Salvó la causa independentista del entierro al que estaba destinada tras la firma del Pacto del Zanjón; puso de relieve la existencia de un sector radical dentro del independentismo y convirtió a Maceo en un líder de alcance nacional
En febrero de 1878 la guerra en casi todo Oriente era halagüeña para los independentistas cubanos. Tropas mambisas de esa región anotaban triunfos significativos contra el colonialismo. Sin embargo, mientras oficiales del Ejército Libertador se batían en primera fila contra las balas y las bayonetas para dejar casi aniquiladas importantes unidades españolas, la revolución se descomponía en el resto del país.
El colofón de la desunidad, la indisciplina y la falta de fe en la victoria fue la firma, el 10 de febrero de 1878, del Pacto del Zanjón. Esta capitulación incluía concesiones mínimas del poder colonial, pero no garantizaba los aspectos cardinales del programa revolucionario: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. El fuego de la insurrección se apagaba mientras los dirigentes orientales ignoraban los trámites de una paz que para ellos resultaba inútil y deshonrosa.
Inconformes con el curso de los acontecimientos, un grupo de estos caudillos, encabezados por Antonio Maceo, acordó reunirse con los representantes del alto mando español, al que le dejaron claro el 15 de marzo de 1878 que perseverarían en la guerra anticolonial. Estos hombres estaban protagonizando el suceso que años después José Martí, con su sabiduría, definiría entre “lo más glorioso de nuestra historia”: la Protesta de Baraguá.
La guerra o la paz
Buen conocedor de la insurgencia en Cuba, el general Arsenio Martínez Campos se había percatado de que las decisiones sobre la guerra o la paz transitaban por los jefes militares regionales, más allá de las estructuras formales de la moribunda República en Armas. En consecuencia, como parte de su modus operandi, para la completa pacificación del país, dispuso el envío de comisiones oficiales, con el objetivo de obtener de los líderes mambises acuerdos favorables a España. Sin embargo, no todos los casos resultaron propicios para Martínez Campos porque, como se lee en Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales:
“Las comisiones encontraron seria resistencia en muchos de los jefes militares. El patriotismo y el honor les impedía capitular. Otros, como el propio Vicente García, utilizaban estas conversaciones con el objetivo de ganar tiempo con vistas a reorganizar sus fuerzas para continuar la lucha. La crisis que se presentaba a partir de febrero de 1878 era más política que militar”.
Uno de los dirigentes revolucionarios que apostó por la continuidad de la guerra fue Antonio Maceo. Recién ascendido a mayor general, era el jefe militar de la zona comprendida por Baracoa, Guantánamo, Sagua de Tánamo y Santiago de Cuba, así como la parte oriental de Holguín. Si bien cuando se dieron tales acontecimientos el alcance de su liderazgo era aún limitado, se propuso reorganizar el movimiento anticolonialista. Con ese propósito envió emisarios a Las Villas y Camagüey, aunque sin importantes resultados; a Jiguaní, Bayamo y Manzanillo, de donde “poco obtuvo”, según los historiadores Eduardo Torres-Cueva y Oscar Loyola; y a las demás localidades del este del país.
En esas comarcas del extremo oriental la situación bélica no era tan desfavorable para el mambisado como pudo haberlo sido en otros lugares. Los componentes geográficos eran ventajosos: montañas más altas, intrincados bosques, falta de vías de comunicación y menor urbanización. A su vez, los combatientes orientales se caracterizaban por ser aguerridos, disciplinados y cohesionados. De hecho, en su libro Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, el historiador José L. Franco explica cómo las tropas bajo el mando de Maceo habían obtenido a inicios de 1878 varios triunfos relevantes como la toma de un convoy enemigo el 29 de enero,; el combate de la Llanada de Juan Mulato, el 4 de febrero; el combate de Tibisial, dirigido por el entonces teniente coronel José Maceo, el 10 de febrero; y la aplastante victoria en San Ulpiano sobre el San Quintín, batallón élite, dekl 7 al 9 de febrero, con más de 240 bajas ibéricas.
Días antes de la reunión concertada con Martínez Campos, los cabecillas orientales que seguirían luchando acudieron al llamado de Maceo. Se reunieron en Barigua, jurisdicción de Santiago de Cuba, el 8 de marzo. Allí el Titán de Bronce explicó los detalles del proceso culminado en el Zanjón e hizo leer la carta que había escrito el 21 de febrero al jefe español. Maceo explicó la gravedad del problema en todos sus aspectos, pero resaltó su resolución de continuar la guerra. Ante la disyuntiva de la guerra o una paz sin abolición de la esclavitud ni independencia, los oficiales agrupados en Barigua respaldaron la continuidad de la conflagración.
El 23 se rompe el corojo
Martínez Campos, militar de carrera, nació en Segovia, España, en 1831. Antes de su campaña en Cuba había combatido en la Guerra de Marruecos y estuvo en la expedición hispana a México en 1862. Mientras que en los vaivenes de la política interna española fue promonárquico, respecto a la insurrección criolla se comportó como un conciliador. Demostró gran habilidad político-militar al aprovechar las debilidades de los mambises para su estrategia de pacificación.
Los días que rodearon a la Protesta de Baraguá, el general español intercambió varias epístolas con quien se estaba convirtiendo en su más notable adversario. A pesar de las causas irreconciliables que defendían, entre Maceo y él se fraguó una relación de respeto y cortesía. Ambos líderes se entrevistarían a las 8:00 a.m. del 15 de marzo de 1878 en un lugar conocido como Mangos de Baraguá, en el actual municipio oriental de Mella.
Para cuando se concertaba el encuentro, la expectativa por conocer al Titán de Bronce se extendía entre la jefatura española. Desde La Habana, Matanzas y Las Villas, Martínez Campos recibió un número de peticiones de acompañamiento por encima de lo marcado en los preámbulos de la conferencia. Incluso generales sexagenarios aspiraban a formar parte de la comitiva, de acuerdo con las memorias de Fernando Figueredo, patriota muy cercano a Maceo y a aquellos acontecimientos. A fin de satisfacer lo propuesto por los cubanos, el jefe ibero limitó sus acompañantes a 60 y partió en tren desde Santiago de Cuba hasta San Luis para continuar la marcha al encuentro pactado. Después de conocer sobre un atentado, cuya presunta ejecución sería en el transcurso de los intercambios con los mambises, dijo a sus subordinados:
“Necesito que, como siempre, se acate una resolución que acabo de tomar y que contrariará el deseo de la mayoría. Ustedes no me acompañarán a la conferencia. Tan sólo es mi deseo que rodeen allí los brigadieres Polavieja y Fuentes, los coroneles Arderius, March y Moraleda, el comandante Ponfil y teniente Fuentes, todos solteros…”.
Los mismos rumores que apuntaban a la tropa de Flor Crombet llegaron a oídos del Titán de Bronce. Su reacción, grabada para la historia en una carta al entonces coronel del Ejército Libertador, fue tajante: “[…] el hombre que expone el pecho a las balas y que puede en el campo de batalla matar a su contrario, no apela a la traición y a la infamia asesinándole, y aquéllos que quisieran proceder mal con ese señor, tendrían que pisotear mi cadáver: no quiero libertad si unida a ella va la deshonra”. Crombet, por su parte, “hizo una amplia investigación […] y escribió a los jefes subalternos previniéndoles contra tal proyecto”, apuntó el investigador cubano José L. Franco.
Finalmente, Santos Torres, un práctico designado por la jefatura mambisa, sería el encargado de guiar a la delegación española hasta Mangos de Baraguá. Allí esperaba Maceo, respaldado por blancos y negros exponentes de una lucha común: Manuel de Jesús Calvar, Guillermo Moncada, Félix Figueredo, Fernando Figueredo, Flor y Emilio Crombet, Juan Rius Rivera, Jesús Rabí, Arcadio Leyte Vidal, Quintín Banderas, José Lacret, Pedro Martínez Freire, José Maceo, Agustín Cebreco, Silverio del Prado, Belisario Grave de Peralta, Miguel Santa Cruz Pacheco, entre otros patriotas.
En ese paraje de la campiña se dio un hecho político de enorme trascendencia. La Protesta de Baraguá salvó a la causa independentista del entierro al que estaba destinada con el Zanjón. Como refieren los autores del libro Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y liberación de la nación, durante la reunión los españoles no pudieron convencer a los insurrectos de acogerse a las bases de lo pactado en Camagüey el mes anterior. Ni siquiera lograron desmoralizar a los mambises con una tregua prolongada; cuenta la tradición que la representación colonialista, al retirarse molesta, alcanzó a escuchar el grito de guerra cubano: ¡el 23 se rompe el corojo!