Foto./ https://www.msnbc.com
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Donald Trump: ¿Juicios como campaña?

El exmandatario asegura que los litigios están contribuyendo a aumentar su apoyo electoral


Uno siempre tiene sus sospechas cuando Donald Trump deja ese torbellino histérico que lo caracteriza. Como en el actual juicio en su contra, por ejemplo. Todo el mundo sabe que el magnate encaja en esta zona incómoda de los sentidos siendo un desorganizador de gustos y disgustos, un outsider del paradigma de lo “respetable” y un amigo del ridículo que perdió (o desconoció) toda noción de vergüenza.

Y, sin embargo, desde el pasado 15 de abril el empresario no es más que un acusado que escucha en un juzgado de Manhattan el desarrollo del caso contra él por falsedad contable. Esta imagen va a durar entre seis y ocho semanas más, a cuatro sesiones por cada siete días. Sentado en esa sala, el expresidente y candidato in pectore del Partido Republicano para las elecciones de noviembre intenta ser un ciudadano a merced del sistema de justicia, sometido a la rigidez del procedimiento.

La situación se hace más rara si detallamos que, mientras la corte de Nueva York “preparaba sus acciones”, los nueve magistrados del Alto Tribunal celebraron una vista en la que decidieron el alcance de dos delitos imputados a Trump en el caso federal por intento de amaño.

Ese grupo de abogados tenía entre sus integrantes una supermayoría conservadora. Tres de sus magistrados fueron nombrados por el propio político cuando era presidente. Algunos de ellos ya sentenciaron que la enmienda de inhabilitación no impedirá al multimillonario presentarse a comicios. Además, analizaron un recurso para darle inmunidad.

Trump afirma que los litigios le están ayudando a ganar votos, lo cual refleja la creciente inconformidad de las mayorías hacia las élites, las instituciones, los partidos políticos tradicionales e, incluso, la democracia en sí como práctica y concepto. Este fenómeno, presente en todo el mundo, suele estar marcado por la irrupción en la política de nuevos líderes que se presentan como “outsiders” frente al establishment.

Buena parte de sus votantes son blanco del racismo, del machismo, de la explotación, de la ignorancia y del desprecio de clase. Los segmentos más tóxicos de ese supremacismo destilan gases infecciosos que aniquilan la dignidad de las personas y garantizan el distanciamiento desgarrador del pueblo respecto a las leyes y sus representantes.

Ningún líder genuino, nacido dialécticamente de las luchas sociales emancipadoras, ha de hacerse omiso a una crítica de fondo contra este esperpento y contra todos sus símiles. Es cometido inexcusable para las bases que se forman y conforman con un espíritu humanista que recorre el mundo para restituirnos las fuerzas científicas que nos darán organización superadora, dignidad como especie y respeto por la vida en todas sus expresiones. No valen estridencias ni exageraciones discursivas. Hay que entrarle a fondo a una semiótica para el combate de estas fechorías ideológicas y simbólicas.

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