Foto./ Yasset Llerena
Foto./ Yasset Llerena

El alma intensa y desgarrada de la sinceridad

Desde la habanera Casa Taller Antonia Eiriz, un viaje en el tiempo protagonizado por la obra, el espíritu creativo, la memoria y la permanencia para todos los tiempos de una mujer y una artista en todas las dimensiones que abarca este concepto


La memoria es la dueña del tiempo. Suelo volver a esta idea por el propio sentido de brújula que revela. En ocasiones, ella, la memoria, es caprichosa, indiscreta, motivadora. Te obliga a descubrir lo desconocido en algo recóndito.

Había soñado, en la compañía del fotógrafo Yasset Llerena, con redescubrir mundos silenciosos en la habanera Casa Taller Antonia Eiriz.

¿Y cuál fue el primer sobresalto cuando llegamos a la casa del reparto Juanelo donde nació y vivió la destacada pintora cubana Antonia Eiriz? No estaba ante la vista, ni en ningún lugar, su precioso cuadro emblemático La anunciación. Ni siquiera una foto, una referencia, esta perspectiva la marcó, sin lugar a duda, nuestro deseo del encuentro. Imposible olvidar la grandeza alegórica de esa joya, en la que cada porción física de la escena aparece registrada en una distinta textura ilusoria. Todo estaba dicho desde el expresionismo más informal del gesto hasta el duro desgarramiento y, justamente, ese recorrido semántico le da solidez a la dimensión textual de la pieza.

Había que verla. Y como las historias de vida no se dividen, sino que se integran en un todo, la buscamos donde se muestra en una exposición permanente en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Y, ahora, es la que abre este viaje en el tiempo.

Llegamos al modesto lugar de la Casa Taller, alumbrado por la luz de su ingenio, donde Antonia Eiriz animó su labor docente y la promoción del movimiento sociocultural conocido como papier maché.

La primera grata impresión fue apreciar un taller donde niños, jóvenes y un instructor activan las vías del conocimiento sobre la especialidad.

Taller en la emblemática Casa de Antonia./ Yasset Llerena Alfonso
Jóvenes visitantes son cautivados por las obras realizadas en los talleres./ Yasset Llerena Alfonso

Es indispensable recordar que el movimiento de papier maché se inició entre los años 1971 y 1972. El propósito de Antonia fue enseñar al pueblo a decorar sus viviendas. En 1979 realizaron la primera exposición con obras de sus alumnos en el Museo Nacional de Artes Decorativas.

Ese intenso mundo siguió dando frutos. Lo aprecian infantes interesados en descubrir técnicas y belleza.

Toda esa satisfacción es cultivada por la joven directora de la Casa Taller, Yulieta Silva Torres, una auténtica promotora cultural ya entrenada en esta técnica artesanal.

Yulieta Silva Torres, directora de la institución./ Yasset Llerena Alfonso

Su voz es suave, cálida. “Este trabajo me anima y me enriquece. Existe el lugar para que siempre se esté gestando la creatividad. En él, Antonia realizó sus grandes obras. Ese patio conoce innumerables secretos en un silencio que no es tal.

“Es indescriptible la intensidad de talleres, de muestras, y otras actividades que organizamos. Además, exponemos piezas de artistas invitados. Somos una gran familia que crece todos los días”.

Por su parte, Emilio Gutiérrez, especialista principal del proyecto, acerca su memoria fresca.

“Conocí a la gran Antonia Eiriz. Fue una mujer íntegra, sensible, sincera, profundamente sincera”.

Atmósfera de la casa./ Yasset Llerena Alfonso

Hablamos de huellas, símbolos y valores. Hizo énfasis en su pintura realizada entre 1960 y 1962 y en los temas que emanan de la historia más reciente del país marcada por las conmociones del primer trienio de los 60.

Asimismo, primó la evocación de que en su obra aparecen dibujos de denuncia a la dictadura batistiana al estilo de Víctimas de la tiranía. Y otras piezas de notable valor. Su pintura no describe ni alude, sino connota desde una constante suerte de alegoría emotiva.

Sentidos de ver más que mirar

En la Casa Taller, avanzar por más de una vía exploratoria propicia descubrir lo imprevisto, las atmósferas de cada espacio. La intimidad del comedor, la energía parlante de un reloj que se activa sin previo aviso. Ese es un misterio. Y los misterios son misterios.

Hablan de ella sus objetos personales. No los sentimos inanimados. En aparente sombra refulgente de una desgarradura afectiva vemos la silla, el teléfono personal de Antonia, y en otro ángulo de la habitación, el Cartel Arte de pueblo realizado por sus alumnos.

Objetos personales que nunca parecen inanimados./ Yasset Llerena Alfonso
Objetos personales./ Yasset Llerena Alfonso

Por doquier emergen nuevos significados. De ningún modo buscan las mismas respuestas.

Antonia Eiriz, la maestra, enseñó que el arte se aprende sobre el camino de hacer común lo extraño o haciendo extraño lo común.

Pensemos en fomentar el conocimiento acerca de un patrimonio vivo, de un ejemplo singular, que ni siquiera durmió durante 20 años de ostracismo. Porque ella siempre volvió. Lo testimonian fotos, audiovisuales y su legado, un poderoso patrimonio construido.

El comedor de Antonia./ Yasset Llerena Alfonso
La silla y el teléfono, definitivamente suyos./ Yasset Llerena Alfonso

Y en el repaso que abre caminos en este viaje descuella la exposición Felices los normales, en la Galería de Galiano, donde un grupo de artistas, entre ellos, Lesbia Vent Dumois, presentaron obras que la homenajearon.

Nada. La memoria es la dueña del tiempo. Hay que seguir fortaleciendo el valor de las jerarquías. En la Casa Taller ella sigue vital. El registro de la fecha de su nacimiento, 1929, y de su partida física, 1995, nunca la silenciarán en el olvido.

Varias perspectivas propician el interés de la revelación, surge el deseo de visitar su morada eterna. Allí late el alma intensa y desgarradora de la sinceridad de Antonia Eiriz.

En el cartel Arte de pueblo sus alumnos le rindieron homenaje./ Yasset Llerena Alfonso

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