Con motivo del fallecimiento del Doctor en Ciencias Médicas Jorge González Pérez, el pasado 12 de noviembre, actualizamos la entrevista que se le realizara en el año 2007
“Yo tengo buena memoria, sin embargo, en verdad no recuerdo haber recibido nunca una misión científica de tanta relevancia histórica como viajar en 1995 a Bolivia con el objetivo de encabezar el grupo de especialistas de diferentes sectores en la búsqueda de los restos del Che y sus compañeros, y sin saber con seguridad dónde estaban enterrados”.
Quien así, de modo sencillo, nos habla, es el doctor en Ciencias Médicas Jorge González Pérez, conocido cariñosamente por Popi, quien en aquel momento era el director del Instituto de Medicina Legal del Ministerio de Salud Pública.
Le pedimos que nos contara aquella singular experiencia y, antes de entrar en el tema, aclara con notable honestidad: “Está muy bien, voy a explicarle cuestiones imposibles de olvidar, vividas personalmente por mí en los predios bolivianos, aunque usted debía hablar igualmente con otros compañeros, como el doctor Soto, un destacado antropólogo forense cubano, o con la historiadora María del Carmen Ariet, por solo citarle ahora a dos investigadores importantes de la brigada a mi cargo, pues aquella tarea ocupó a otras personas consagradas a indagaciones sumamente interesantes”.
El doctor Jorge hace una pausa, mira la hora de su reloj pulsera y comenta: “Le aseguro una cosa desde ahora mismo. He participado como médico forense en muchas pesquisas de sumo interés científico. No obstante, esta ha sido la misión revolucionaria más apasionante confiada a mí.
“Por supuesto, viajamos hacia Bolivia en unión de un grupo de expertos en sus respectivas materias, sobre la base de un proyecto de investigación científica de tremenda rigurosidad. Comprendía la búsqueda de cada uno de los entierros realizados, en total 3, con el propósito de hallar los restos óseos de 36 guerrilleros fallecidos en 1967 en distintas circunstancias y combates en la selva boliviana.
“El ingeniero Greco Cid Lazo y otros capacitados especialistas hicieron estudios previos del entorno, investigaciones sobre la formación de los suelos, cómo se originó el valle, su evolución, su topografía, posibles cambios sufridos por efectos del tiempo, la erosión o la mano del hombre.
“Puedo precisar un aspecto insoslayable: no era tarea fácil la emprendida por todos nosotros. Insisto en la arista colectiva del quehacer investigativo realizado entonces. No fue solo lo hecho por el doctor Popi, como me dicen mis compañeros, colegas, amigos y vecinos. Muchas cabezas pensaron allí, antes, durante y después. Muchas piernas caminaron, numerosas botas se enfangaron, se cansaron los brazos y manos de científicos experimentados, sin olvidar el sol y las demás inclemencias del tiempo, del clima y de la abrupta selva desconocida.
“La identificación de los restos en sí es labor al final de todo un proceso, pero antes era necesario preparar condiciones, buscar equipos, instrumentos, herramientas. El esfuerzo encaminado a dilucidar la identidad de los huesos de nuestros hermanos guerrilleros, cubanos o de otras nacionalidades latinoamericanas, exige y se rige por el expediente de la persona caída en combate, por ficha con sus descripciones físicas principales, edad, estatura, sexo, talla, peso, dentigrama, detalles muy valiosos.
“Lo primero es el estudio antropométrico, un trabajo acucioso de osteometría, la medida cuidadosa de los huesos hallados, según los cálculos específicos de la Antropología, cuestiones en gran parte a cargo de la historiadora María del Carmen Ariet.
“Asimismo se continúa con la superposición cráneo-fotográfica, una foto de close up sobre su cráneo y su rostro para poder apreciar si coincide con sus órbitas y demás dimensiones cráneo-faciales. También se observan las posibles lesiones de los huesos. En la ficha conseguida viene, si fue en combate, cómo fue el disparo provocador de la muerte, por dónde penetró la bala. Ahí está también el papel desempeñado por el médico forense, es decir, el especialista de Medicina Legal”.
La técnica empleada
“Lo primero en este sentido –añade el profesor Jorge- es la investigación y reconstrucción histórica y sociológica, lo efectuado por María del Carmen; la trayectoria de los guerrilleros, los combates, las emboscadas, los lugares donde ocurrieron. De ahí que se continúan ampliando y profundizando las versiones históricas acerca de los posibles lugares de enterramientos, contados por algunos testigos o argumentados por personas cercanas a los hechos.
“Y hay más; después vienen los levantamientos aero-fotográficos y el trabajo de dinámica de los suelos, hechos por ingenieros agrónomos, la prospección geológica y geofísica, obra de otros especialistas: todo con las técnicas más avanzadas del mundo en nuestras manos.
“Después de tal despliegue de conocimientos, pasó a jugar su rol la excavación, la arqueología, la medicina legal y la antropología forense, en los que el doctor Héctor Soto aportó lo suyo, tan crucial. ¿A dónde se llegaría de esa manera seria y responsable? A la creación de un mapa de variables imprescindible en la determinación segura de los movimientos de tierra hechos allí en su momento en aras de trazar la pista de Vallegrande y ver cuál de esos movimientos del terreno pudieron estar justificados por la necesidad y la urgencia de los enterramientos secretos de los guerrilleros.
“Encaminados a conocer dichos extremos o procederes clandestinos y ocultar las tumbas o las fosas comunes se realizaron sobrevuelos, levantamientos fotográficos desde el aire para tener la posibilidad de comparar y saber la ubicación de los árboles en los lugares, dónde nacieron o no, si se llenaron con tierra determinadas zanjas, cuál se abrió o tapó. Un abnegado esfuerzo científico útil en el plan de caracterizar la geografía o el área física del posible terreno a excavar.
“Imagínese la envergadura de la indagación realizada. Se utilizaron modernos medios y métodos científicos con el propósito de fijar la existencia de anomalías en el subsuelo, delimitando las áreas factibles de ser escondites de los cadáveres enterrados.
“Bastaría un dato interesante: los especialistas de nuestro grupo se remontaron a diez mil años atrás con la intención de precisar cómo se formó el valle cuando la naturaleza lo hizo más grande.
“En la vieja pista aérea de Vallegrande, el 28 de junio de 1997, (el testimonio del doctor Popi se logró en 2007) tuvo lugar el hallazgo decisivo: la fosa común donde encontramos los huesos del Che y de seis de sus compañeros: Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando Pantoja Tamayo (Olo), Aniceto Reinaga (Aniceto), Simeón Cuba (Willy) y Juan Pablo Chang (El Chino).
“Ahora -recalca nuestro entrevistado- ni siquiera nosotros mismos nos damos cuenta cabal de todo lo que ocurrió y la población a veces desconoce cómo se hizo ese trabajo”.
Los cinco que faltan
Al instante de esta entrevista, de los 36 guerrilleros caídos, fueron encontrados 31 y cinco no habían sido hallados todavía.
“Confiamos en nuestras pesquisas y en algún momento concluiremos la compleja y noble tarea encomendada. De esos cinco, teóricamente se pueden encontrar solo dos vinculados a entierros específicos, como el caso del único cubano no encontrado aún, Jesús Suárez Gayol (El Rubio), quien murió el 10 de abril en el combate del río Ñancahuazú, en la desembocadura del río Tacuaral, y no en el combate del río Iripití, como se ha dicho, porque allí no hubo tal acción, ni tampoco tuvo lugar su enterramiento.
“Los otros que faltan son bolivianos: Benjamín Coronado Córdoba, ahogado en el Río Ñancahuazú el 26 de febrero de 1967; Lorgio Vaca Marcheti, ahogado en el Río Grande el 16 de marzo de aquel año; además, Jorque Vázquez Viaña, asesinado el 29 de abril, montado en un helicóptero y lanzado en un lugar de la selva conocido como El Hueso, una elevación en la zona de Camiri.
“Se dice que lo encontraron los indígenas chiriguanos y procedieron a su enterramiento, pero no hemos hallado el lugar concreto ni con ayuda de ellos. Está también Raúl Quispaya, muerto en el combate del río Rosita el 30 de julio.
“A Quispaya lo llevaron a Santa Cruz de la Sierra. Lo enterraron en un sitio hoy cubierto por la ampliación posterior de la propia ciudad. Tal vez sus restos estén debajo de alguna casa, calle, parque o edificio, y es bastante difícil encontrarlos.
“La fosa común donde estaba la osamenta del Che con la de otros seis compañeros nos costó también mucho sudor y mucha ansiedad. La meta nuestra era hallar el lugar donde se abrió una honda fosa por un buldózer con esos fines.
“Pero puedo referirme a otra cuestión: en el caso de Eliseo Reyes (el Capitán San Luis), combatiente de la Sierra Maestra, y el de Rolando, boliviano, después de cuatro años de intensa búsqueda, los encontramos por el testimonio de Abel Medrano (campesino boliviano), quien se lo refirió a María del Carmen Ariet. Fue sepultado por la guerrilla en un lugar y luego trasladado hacia otro por los bolivianos, a 14 kilómetros del enterramiento inicial, en un lomerío en el que con piedras colocadas marcaron el sitio exacto. Eso sucedió después de haber caminado, buscándolo, cinco kilómetros por el río El Mesón.
“Nuestro equipo -el que halló el 28 de junio la fosa común donde estaban el Che y sus compañeros- estuvo integrado por siete cubanos: tres geofísicos, una historiadora y otros tres compañeros, entre ellos el antropólogo Héctor Soto, el arqueólogo Roberto Rodríguez y, quien le habla, un médico forense.
“Pero a diez años de aquel hallazgo, yo insisto de nuevo en un trabajo arduo y anónimo de muchas personas, no solo de este grupo de siete. Los presentes en Vallegrande, al final, nos basamos en lo aportado en forma responsable, tenaz y oportuna por más de cien compañeros especialistas de unas 15 instituciones. Ellos desde Cuba nos ayudaron. Por Bolivia pasaron otros 13 compañeros, o sea, 20 en total. También participaron en la búsqueda compañeros bolivianos y -en la fase final- los antropólogos forenses argentinos Patricia Bernardi, Alejandro Inchaurregi y Carlos Somigliana.
“Siempre señalo tres elementos: Lo primero, el hallazgo del Che y sus seis compañeros, un suceso de enorme emoción al cumplir la tarea dada por la Revolución. Lo segundo, la identificación en el Hospital Japonés de Santa Cruz de la Sierra, por haber encontrado a personas capaces de dar sus vidas por la libertad. Y lo tercero: el éxito ha sido de científicos cubanos formados por la obra revolucionaria. Así yo resumo, en nombre de mis compañeros, ese desconocido esfuerzo de muchos cubanos anónimos”.
- FUENTE CONSULTADA: En busca de unas tumbas secretas, del autor de estas líneas. (Juventud Rebelde, primero de julio 2007).