Foto./ Yasset Llerena.
Foto./ Yasset Llerena.

El provocador sentido de la memoria

Revelaciones, encuentros, filosofías y vivencias de personajes recreados por el poeta y narrador Alberto Marrero Fernández, en una trama que invita a pensar en hechos y circunstancias propias y ajenas


La llamada condición dialógica de la novela como género, despliega en Agua de paraíso (Editorial Letras Cubanas), merecedora del Premio Alejo Carpentier 2019, el itinerario de existencias que ilustran con creces un tópico esencial: “la conducta humana es impredecible”.   

El poeta y narrador Alberto Marrero Fernández (La Habana, 1956) es consciente de que la escritura puede asumir los múltiples retos planteados por diferentes épocas. Reflexionar sobre ellos en voces de personajes mediante sus actitudes, filosofías particulares, encuentros y desencuentros, al unísono patentiza que el tiempo transcurrido desde el reconocimiento dado a la novela no la silencia ni en el olvido ni en el tiempo.

Al centrarse en una familia cubana a partir del triunfo de la Revolución hasta años recientes, el autor guarda distancia de hechos trascendentes, pero los revisita en su dimensión contextual, pues forman parte de la memoria y tienen plena connotación en el aquí y el ahora.

De ningún modo el texto narrativo es histórico, pero extiende miradas a la Campaña de Alfabetización, la crisis de octubre, los años 70 en relación con la cultura, la guerra en Angola y el éxodo por el Mariel. Desde una perspectiva pensante motiva a reflexionar sobre las relaciones entre experiencia y sentido, uno de los temas sobre los cuales la literatura tiene mucho que decir aún.

Cada uno de los 68 breves capítulos del volumen de 276 páginas revelan las tensiones entre el crecimiento de la información y las sensaciones de Javier y Marcela, Rodrigo y César, personajes que entregan sus respectivos mundos interiores y, al mismo tiempo, crean sentido, sí, volvemos al concepto, dado su nivel de exploración en múltiples incertidumbres, dudas, verdades y máscaras.

Al parecer, Marrero tiene la certeza de que la ficción nunca puede ser una imitación completamente lúcida de la vida y concibe otros mundos posibles mediados por grandes dosis de sensibilidad e imaginación. Recurre a un narrador-personaje que pone en claro lo humano y lo imposible de manera exquisita.

Especialmente visual y emotivo es César cuando al referirse a la atmósfera de Alicante dice: “el abuelo no dejaba de hablar de su ciudad natal, de sus calles estrechas de aire morisco, y olor a pescado frito y vino tinto. Comprendí por qué el viejo decía que la luz era distinta a la de Cuba: tenía un matiz áureo y no era tan pendenciera”.

Una, otra vez, impresiona la prosa sensorial dada su condición de verosimilitud. Narra desde el buceo en lo íntimo. Así salen a la luz las secuencias de vidas marcadas por imprevistas o quizás esperadas agresiones que producen sensaciones incómodas, duraderas.

Sin duda, el escritor sabe organizar su historia por escenas. Hábil traza analogías cinematográficas, prepara el terreno mediante ingredientes requeridos: escenografías y acciones, dramas y sorpresas.

Tanto el agua de paraíso como la savia de la naturaleza fluyen en atmósferas y referencias literarias. Lo vivido emerge al recrear percepciones imposibles de olvidar. Así lo atestigua el personaje de Javier: “Era difícil no cortarse con las hojas de la caña. Difícil no achicharrarse con el calor del mediodía y respirar un vaho caliente, con las mangas de la camisa extendidas como si hubiese frío, sofocado por el ejercicio continuo de la mano empuñando la mocha. Solo el rocío de la madrugada alivia en las primeras horas, si bien la humedad llega a ser fastidiosa, sobre todo si persiste el fango producido por las lluvias de días anteriores. Cuando llovía, nos quedábamos en el albergue, arrebujados en las hamacas. Algunos estudiaban o escribían cartas. Yo me propuse comenzar a leer en francés las siete novelas de En busca del tiempo perdido, de Proust, y Marcela las de García Márquez, Sábato y Vargas Llosa”.

Otro punto de vista reconfortante lo aporta a la trama la invitación al disfrute de leer sin abandonar un convencimiento raigal: “la vida es un obstinado cotejo de probabilidades, no pocas veces brutal”.

Al cerrar el último capítulo del intrépido viaje y detenernos de nuevo en la cubierta sentimos –íntimo sentimiento humano– que la impresión de la foto y de la portada no es llamativa, tampoco seduce ni propicia del todo sumar compañías para seguir una narrativa pensante y provocadora de mantener activa la memoria.

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