Foto./ Archivo Nacional de Cuba.
Foto./ Archivo Nacional de Cuba.

La madre de los Maceo debió ser generala

Sin restarles ni un solo mérito a las heroicas mujeres cubanas que participaron o contribuyeron en algo en las guerras mambisas por la libertad y la independencia de nuestra patria contra el despiadado colonialismo español, Mariana Grajales Cuello mereció ser ascendida al más alto grado militar del Ejército Libertador de Cuba


Cuando se toque y se cante en nuestra tierra y en cualquier lugar del mundo nuestro Himno Nacional, por lo menos en la esquinita de un simple compás del pentagrama, debe vibrar el alma insurrecta y noble de Mariana Grajales Cuello, de quien se cumple el aniversario 130 de su fallecimiento.

Algunos estudios sobre ella no han estado exentos de imprecisiones históricas, como con la fecha de su natalicio o lo relacionado con el origen real de sus ancestros. Pero gracias al aporte del investigador Joel Mourlot Mercaderes, en Santiago de Cuba, se han esclarecido muchas cuestiones de interés como el día, mes y año en que vino al mundo, datos y detalles que se han ocupado de divulgar en el semanario Sierra Maestra el 7 de diciembre de 1996 y en el libro Mariana, raíz del alma, de los escritores e historiadores Adys Cupull y Froilán González, en 1998.

Alguna genealogía de Mariana

Si bien José Grajales Matos, hijo de Baltasar, e Inés María (el padre y los abuelos paternos de Mariana, respectivamente) vinieron a Cuba procedentes de República Dominicana, su señora madre, Teresa Cuello Zayas, y los padres de esta —Francisco y Jacinta Javiera— eran de Santiago de Cuba.

Los padres de Mariana tuvieron primero, en 1804, a Marcos de la Caridad, al que siguieron Marcelino y Cecilia Josefa. Se casaron el 8 de enero de 1812 y 23 días más tarde les nació otro varón, Juan Donato. Tres años después llegó Mariana, que -según la inscripción bautisma-l tuvo como padrinos a José Romualdo de los Reyes y Francisca Pozo, quienes eran pardos libres.

Teresa y José, los padres de la heroína que rememoramos, se establecieron en el poblado de El Cristo, en las cercanías de la ciudad de Santiago de Cuba, muy próximo al río Guaninicún. En ese sitio transcurrió la infancia, la adolescencia y parte de la juventud de Mariana.

Vio y oyó el dolor de los esclavos

Desde niña aprendió los modales y costumbres con que la cultura francesa influyó en su mamá y en su papá. Escuchó que los negros huían a lo más abrupto del monte y se convertían en cimarrones para evitar el látigo, el cepo y los martirios con que eran torturados por sus amos blancos que los perseguían con perros rastreadores para cazarlos como animales. También escuchó los gritos de dolor por los latigazos que recibían, los vio atados, ensangrentados, listos para ser vendidos y desde entonces las injusticias como esas no le fueron ajenas.

Aprendió igualmente Mariana la limpieza del alma y del pensamiento que significaba ser bondadoso, justo, honesto, honrado y consecuente, además de vestir sencillo, elegante y pulcro. Fue una joven preparada y útil que sabía realizar las labores del hogar, leer, escribir, coser y expresar sus ideas con claridad.

Según el propio Mourlot, Mariana se casó a los 16 años, el 21 de marzo de 1831, en la iglesia de Santo Tomás Apóstol, en Santiago de Cuba, y no a los 23, como se ha planteado. El esposo era un joven santiaguero, Fructuoso de los Santos Regüeyferos Echeverría, de 30 años de edad, nacido el 3 de noviembre de 1800.

De esa unión, conforme a la mayoría de los historiadores, nacieron varios varones. A los siete años de matrimonio enviudó y quedó sola y pobre, retornó al hogar de los padres, tuvo que enfrentarse a la crianza de los hijos y en medio de esa abnegación se enriquecieron su carácter, su inteligencia y su fortaleza.

Conoció a Marcos Maceo

En 1841 Mariana conoció a Marcos Maceo, hombre que se describe como reposado, fino, metódico, quien para la mayoría de los estudiosos había nacido en Venezuela. Se trasladó a Santo Domingo y de ahí a Cuba, con su mamá y sus hermanos. Tenía una posición económica holgada y pudo traer algún dinero. La historiadora Olga Portuondo Zúñiga ha asegurado (al igual que otros historiadores) que el nacimiento de Marcos ocurrió en Santiago de Cuba, consignado en la partida encontrada por ella.

Determinados protocolos notariales de finales del siglo XVIII y principios del XIX presentan a Marcos como natural de Morón, poco más allá de El Cristo. Por ejemplo, en el registro bautismal n.o 68, folio 144, del libro 8, de la parroquia de Santo Tomás Apóstol se dice que nació el primero de mayo de 1808 en Santiago de Cuba.

Hijos de Marcos y Mariana

Mourlot, guiado por papeles encontrados por él, informó que el primer hijo de ellos fue Justo Germán, nacido el 28 de mayo de 1843. Luego llegó Antonio de la Caridad, nuestro Titán de Bronce, el 14 de junio de 1845. El 20 de febrero de 1847 tuvieron a María Baldomera y el 2 de febrero de 1849, a José Marcelino. Le siguió Rafael, el 24 de octubre de 1850.

Mariana y Marcos legalizaron su unión el 6 de julio de 1851 en la Iglesia Parroquial de San Nicolás de Morón, San Luis, departamento de Santiago de Cuba. Posteriormente vinieron al mundo Miguel, en 1852, y Julio, en 1854. Otra hija, Dominga de la Calzada, nació el 11 de mayo de 1857 y el 21 de diciembre de ese mismo año (antes de los nueve meses naturales), José Tomás.

El penúltimo de los hijos nació el 24 de septiembre de 1860 y le pusieron Marcos. Lo tuvo Mariana a los 45. Y el último vástago de esta histórica unión fue María Dolores, quien falleció a los quince días de nacida.

¿Por qué no generala?

No fue ascendida durante las guerras mambisas, porque su hijo, lugarteniente general del Ejército Libertador de Cuba –el segundo jefe de los mambises de nuestra patria– por un elemental sentido de la modestia no lo pidió al generalísimo Máximo Gómez y mucho menos la hubiera ascendido él, aunque tenía prestigio y facultades en grado y cargo para hacerlo.

Sin embargo, Mariana lo merecía. Durante toda la contienda independentista aportó sus hijos a la lucha libertadora, prestó innumerables servicios como enfermera de los hospitales de sangre, dio ejemplo de voluntad y valor a numerosas mujeres y hombres en el monte, y acumuló méritos personales suficientes para habérsele otorgado en vida o post mortem un alto grado militar en la guerra sin tregua al imperio español.

Cuando el almanaque señalaba la tarde del 12 de octubre de 1868, llegó a la familia el clamor libertario y los hermanos Antonio y José dieron un paso al frente. Mariana se sintió regocijada y feliz, y entró a la sala con un crucifijo en la mano. Habló con seguridad y dijo emocionada: “¡Arrodíllense todos, padres e hijos delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal del mundo, juremos libertar la Patria o morir por ella!”.

Junto al capitán del Ejército mambí Juan Bautista Rondón partieron Antonio, José y Justo. Mariana y Marcos prestaron ayuda al oficial insurrecto con armas, dinero y la incorporación de la familia a su tropa.

Primer hijo apresado

Mariana sufrió por la noticia del primer apresamiento de un hijo: Rafael, de 18 años. Había vuelto a la finca. Buscaba algunas pertenencias. El padre viajó a San Luis para gestionar su libertad, pero el joven había escapado e integraba ya las tropas mambisas. Marcos quedó preso. El 12 de diciembre de 1868 a otro de sus frutos, Justo Regüeyferos –ya capitán– lo capturaron y fusilaron.

En septiembre de 1869, su compañero Marcos, ya de sargento mambí, fue gravemente herido en combate y murió poco después, luego de decir: “¡He cumplido con Mariana!”. Le siguió la muerte de Julio, el 12 de diciembre de 1870, subteniente, con 16 años.

¡No aguanto lágrimas!  

A la altura del quinto día de mayo de ese año, los españoles embargaron la casa de Mariana en Santiago de Cuba. El 12 de agosto recibió un balazo de gravedad su hijo José Maceo, el León de Oriente, quien el 29 de junio de 1872 fue herido nuevamente. El 17 de julio de 1874, a los 21 años, muere en combate, en Cascorro, Camagüey, otro pedazo de su vientre, Miguel Maceo, con el grado de teniente coronel y 19 heridas de bala en su cuerpo.

Mientras en el monte Mariana cuidaba a José y a Rafael, heridos, le dieron noticias de que el Titán de Bronce había sido también lesionado gravemente en combate. Corrió al lugar para atenderlo y acompañarlo.

Ante la escena de las hijas, nueras y otras mujeres dobladas de llanto, Mariana, mirándolas, con firmeza, expresó: “¡Fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas!”. Se mantuvo serena, y al salir en busca de vendajes para curarlo, pasó por delante de Marcos, el más pequeño de todos los Maceo, que no llegaba a los 14 años, con ternura, pero resuelta, le dijo: “¡Y tú, hijo mío, empínate, ya es tiempo de que pelees por nuestra Patria”. Entre 1868 y 1878, en la primera Guerra de Independencia, también murieron en combate sus hijos Fermín y Felipe Regüeyferos Grajales.

Es oportuno mencionar el artículo en Patria, editado en Nueva York, el 6 de octubre de 1893 (Obras Completas de José Martí, 1963, Editorial Nacional de Cuba, Tomo 2, página 460), donde el Apóstol enunció estas cosas tremendas: “De la madre, más que del padre, viene el hijo, y es gran desdicha deber el cuerpo a gente floja o nula, a quien no se puede deber el alma: pero Maceo fue feliz, porque vino de león y de leona. Ya está yéndosele la madre, cayéndosele está ya la viejecita gloriosa en el indiferente rincón extranjero y todavía tiene manos de niña para acariciar a quien le habla de la patria”.

Foto./ Archivo de BOHEMIA.

Luego de la muerte de Mariana –ocurrida el 27 de noviembre de 1893, en Kingston, Jamaica, en su humilde vivienda de Church Street n.o 34, y enterrada en el cementerio de Saint Andrew’s– José Martí escribió esta belleza, el 12 de diciembre:

“¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, cuidaba a los heridos? ¿No fue sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol? ¿Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de Maceo con su pañuelo en la cabeza, y se le acababa el temblor?”.

Más tarde, en su escrito La madre de los Maceo, el 6 de enero de 1894, diría también el Maestro: “Cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto. Así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan”.

En definitiva, el más grande de nuestros hombres, calificó a la más grande de nuestras mujeres, como “leona” de “Inextinguible fuego” y “raíz del alma cubana”. El Monumento a ella en su tierra natal./ Archivo de BOHEMIA.

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