Gerardo habla, la joven continúa inmóvil, pero por su mejilla corren los valores que lleva dentro.
Gerardo habla, la joven continúa inmóvil, pero por su mejilla corren los valores que lleva dentro. /Pastor Batista
Gerardo habla, la joven continúa inmóvil, pero por su mejilla corren los valores que lleva dentro.
Gerardo habla, la joven continúa inmóvil, pero por su mejilla corren los valores que lleva dentro. /Pastor Batista

La virgen de la lágrima

Aparece de repente, como caída del cielo, para caminar con paso muy lento, sereno, casi luctuoso pero encantador.

No viene sola. Otras figuras, teñidas de una tonalidad rojiza, acaso evocando al barro, a la tierra, a la Pachamama, emergen también, para escoger, cada quien, su posición o su espacio y quedar convertidos en verdaderas esculturas vivientes.

Sentado en la primera hilera del teatro, Gerardo Hernández Nordelo, Héroe de la República de Cuba y Coordinador Nacional de los Comités de Defensa de la Revolución, no puede ocultar esa mezcla de curiosidad, con sorpresa y admiración. De manera que saca su celular y capta la evidencia gráfica que quizás luego les muestre a quienes lo acompañan en funciones de dirección, allá en La Habana y, con toda seguridad, a su adorada Adriana y a esos tres saludables retoños que ambos le entregaron a Cuba.

Ni remotamente él sospecha que lo tengo “en la mirilla” y que percibo cómo de vez en vez les echa una ojeada a las figuras humanas increíblemente inmóviles, instaladas dentro de la amplia sala.

Es la misma sensación y placer que, por lo general, experimenta todo el que ve por vez primera (e incluso por segunda, tercera, cuarta…) a los actores de la Compañía D´Morón Teatro.

Creo que si hubiesen sido tallados en roca no permanecieran tan estáticos.

Agotado el guion de un encuentro que derrocha valores humanos por intermedio de quienes donan voluntariamente sangre para salvar vidas humanas, le corresponde a Gerardo expresar unas palabras.

“Pues les prometo que seré muy breve para ver si por fin pueden descansar esos actores de Morón Teatro que llevan tanto rato sin moverse” –dice con la naturalidad y el humor que siempre ha llevado en vena, incluso durante los aciagos e inciertos días de prisión en las mazmorras estadounidenses, condenado injusta y alevosamente a dos cadenas perpetuas más 15 años, por el “delito” de proteger a Cuba del terrorismo alentado, organizado y financiado desde territorio norteamericano.

Entonces relata cómo durante las dolorosas jornadas que siguieron a la explosión de gas en el Hotel Saratoga, entre quienes acudieron de inmediato a donar sangre había un hombre con más de 80 años de edad y, desde luego, le explicaron que no era posible hacerlo.

Añade Gerardo que, al reconocerlo, el noble octogenario se le acercó para decirle que tenía un grupo sanguíneo muy escaso y que intercediera por él: gestión que resultó infructuosa pues incluso se le había negado la extracción a un médico presente allí, con poco más de 70 años.

Aun así fue tanta la insistencia del anciano que, para calmarlo y solucionar el asunto, tomaron nota de su dirección particular y le aseguraron que si de repente algún paciente necesitaba sangre de ese grupo lo localizarían primero a él, de forma inmediata.

Quizás no muy convencido, pero un poco más tranquilo, el hombre largó un suspiro y volvió a su hogar.

Expresión de la profundísima sensibilidad y solidaridad humana que distingue al pueblo cubano en circunstancias así, la anécdota arranca aplausos entre quienes escuchan a Gerardo.

Acogido al sosiego de su hogar, el longevo no imagina que a casi 500 kilómetros de distancia una amplia representación de donantes voluntarios y de pueblo en general, le transfundirían personalmente a él en este momento uno de esos abrazos que hacen crujir las articulaciones óseas.

Con esa manía que tenemos los periodistas y fotógrafos de mirarlo todo, fijo la vista en la misma angelical jovencita que “bajó del cielo” tinta en barro. Su rostro: inalterable. Ni el más leve asomo de movimiento. Un detalle, sin embargo, llama mi atención y activa de inmediato el lente de mi pequeña cámara: mejilla abajo ha descendido una lágrima.

Labios y barbilla también expresan el sentimiento interno. / Pastor Batista

¿Acaso formó parte esa húmeda huella del maquillaje previo a la presentación? No lo creo. ¿Será fruto del sentimiento que anida dentro de la joven, como consecuencia de la anécdota hecha por Gerardo acerca del anciano? Todo indica que sí. Me la llevaré, pues, en dos o tres fotogramas.

Un rato después mi compañera de vida pondrá a volar la imagen por el éter. En breve, más de un centenar de navegantes ciberespaciales se identifican con la foto. Muchos, incluso, la comparten o multiplican.

Una vez más compruebo cómo algo que a simple vista parece común o intrascendente, remonta cúspide humana. Exteriormente, la delicada “muchachita” no es, en ese instante, más que una supuesta estatua o escultura… de piedra o de barro. Solo que dentro de ella hay una persona con valores y sentimientos como los que deben ser aprendidos y aprehendidos desde la niñez.

Por eso: la inevitable lágrima.

Y en ella: la verdadera esencia interna del artista cubano.

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Un comentario

  1. estimado Pastor, bello artículo, ya no abro esta revista, no me agrada el formato, me cuesta mucho leer con esta nueva forma, pero el suyo me ha encantado, gracias

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