La música en el alma

Foto: Agustín Borrego Torres

El 12 de julio de 1986, cuando Maryna Bakai bajó del avión en el aeropuerto internacional José Martí, sintió falta de aire. “Había mucho calor, no estaba acostumbrada a eso”. En el trayecto hasta el reparto Víbora Park, en La Habana, el aire fresco la calmó y pudo disfrutar, a través de la ventanilla del auto, de un exuberante verdor que la conquistó a primera vista.

La efusividad con que la recibió la hospitalaria familia –sería la suya a partir de entonces– la emocionó y, por unos instantes, olvidó las secuelas del intenso verano. Han pasado más de 35 años de aquel día y así recuerda sus primeras horas en la capital cubana.

Jamás imaginó permanecer fuera de su país, lejos de los padres y amigos; pero el amor ganó su corazón. A estas alturas asegura que no se lamenta del paso que dio. “Varias veces he pensado si pudiera cambiar algo en mi vida y no lo haría; no me arrepiento. He sido feliz, logré mi familia, que lo es todo”.

Muy joven, durante la boda con Eduardo Otero, en compañía de sus padres.
Muy joven, durante la boda con Eduardo Otero, en compañía de sus padres. /Cortesía de la entrevistada

En el Conservatorio Estatal (hoy Academia Superior de Música) conoció a Eduardo Otero. “Tenía amistad con muchos cubanos que estudiaban en Lviv. Uno de ellos, que estaba de vacaciones en Cuba, me envío con Eduardo el disco Rabo de Nube del trovador Silvio Rodríguez, el cual estaba ansiosa por tener. La relación no comenzó enseguida. Durante un tiempo nos mantuvimos como amigos, hasta que nos hicimos novios. Un año antes de que él terminara la carrera, contrajimos matrimonio.

“Para mis padres la noticia resultó impactante. Mi mamá era estricta; sin embargo, fue la que más me apoyó en la decisión de venir a Cuba. Papá no tomó medidas drásticas, pero se le abrió una herida emocional”.

De cómo llegó la música

La vida para Maryna no tiene sentido sin el piano. En la lejana ciudad ucraniana de Chernivtsi empezó su conexión con ese instrumento musical. “Tuve inclinación desde muy temprano. A los seis años comencé en una escuela de nivel elemental”, apunta, y destaca la influencia que en ella tuvo, Mykola, su papá, quien era cantante profesional.

“Desde pequeña lo acompañaba. Él cantaba y yo tocaba el piano. Tenía una voz preciosa, era excelente barítono. Estudió canto y después laboró en el teatro musical. Más adelante, se incorporó al Conjunto Folclórico de la ciudad. También era poeta; algunos compositores se interesaron por sus textos. Tiene tres libros publicados: uno de poesía, otro de crónicas históricas y el tercero de cuentos infantiles.

“Mi mamá, Frida, trabajaba en el laboratorio de un hospital e igualmente incentivó mi inclinación por la música”, expone. Si bien su madre imponía más carácter sin dejar de ser cariñosa, sobresalía el carácter jovial del padre: “Era una persona alegre; se convertía en el corazón de cualquier reunión. Papá también estudió Teatrología y, cuando estaba más maduro, empezó a trabajar en la Agencia de Derecho de Autor”.

Los recuerdos traen lágrimas y nostalgias. Calla unos segundos, seca sus ojos azules y rememora los estudios de nivel medio. “Por la mañana iba a la secundaria y, en la tarde, a la escuela de música; aunque me gustaban las letras y no era mala con los números, ahí definí que quería seguir con la música”.

Los estudios superiores los realizó en Lviv, una urbe de gran vida cultural. “En ese lugar estuve los cinco años de mi carrera. Era un sitio interesante, se efectuaban muchas presentaciones de artistas y orquestas, y venía gente famosa. El instituto poseía su propio teatro, en el cual hice mis presentaciones. Al concluir, obtuve el Diploma Rojo por la máxima calificación”.

En esa etapa, mantuvo sus vínculos con jóvenes de Cuba que estudiaban en la localidad. “Había excelentes músicos, todos formados de manera autodidacta; ellos hicieron un grupo que salía en los programas de televisión, así aprendí canciones patrióticas. Refiere que compró discos de varias agrupaciones cubanas, como Irakere; también disfrutaba de la música española y de cantantes como Joan Manuel Serrat.

La vocación de enseñar

Maryna-Bakai
La música siempre ocupa espacio. /Agustín Borrego Torres

Dominar el español fue la primera meta de Maryna. No le resultaba tan complejo. Tiene una habilidad innata para las lenguas: habla además de su idioma natal, ruso, alemán, polaco y algo de inglés. “En septiembre empecé a trabajar en el Instituto Superior de Arte (ISA), como pianista acompañante, en la Cátedra de Cuerdas. Había dos especialistas de origen armenio y la jefa era rusa. Aprendí el repertorio; poco a poco, de forma autodidacta, empecé a estudiar el idioma.

“En noviembre me incorporé al Instituto Pedagógico Enrique José Varona. Hacía un año que se había creado la Facultad de Educación Artística y pude integrar el departamento de Música. Ese colectivo me atrapó. Entraban estudiantes que sabían de música y otros no. Daba gusto contribuir a su desarrollo personal.

“En 1990 dejé el ISA, la atmósfera del Pedagógico me atrajo más. Allí laboré hasta el año 2000. Tuve que esforzarme, realizar posgrados de Metodología de la Investigación, entre muchos otros, que me capacitaron en la pedagogía. En un momento dado, hasta dirigí el Consejo Científico en un cambio de categoría docente.

“Me fui para la Escuela Nacional de Artes en el año 2000. Empecé en la Cátedra de Piano Complementario; después me pasaron para Piano Básico en la asignatura de Acompañamiento. Ahí me mantengo y desde 2019 asumí la jefatura. Paralelamente, en el 2006, me incorporé de nuevo al ISA”, acota.

Refiere que cuando joven el trabajo pedagógico no le gustaba, pero se fue enamorando. “Hoy en día para mí es fundamental, me fascina. Uno se nutre de los muchachos, tal como ellos de uno, te enganchan con ese entusiasmo propio de la juventud; tengo alumnos muy buenos que han ganado premios”.

En este tiempo de pandemia, expresa, pudo mantener el contacto con sus alumnos vía WhatsApp. “Para nosotros fue difícil trabajar por vía digital, pero hicimos todo lo que pudimos: me mandaban sus audiciones, le enviaba mis valoraciones y otros materiales de ayuda”.

Aunque tiene una voz hermosa, no se ha atrevido a cantar en público. “Es un anhelo inconcluso. Estando en nivel superior tuve ganas de recibir clases, pero no lo hice, mi voz nunca fue trabajada, aunque de vez en cuando hago mis colaboraciones”, alega.

Conquistada por el azul del mar

Adaptarse a las costumbres y hábitos del país que la acogió fue un proceso lento. “Con decir que el arroz se convirtió en el plato principal. En mi país natal no se vive sin papa, aquí es lo contrario”. Rememora que a inicios trataba de hacer la famosa sopa de remolacha; inventaba la smetana con queso crema y yogurt natural; el café fuerte le provocaba arritmia, aunque ya desde Lviv tenía la costumbre de tomarlo. Adoraba los helados de Coppelia, en especial, el chocolate. También me gustaron mucho los dulces, sobre todo, el flan; mi favorito”, añade.

Al año de estar en Cuba, Maryna pudo viajar por primera vez a su país natal. “Luego, en 1990 nació Eduardito, mi hijo; y en el 91 pude ir con él para que mis padres lo conocieran. Después, en 1998, al enfermar mi padre, volví de nuevo, estuve con él unos meses. Después que regresé, él falleció.

“En el 2018 logré cumplir el sueño de ir a Ucrania con mi hijo, ya un joven, graduado de Derecho; ese era el anhelo más grande que yo tenía. Mis padres ya no están; allá nos recibieron unos primos con los que he mantenido un vínculo muy fuerte, pues nos conocíamos desde niños.

“Fuimos a la casa donde nací. En la Calle de la Fama hay estrellas de las personalidades de la cultura y mi papá tiene la suya. Ya no es la ciudad de mis recuerdos, ha cambiado mucho, pero ahí tengo mis raíces, familiares y amigas de infancia”.

En sus días en La Habana, Maryna ha participado en varios conciertos como pianista acompañante y, desde hace más de 10 años, colabora con la agencia Rosstrudnichestvo, que auspicia las actividades de la comunidad ruso-parlante en Cuba. Añade que en diciembre del pasado año recibió la medalla Raúl Gómez García, la más alta distinción que otorga el Sindicato Nacional de la Cultura. “Me sentí muy honrada y agradecida con ese reconocimiento a mi trabajo”.

La familia es su principal refugio.
La familia es su principal refugio. /Cortesía de la entrevistada

En su apartamento de Playa, subraya que la familia es su refugio.

Aún lamenta la perdida de Cuqui, la perrita que los acompañó durante 19 años. “De pequeño, mi hijo nos motivó a tenerla y fue la niña de la casa, teníamos adoración con ella, estuvo hasta el último aliento con nosotros. Ahora descansa en un costado del edificio”.

Dice que cuando llega la época de fin de año, a veces, añora el invierno, pero solo un poquito. “Antes me encantaba montar patines y esquiar. Ahora, si me pones en un país frío me congelo porque estoy tropicalizada”.

Para ella, el tesoro más preciado de Cuba es el mar. “Allá teníamos un río y alguna que otra vez íbamos. También viajé con mis padres y amigas al Mar Negro, pero nada que ver con las playas de aquí. ¡Como Varadero nada, la adoro!

“Cuando camino al trabajo miro hacia el mar; es el mejor tratamiento para relajarse. El verde me encanta, en los climas nórdicos uno se deprime. Aquí, jamás. ¡Todo eso verde, ayuda a subir el ánimo, es pura energía!”, afirma y una sonrisa ilumina el rostro de la ucraniana que un día llegó a Cuba por un amor y que, según expresa, es un sentimiento que siguió creciendo y se enraizó.

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7 comentarios

  1. Tengo el privilegio de conocerte y le puedo decir al mundo que eres una persona maravillosa,excelente profesional, educada, Cuba se honra con tu elección de convertirte en una cubana más.

  2. Ay!!!, gracias colega María de las Nieves, por esa semblanza de la mujer no cubana más rápidamente aplatanada que he conocido. Algún día habrá que reconocer en serio el aporte que han hecho a esa mezcla, a ese ajiaco que somos los cubanos. Tantas y tantas, y tantos y tantos que sumaron sus identidades a la nuestra, desde los más diversos confines de los países que integran lo que fue la Urss y los demás ex socialistas europeos. Por ahí andan sus formas de caminar, sus ojos azules, su folclor, su comida… Gracias a ellos por convertir a Cuba en su segunda patria.

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