Por ERNESTO USTARIZ RAMÍREZ
El 7 de diciembre de 1896 fue uno de los días más terribles para las fuerzas mambisas: caían en combate el Lugarteniente General Antonio Maceo y su ayudante, el capitán Panchito Gómez Toro.
En tierras de La Reforma, Sancti Spíritus, nació el vástago del Generalísimo, 20 años atrás, el 11 de marzo de 1876, cuando las sombras de la desunión y el caudillismo se cernían sobre la revolución independentista, llenando de preocupaciones al jefe mambí. El arribo de su cuarto hijo fue un bálsamo dentro de la guerra. Por si fuera poco, el destino del futuro combatiente se avizoraba en el recién nacido: a los pocos días llegó Antonio Maceo para conocerlo y darle sus mejores deseos.
Desde su más temprana infancia sufrió los rigores de la contienda y tuvo que abandonar la patria cuando esta había terminado, primero hacia Kingston, Jamaica; luego se dirigió a República Dominicana junto con sus familiares, quienes se establecieron en la finca La Reforma, nombrada así por el lugar donde había nacido. Allí los tiempos tampoco fueron buenos, las penurias económicas y las enfermedades se llevaron a algunos de sus hermanos.
En la tierra natal de su padre, Francisco comenzó la forja de su carácter. Recibió enseñanzas de lo mejor de los cubanos que pasaban por suelo quisqueyano, todos amigos del general mambí. Pronto se destacó por su madurez y seriedad, que le ganó el respeto del patriarca de la familia. Quienes lo conocieron lo describían como cariñoso y serio, buen nadador y mejor jinete, caballeroso con las damas, lector prolífico.
En 1892 un encuentro lo marcó de por vida: conoció a José Martí. Ese año Panchito viajó a New York con su padre, que lo confía al autor de La Edad de Oro para servirle de ayuda. Lo acompañaría en numerosos viajes para recabar el apoyo de los emigrados, tanto en ciudades norteamericanas como en otros países, Panamá, Costa Rica y Jamaica incluidos.
Por el Apóstol el joven sentiría verdadera devoción, que aumentaría con el paso de los años, sentimientos de cariño reciprocados por el héroe. Para este era como el hijo que los rigores de la difícil vida familiar le habían alejado. Hasta tal punto sería el sentimiento de admiración mutua que Martí llegaría a decir que Panchito era una de las personas con menos imperfecciones que había conocido.
Asistiendo a la predica martiana sobre la unidad y la necesidad de la guerra para alcanzar la independencia se convenció de que su destino estaba en ser un mambí
Un duro golpe fue la negativa de su padre a llevarlo con él a Cuba para comenzar la guerra. Mucho tuvo que hablar con el joven el viejo general para convencerlo de que se debía quedar en tierras quisqueyanas, lo cual logró con la promesa de que se enrolaría a la primera oportunidad en alguna de las expediciones enviadas por los emigrados como apoyo a la guerra. La ocasión llegó a mediados de 1896, cuando un mensaje le informó que debía presentarse, bajo el mando de Miguel Betancourt, en Nueva York, para venir en el desembarco que este organizaba.
Pero el ímpetu juvenil y las ganas de llegar cuanto antes a la Isla lo hicieron apuntarse bajo las órdenes del patriota Juan Rius Rivera, quien planeaba desembarcar en el occidente cubano un mes antes que Betancourt. Así fue que el 8 de septiembre de 1896 cerca del cabo de San Antonio tocó tierra el buque Three Friends con 36 hombres dispuestos a dar la vida por la independencia de Cuba, incluyendo a Panchito Gómez Toro.
Pronto desafió los peligros de la contienda, desde Ceja del Negro, la primera acción en la que tomó parte directamente. A las órdenes de Antonio Maceo participó en más de 10 acciones combativas, lo que le valió el rápido ascenso militar. Entre estas, la de Bejerano, donde es herido en su brazo izquierdo, poco antes del desenlace fatal que habría de ocurrir el 7 de diciembre de 1896.
El capitán Francisco Gómez Toro era uno de los ayudantes directos del Lugarteniente General, mas -al encontrarse herido- se determinó que debía permanecer en el campamento. Como las malas noticias llegan pronto, la noticia terrible de que el General había caído en combate se expandió enseguida. Y allí donde hombres de mayor edad y curtidos en mil batallas flaquearon al ver a su jefe, al que creían invencible, desplomarse de su cabalgadura, el joven hijo del Generalísimo, con su brazo izquierdo en cabestrillo, fue decidido a rescatar el cadáver del Titán.
La tarea resultó imposible. Así que en sus últimos instantes decidió el sacrificio del suicidio antes que caer en manos enemigas y no poder cumplir su promesa de salvaguardar al Hombre de Baraguá. Durante unos segundos terribles escribió una nota a su padre, madre y hermanos, que evidencia la estatura moral del héroe: muere en su puesto de combate por la honra de la Patria. La inmolación no llegó a consumarse, aunque lo intentó, fue macheteado por fuerzas españolas.
Pocas veces se podría encontrar en la historia de Cuba páginas más altas de abnegación en un joven de 20 años, verdadero ejemplo de amor a los ideales y valor a toda prueba.
Fuentes consultadas
El libro Panchito Gómez Toro, lealtad probada, de Abelardo Padrón. El Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Tomo I.