Es aquí, ¡y ahora!

La obra Clowncierto, del prestigioso grupo tunero Teatro Tuyo, es una fuente de pura estética, de arte de primer nivel. Con ella mereció el Gran Premio del Festival del Humor Aquelarre 2023, así como el Premio en la categoría de espectáculo teatral


“Eso no se hace”, pensé, mientras el público reaccionaba ante lo sorprendente. Habíamos cruzado media ciudad hasta la sala Adolfo Llauradó, en El Vedado capitalino, para despojarnos de las cargas y reír. Reír hasta que nos dolieran los músculos, pero reír. Y así fue. Más de una hora de divertimento, de gozo inteligente y delicioso. Cientos de carcajadas por metro cuadrado. Aplausos. Pánfilo, o Luis Silva, desde su asiento al lado del pasillo, en la segunda fila, no me dejaría mentir.

¿Alguien sabe cómo sacarle música a una jaba de nailon? ¡Teatro Tuyo! Qué tuneros para multiplicar el pan; digo, los peces. ¿Qué digo? Lo cotidiano en risa buena. Qué compañía para armar un combo musical con jabitas de nailon y público incluido. Y no solo sonar, ¡sino sonar bien! Un equipo multifacético, en el que cada payaso aporta un matiz, una sensación diferente: el payaso serio, el loco virtuoso de la guitarra, la bailadora, la entretenida, el travieso, el responsable a cargo de los instrumentos de viento, el líder que pone orden en la banda… ¿Quién duda, después de ver Clowncierto, de la fuerza y la vitalidad del mimo en Cuba? Nada tenemos que envidiarle al arte del clown de primer nivel mundial si contamos con Teatro Tuyo.

Si estábamos allí, dudando qué sentimientos dejar pasar, era culpa de la dramaturgia, ese tejido invisible que engarza personajes y ambientes. Teatro Tuyo nos había conducido, como mansas cabras, hasta el lugar exacto donde había querido. El viaje por la cultura musical, los bailes, las diversas situaciones de conflicto, los cambios de vestuario, el “enamoramiento” de las chicas-clown, el matrimonio trial… no fueron más que anzuelos para pescarnos desarmados. Habíamos ido a reír, ¿recuerdan?

Por eso permanecíamos confusos, sin saber qué hacer. ¿Aplaudir? ¿Llorar? ¿Hacer silencio? Los siete actores de blanco y negro, desprovistos ya de sus legendarias narices rojas, parecían querer taladrarnos el corazón con su mudez. “¡Aquí no!”, les habían dicho por teléfono, después de la fiesta. “¡Aquí no!”, el regaño, luego de tanta risa.

¿Qué puede haber de malo en un teléfono rojo sonando durante toda la representación? Riiiiiing. Los payasos temblaban. ¿Una premonición, un mal augurio? Y colgaban. Riiiiiing. Riiiiiing. Riiiiiing. Descolgaron. El clímax.

–¿Aquí no? –preguntó el director–. ¿No?

–No –le dijo la voz, oculta tras el auricular.

Y ahí estaba la fila de siete payasos serios, tras deponer los instrumentos musicales, sus armas; tras desnudarse de narices. Clavaban sus ojos hemorrágicos en los rostros del público. Entonaban Leve resplandor (del trovador Freddy Laffita), cual himno de derrota:

“Vuelvo a subir la congelada torre y la ciudad/

Sueña su flor, sueña el perfume/

Yo mismo he sido y soy la isla en peso, en soledad/

Mi paso soy, que se consume/

Vuelvo a subir, calle abajo/

La ciudad casi hechizada/

Haciendo todo de nada/

Haciendo pez y escarabajo/

Tengo y no tengo trabajo/

Y una noche en pleno día/

Y a pesar de la ironía/

De haber deseado y vivido/

Al final estoy perdido/

Cumpliendo la profecía/

Ay, trovero, la ciudad se está cayendo/

Y ando perdido en sus horas/

Y estoy lleno de agujeros/

La ciudad se va a morir”.

Sentada en primera fila, ni la gran maestra de la actuación tuvo corazas para protegerse. No era la actriz la que se enjugaba las mejillas. Era Corina, Corina Mestre, la mujer, la cubana, ¡desnuda de emoción!

“Eso no se hace, no se hace”, pensé. Uno va tras los payasos buscando la risa, nunca el llanto. ¿Cómo íbamos a imaginar que un “Aquí no” de alguien invisible iba a borrar de un planazo cualquier rastro de alegría? ¿Por qué nadie alertó que, tras la risa paralizada de los artistas, íbamos a quedar pensando en el poder de la incomprensión, de la mediocridad, del sinsentido, de la prohibición absurda y la censura? Nadie lo dijo, pero es un hecho: los payasos también lloran.

–¡Aquí sí, aquí sí! –protestó el público.

–¡Aquí sí! –confirmaron los payasos, otra vez narirrojos, sonrientes–. ¡Aquí sí!

Y la sala rompió en ovación, hasta el infinito.


CRÉDITOS

Fotos: Susan Leal

Comparte en redes sociales:

2 comentarios

  1. Somos animadores, payasos por más de 20 años y este arte nos da otra alternativa de hacer gestión cultural comunitaria y universitaria por lo cuál estos menesteres nos conecta hacia la territorialidad del problema-solución y nos encamina a tratar, gestionar y construir obras colectivas y participativas en el contexto que nos movemos en ser clown y gestor cultural.

    Me interesa ser un lector de su página en función a otras experiencias, formas y manifestaciones en el amplio contexto cultural

    Noel Canto
    Clown y gestor cultural

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos