también publicaba sus crónicas sobre los temas de la pandemia e ilustró un par de ellas con mis caricaturas.

Ares confiesa que ha armado una manera de vivir del trabajo que le gusta en su tierra natal.

“Nos comunicamos y le hice la propuesta de hacer un libro sobre el tema. Intercambiábamos ideas, textos e imágenes a diario. Él me enviaba lo que escribía y yo creaba una caricatura. Fue un trabajo de mesa ‘trasatlántico’. Estuvo listo al cabo de un mes.

“Y como uno de los temas que abordamos en él fue el del personal de la salud y del papel que estaban jugando, creé una caricatura que resultó ganadora del Grand Prix del UYACC 2020 Anticoronavirus, en China. Se trató de una composición visual como la que estaban haciendo usuarios en las redes sociales con varias personas con carteles en las manos trasmitiendo un mensaje. Coloqué íconos de varias de las religiones más importantes del mundo, diciendo a los médicos que creían en ellos, y el jurado consideró que merecía el premio. Eso es resultado del libro”.

–¿Cómo conecta Estudio Ares con la creación gráfica cubana de hoy y con la realidad sociopolítica de estos momentos?

–Estudio Ares es un proyecto que no ha llegado a hacer lo que me propuse, por muchísimas razones que no voy a enumerar ahora, pero pretende promover mi trabajo personal, el de la gente más joven, la caricatura cubana en general, y el trabajo de los creadores del buen humor gráfico en el mundo.

“El proyecto inicial incluía la donación de toda mi biblioteca y el intercambio con creadores jóvenes. He podido entregar premios en la Bienal de La Habana a caricaturistas que recién comienzan, organizar exposiciones en el pequeño espacio que tengo en La Habana Vieja y crear intercambios. Estudio Ares está conectado con mi visión sobre el humorismo gráfico, los jóvenes y las maneras en las que pudieran funcionar muchísimas cosas en la sociedad cubana”.

–Desde el punto de vista económico, ¿se valora en Cuba la caricatura igual que la pintura?

–Ni en Cuba ni en ningún otro lugar del mundo la pintura y la caricatura tienen el mismo criterio de valorización. Está marcado por las concepciones de “lo artístico” y por razones vinculadas a los mecanismos del mercado de arte. La caricatura, por el momento, no tiene el valor de mercado que tendría un lienzo, una pieza volumétrica; por lo tanto, las galerías, con algunas excepciones, tienen muy poco interés por la caricatura de manera general. Y eso hace que, desde el punto de vista económico, esté un poco por debajo de otras expresiones de las artes visuales.

“Eso no quiere decir que no haya espacio para la retroalimentación económica, que en muchos casos está basado en los derechos de autor de las publicaciones en medios de prensa o utilizadas como ilustraciones de libros. Y hay coleccionistas y amantes del arte que sí se interesan por comprar originales de algunos creadores, aunque no es lo habitual.

“Esa pudiera ser una de las razones por la cual no hay muchos jóvenes interesados en ella, y también porque es un arte más difícil, que requiere no solo saber dibujar, sino poder transmitir ideas vinculadas con lo risible, con el humor de manera general”.

–Después de haber viajado, de conocer otras realidades, ¿por qué vivir y crear en La Habana?

–He conocido muchos lugares del mundo, más de los que jamás imaginé, pero siempre retorno a casa. Confieso que pudiera vivir en cualquier lugar, soy un tipo muy respetuoso y adaptable a las normas y circunstancias que me rodean. Puedo tomarme una cachaza con los sin tierra en el nordeste brasileño y hacer cuentos con ellos, o sentarme a la mesa con unos aristócratas europeos sin cometer un desliz en las normas de etiqueta. Sin embargo, Cuba es el lugar del mundo donde me siento más cómodo. Y no me refiero a la comodidad material, porque aquí siempre hay algo que está en falta.

“Mi vida está armada de los códigos y la cultura con los que me hice la persona que soy. Admiro mi país por lo que significa, tengo aquí a mi familia, a mis amigos, recuerdos, espacios y proyectos. Camino tranquilo por las calles y puedo crear con absoluta libertad.

“Aquí he concebido la manera de organizarme para moverme en todas las expresiones artísticas que me interesan y he armado mi manera de vivir del trabajo que me gusta. Tengo aquí mucha gente que quiero y que me quiere ¿qué más se puede pedir”?

*Esta entrevista forma parte de un libro en proceso de edición, por la editorial Ocean Sur.

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Un comentario

  1. Maravilloso Ares, siempre sencillo respetuoso jaranero. Recordado siempre, un orgullo grande ser su amiga. Muy inteligente en todo lo q hace Estudiando medicina siempre estaba haciendo dibujitos.

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