Foto./ Yasset Llerena.
Foto./ Yasset Llerena.

El cine cubano y la asimilación de lo poético

Acercamiento a ideas desplegadas durante 65 años en los caminos recorridos por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, que también se muestran en el medio televisual para seducir a las mayorías


El escenario fílmico del siglo XXI se transformó debido a la avalancha de experiencias interactivas y de nuevos medios que utilizan artistas interesados en contar historias destinadas a la pantalla grande. Estas también se visibilizan en la televisión, hacen pensar en nuestro cine cubano y en producciones de otros países. Uno y otras remiten a miradas plurales de quienes aportan al séptimo arte con el propósito de promover energías liberadoras desde la construcción de la verdad artística. 

Recién fundado el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), el 24 de marzo de 1959, notables creadores comenzaron a filmar testimonios sobre las transformaciones de una nueva época protagonizada por múltiples hazañas en diferentes órdenes de la sociedad cubana de trascendencia internacional.

Más que seguir paso a paso lo registrado en filmes, documentales, cortos, animados, meditemos sobre cómo la dramaturgia cinematográfica implica una asimilación creadora de lo poético en tanto génesis y vórtice generador de ideas, pensamientos y visualidades. Incluso establece una dinámica relación dialógica con públicos diferentes, participativos, ávidos de ver y conocer, sí, en las más amplias acepciones de ambos conceptos.

Nunca renunciemos al disfrute en la sala oscura donde por estos días y como parte de una estrategia bien analizada se socializan títulos emblemáticos del cine cubano. Pero también es preciso mantener ese punto de vista holístico en espacios televisuales. Los procesos de programación requieren una orientación científica, prioridades, jerarquías de valores. Lo que no se ve, no existe.

Justamente, la crítica cultural debe contribuir a la interpretación de los mensajes comunicativos en tanto dispositivos pensantes del sistema de la cultura. ¿Por qué ilustramos este texto con una pieza de Zaida del Río, Premio Nacional de Artes Plásticas? Prima la intención de reconocer no solo su liderazgo y el de otras figuras en el centro argumental cinematográfico, sino en la posibilidad de admirar sus presencias en la dirección de arte en el diseño de relatos disímiles. A veces, dicha prominencia escapa a la mirada rápida, por esto hay que ver y aprehender el sentido de lo expuesto inteligentemente.

En la actualidad es evidente el cambio perceptivo de las audiencias. Estas demandan variaciones de lenguajes, escrituras, en un mundo de imágenes fragmentado donde las nuevas tecnologías instauran diferentes tipos de relaciones sociales.

Son insuficientes las buenas ideas o las intenciones de renovar la manera de contar y proponer otros acercamientos, es imprescindible el desarrollo de esas inquietudes desde la concepción dramatúrgica y aprovechar las posibilidades del medio de comunicación enfocado en el disfrute de la familia. Para las mayorías, lo real está en la pantalla. Tiene que ser verosímil, creíble, poético, provocador, en las gramáticas fílmica y audiovisual. Cuando las personas valoran cada realidad reafirman la dimensión antropológica de la cultura. De ningún modo por azar esas expresiones prevalecen sobre otros tipos de comunicación y devienen puente de entendimiento que circula fuera de la escuela, del hogar, alimentan la memoria, los deseos de conquistar saberes individuales y colectivos.

El gusto no nace, se forma. Aprovechemos la curiosidad del ser humano a fin de trasladarle inquietudes que lo convertirán en alguien informado y culto. Las audiencias son productoras simbólicas, incluso crean sentido a partir de visualidades no siempre explícitas. Ver e interpretar requiere, más que entusiasmo, la responsabilidad ante las pantallas, las cuales suelen crear nexos poderosos. La decodificación de imágenes, palabras, sonidos, lo poético atiende a modelos de recepción abiertos, variables. Tampoco lo olvidemos: Roland Barthes alertó sobre “la muerte del autor” para indicar que los textos dependen no de sus creadores sino de su lectura y, por tanto, pertenecen a la esfera de la recepción. Urge apreciarlos no como un mero pasatiempo, sino también en su dimensión humanista. Rescatar todo espacio de influjo cultural e ideológico cumple un rol decisivo, sirve de vehículo poderoso en la transmisión de valores y el análisis de comportamientos en nuestro país donde a diario nos reafirmamos como nación plenamente conscientes de su identidad histórica y cultural. Pensémoslo.

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos