Foto./ Leyva Benítez.
Foto./ Leyva Benítez.

Emprender un viaje profesional siempre conectados

Es uno de los clamores formativos de la edición 39 del Festival Internacional Jazz Plaza dirigido a maestros, estudiantes, directivos, públicos, sin límite de idiomas o fronteras


Al escuchar discos, asistir a conciertos, ver videos clips, documentales sobre músicas, compositores e intérpretes, reflexionamos, a veces, en los procesos antecedentes. Esa meditación expresa preocupaciones sobre la educación y la necesidad de aplicar pensamientos desarrolladores enfilados hacia aprender y pensar métodos conscientes en beneficio del conocimiento y de las habilidades de profesores y estudiantes.

El músico venezolano Leonel Ruiz extendió una fructífera mirada al jazz desde las músicas venezolana y caribeña. / Leyva Benítez

Lo constataron las experiencias vividas en la habanera Fábrica de Arte Cubano donde tuvo lugar el XIX Coloquio Internacional de Jazz “Leonardo Acosta in memoriam”. El decurso de esta convocatoria abrió vías de entendimientos y motivaciones a propósito de la edición 39 del Festival Internacional Jazz Plaza.

Y, por supuesto, como suele ocurrir ante una dinámica propositiva semejante nos preguntamos: ¿la apreciación de la música fuera del aula puede reconocerse en tanto ejercicio pedagógico de códigos y contenidos propios?

Interrogar incita el tránsito por caminos plenos de hallazgos y redescubrimientos. La clase del compositor, cantante y trovador venezolano Leonel Ruiz colocó en la mira una rica visión antropológica. Incluso, él define su estilo como mere mere con pan caliente. Esto significa una sabrosa fusión de la diversidad musical de su país y del Caribe con identidad nuestroamericana.

Miembros del formato Tostaíto recrearon un rico diálogo instrumental. / Leyva Benítez

Evocó la manera de caminar de quienes trabajaban subyugados en las plantaciones de la Lousiana, la importancia de la música mestiza o creole, las tradiciones africanas con las anglosajonas. En fin, un acervo raigal, poco apreciado a la altura del tiempo transcurrido, pero que sigue iluminándonos en el diálogo propio del proceso formativo.

Otra perspectiva aportó el renombrado pianista estadounidense Aaron Goldberg. Es uno de los intérpretes de jazz más brillantes de las últimas dos décadas. Brindó consejos, apreciaciones y atinadas precisiones que aplica en la Universidad de Juilliard. Al convocar a los estudiantes ante su instrumento y en la conversación grata, emotiva, indicó: “Nunca pueden quedar encerrados en su burbuja. Deben emprender un viaje siempre conectados entre sí. Es esencial el aprendizaje. Sobre todo escuchar a los maestros con el oído atento, pues cada pieza es una revelación fundamental entre nota y melodía musical”.

Hizo un despliegue de virtuosismo junto a los maestros cubanos Alejandro Falcón y Alejandro Luna, porque, precisó: “De ustedes y de la música cubana siempre aprendo mucho”.

Otra figura relevante, el saxofonista Ted Nash, de Estados Unidos, patentizó una esencia primordial: el profesor de música tiene que ser, ante todo, artista. Al instruir a los miembros de la Jazz Band del Conservatorio Amadeo Roldán revivió en una acción de pura satisfacción los aportes de Duke Ellington y otros clásicos referentes indispensables. “Capten la energía, el espíritu libre, y ese quehacer influye de manera decisiva en la libertad comunicativa”, precisó.

Aaron Goldberg, Alejandro Falcón y Rolando Luna en un trío inusual y provocador. / Leyva Benítez

Registros de lo escuchado, del disfrute de las facultades de estudiantes y profesores, de nuestro “inconsciente cultural” –así lo llamó el sociólogo francés Pierre Bourdieu– lideraron en la fructífera sesión.

Había que escucharlos, sentir el activo movimiento de cerca de los fotógrafos dejando constancia del instante repetible, del sonido en la imagen, del completamiento y de la solidez pedagógica.

Lo magistral brilló en conciencias y almas. Lo ocurrido allí nutrió la conversación entre lo singular y lo general, lo nacional y lo universal. Justamente esa amalgama caracteriza a nuestra producción simbólica desde finales del siglo XVIII, más enfática dentro del XIX y definitivamente declarada por las vanguardias del XX.

Dueña del tiempo, la memoria necesita raíces, frutos, árboles frondosos. Precisamos seguir promoviendo la creación fonográfica, la actividad comercial en torno a ella y los intercambios entre participantes en el hecho artístico.

Ted Nash dialogó con su saxofón al momento del emotivo intercambio con integrantes de la Jazz band del Conservatorio Amadeo Roldán. / Leyva Benítez

Hoy convivimos en un contexto lleno de desafíos. Lo conforman la avalancha comercial de las industrias de la comunicación, los monopolios distribuidores de un pensamiento hegemónico, todos prevalecen en el panorama comunicacional donde ocurren cambios significativos en el consumo y en las maneras de intervenir la información difundida por vías diferentes.

El Festival alerta en múltiples sentidos. En especial, establece jerarquías, marca señales culturales y pondera el impacto social de lo valedero en cualquier país y ante todos los públicos, creadores en formación y sociedades sin límites de parcelas o fronteras. Aprehenderlo merece ser una fortuna multiplicada en los medios de comunicación audiovisuales, en los conservatorios, las escuelas y en el hogar donde las familias crecen espiritualmente a diario. O, por lo menos, es una aspiración a la que nunca renunciaremos.

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