Un hombre empuja su carro por la avenida Malecón. Presiona su cuerpo contra la barra del parabrisas mientras mantiene la puerta delantera abierta y corrige de vez en cuando el curso con el timón. Por suerte, no lleva pasajeros. En cambio, no sopla brisa alguna que lo alivie del sol cenital sobre su cabeza, o de ese vapor metálico que lo obliga a despegar sus manos para no quemarse: son momentos en los que él se detiene, aun así, logra reponerse y avanza.
No es forzudo, más bien delgado y con una panza incipiente, propia del sedentarismo que empieza a hacer sombra a los 30. Visto desde afuera, parece fácil realizar su tarea. Tampoco el carro es enorme, ni tiene tantos hierros como los almendrones de los años 40.
La calle está desierta como una pizza sin agregos. Apenas pasan dos autos y solo siete peatones. Yo soy el octavo: siento pena por el chofer que, sin ayuda de los presentes, cumple su penitencia; mas, estoy algo lejos y tengo los brazos cargados de bolsas. Si pudiera tirarle un cabo hasta que lograra arrancar… pero creo que su problema no acabará hasta la próxima gasolinera: de haber sufrido una rotura repentina, hubiera parqueado el vehículo donde mismo se rompió.
¿Desde dónde viene empujando?, pienso y alargo la vista hacia lo lejos de la calzada, cuya curvatura se pierde tras la Embajada de Estados Unidos. ¿Está empujando desde unas pocas cuadras antes? ¿O agoniza desde mucho más lejos? Quizás pasó por el servicentro Tángana y prefirió seguir, asustado por la cola de tres cuadras de largo con decenas de sedientos carros esperando la llegada de la pipa de gasolina.
Decido ignorar al hombre y salgo del Malecón por la calle J, del Vedado. Hace pocos días, recuerdo, presencié una escena idéntica desde un taxi. “Ese osogbo nada más se cura con una grúa”, me comentó el chofer con ciertos aires de preeminencia. “Yo siempre guardo gasolina para buscar gasolina. Un día salgo y me dedico a recorrer todos los Cupet de La Habana para luego poder trabajar. De otra forma me quedo botao, ¿entiendes?”.
El del Malecón seguramente no se planificó bien. O tal vez salió a pescar el exiguo líquido en cada gasolinera de la ciudad, como el taxista prefiere hacer, y en el proceso se quedó varado.
En fin, que de nuevo está en candela el tema del combustible. Incluso, se explicó en televisión las razones de esta crisis, así que la cosa es seria. Me conecto a Internet, entro a Telegram y pregunto a ChatGPT, la aplicación de inteligencia artificial de moda, cuáles son las causas de esta crisis y cómo podría resolverse. Esperaba una respuesta estrambótica para reírme un rato, pero me dio otra, sensata: el caos deriva de la dependencia de la importación de petróleo por parte de Cuba.
Además, el software robot propuso que la Isla, para solventar dicho inconveniente y reducir su demanda de combustibles fósiles, podría diversificar sus proveedores e invertir en fuentes de energía renovable. También fomentar la producción local de biocombustibles, el uso de bicicletas e investigaciones orientadas a mejorar la eficiencia energética en los hogares y empresas, así como desarrollar tecnologías más limpias para el transporte y la generación eléctrica.
Me quedé con los deseos de reír.
Después de varias cuadras zigzagueando entre timbiriches, regreso al Malecón por la calle B. Caramba, vuelvo a toparme con el mismo hombre y su carro-cruz. Habría recorrido casi un kilómetro desde donde lo dejé. Intrigado, busco en ChatGPT qué tan largas son las colas de combustible y cómo conseguir gasolina en el mercado negro.
“Lo siento, como modelo de lenguaje, no tengo acceso a información en tiempo real sobre la longitud de las colas para abastecerse de gasolina en La Habana o en cualquier otra ciudad. Sin embargo, dado el contexto actual de escasez de combustible en Cuba, es probable que las colas para obtener gasolina sean largas y que las personas deban esperar mucho tiempo para llenar sus tanques de combustible”, se disculpó el algoritmo casi humano.
“Si necesita gasolina, le sugiero que planifique con anticipación y tenga en cuenta el tiempo adicional que puede tomar para obtener combustible debido a la situación actual”, dijo casi en comparsa con el sentido común del taxista.
“Tampoco puedo proporcionar información sobre cómo obtener gasolina en el mercado negro en Cuba o en cualquier otro país. Participar en actividades ilegales como la compra de combustible en el mercado negro puede ponerlo en riesgo de multas y sanciones legales. Además, el combustible de origen ilegal puede ser de baja calidad y representar un riesgo para su vehículo o equipo”.
Acepto con humildad ese alarde de ética informática, pero ChatGPT debe saber que la gasolina por la “izquierda” ya está a 300 pesos el litro.
El hombre ha sudado mucho. Como un pagador de promesas en una peregrinación, ha perdido aceleración y, sin embargo, ha mantenido un paso uniforme. Al menos no tiene motivos para sentirse solo: por la senda contraria de la avenida, otro chofer, agotado, empuja su propio carro.
En menos de un minuto, ambas procesiones enfrentan un inevitable cruce de miradas. Alcanzan una posición perpendicular entre ellos, paran y se observan. Aguanto la respiración. El sol refulge y arde. Aumenta la expectación entre los ocho o nueve peatones que somos testigos. De lejos llega el sonido de un reguetón que agrieta el silencio duelista. Y cuando más esperábamos unas palabras de camaradería entre ellos, o que al menos se preguntaran si había gasolina por donde vinieron, cada uno desvía su mirada y continúa empujando su propia lata.
Tremenda decepción, lo admito, si se medita con calma, ese encuentro no necesitaba otro tipo de intercambio. Porque, aunque no hubiera garantía de combustible, después de tantos metros recorridos difícilmente alguno se retractaría y regresaría sobre sus pasos.
No se dijeron nada, porque al final del juego, en tiempos de crisis, la salvación –como le gusta a un vecino parafrasear moralejas cristianas– es individual.
En la avenida Paseo, par de cuadras adelante, el osado hombre reorienta el timón y cruza la calle con su armatoste rodante. Se posiciona al final de una –¡oh, sorpresa!– pequeña fila de autos que empieza en las bombas del Cupet y apenas tiene unas decenas de metros. No hay gasolina ni se sabe cuándo entrará, pero hay esperanzas, más bien rumores de que llegará.
–¿El último para la gasolina?, escucho rogar al cansado Sísifo.
–Soy yo, responde un hombre marchito, y conmigo vienen tres más.
CRÉDITO PORTADA
Dazra Novak.
4 comentarios
Excelente, gracias
Por mucho que se quiera, se diga y se prometa, cada día vamos más para atrás. Llevo 62 años esperando mejorar en algo la vida y me muero y no lo veo.
Cada vez estamos peor que como estábamos ó como estuvimos, no mejoramos …….
Buenas!, como acceder a una la aplicación de inteligencia artificial, ChatGPT, en Telegram u otra red social?
NO HAY SOLUCION HASTA QUE EL SISTEMA CUBANO NO CAMBIE,LA ECONOMIA CUBANA Y SU PCC SON INEFICIENTES,ESTA MAS QUE PROBADO POR MAS DE 60 ANOS.