Por: Ricardo R. Gómez Rodríguez
Los ancestros de Yoslandy Rodríguez Alonso son campesinos. Al menos son cuatro generaciones que echaron raíces en el campo y, aunque nunca me lo dijo, deduzco que los primeros de ellos fueron isleños que llegaron de Canarias, como sucede con muchas de las familias de Cabaiguán, su municipio natal, en la provincia de Sancti Spíritus.
Su biotipo lo delata como descendiente de isleño: algo común en esos parajes de la geografía del centro de Cuba.
El joven es alto, corpulento, de piel blanca, que trata de proteger del sol con un pullover y encima una camisa de mangas largas. Las botas también blancas casi le llegan a las rodillas. Un sombrero ancho corona su cabeza. Solo tiene 38 años y esos deseos de sacarle provechos a la tierra que heredó de su estirpe.
Yoslandy antes cultivaba solo un pedazo de área de uso colectivo en una unidad cooperativa cañera. En febrero del presente 2023 le entregaron en usufructo otras seis caballerías en el cercano municipio de Taguasco. Todo el terreno lo tiene completamente sembrado de plátano, maíz, calabaza, boniato. Además, parte del área ya está roturada para sembrar frijoles, yuca y más boniato.
–¿En tan corto tiempo lograste todo eso?, indagamos.
–Sí. Y además le entregué al Estado un poco de malanga de un pedacito que tiene la familia desde hace tiempo.
–Algunas de esas tierras tuviste que desmontarlas, rescatarlas del marabú, eso a veces constituye un inconveniente, ¿cómo tú lo lograste?
–Mira…. –se echa para atrás el sombrero y se rasca la cabeza para responder– con el combustible nos ayuda la Delegación de la Agricultura, pero realmente pasamos trabajo para tratar de conseguir buldóceres que puedan entrarle a las espinas con las esteras. No hay buldócer, la Agricultura no tiene. Tenemos que estar rogándoles a los operadores, cuando consigues alguno, para que venga a trabajarte un fin de semana un rato. Te dicen que tienen que regresar rápido para su empresa.
“Yo tengo ahora otras ocho caballerías limpias y no he podido ararlas, porque tiene que ser con buldócer. Las áreas donde había marabú lo necesitan”, explica.
Es cierto, solo la cuchilla es capaz de arrastrar las enmarañadas ramas y espinas. Lo que va quedando lo aplastan las fuertes esteras. De otra manera es imposible entrarle a un terreno infectado de marabú.
–¿Y la mano de obra?
–Esa sí aparece. Lo complicado es la maquinaria. No hay facilidades para llegar a ella, riposta el joven, reiterando un inconveniente que se ha hecho grande para él.
–¿Esa tierra nueva cómo la fertilizas?, preguntamos a Yoslandys, quien descansa uno de sus brazos en una cerca de alambre.
–Le estoy echando mucha materia orgánica. Es difícil que aparezca un poco de fertilizante. Mayormente uso abonos naturales.
La zona de origen de este joven campesino es famosa por lograr uno de los mejores tabacos de Cuba. El aroma inconfundible de la hoja es esparcido por la brisa y una capa verde se adueña de las vegas.
–¿No se te ha ocurrido plantar un poco de tabaco?
–Sí. Antes sembré un poco, pero las tierras que tenía el viejo eran muy pocas, estaban “cansadas” y con el tiempo “se enferman”. No pude seguir cosechándolo, porque los rendimientos eran bajos. Tuve que dedicarme al plátano, la malanga.
“En las áreas nuevas tengo que crear condiciones. El tabaco es muy exigente. Vamos a ver si más adelante puedo dedicar algún pedazo a ese cultivo”.
Epílogo
Hay deseos de trabajar. Los jóvenes con quienes conversamos en el municipio de Taguasco lo demuestran. Les faltan recursos. Es difícil comprender cómo en momentos como estos, cuando la producción agropecuaria es valorada como vital para el país, ministerios como el de la Construcción y la Agricultura no pacten acuerdos, rápida y organizadamente, para que los escasos equipos pesados existentes puedan contratarse legalmente y de forma escalonada, con el fin de que los campesinos logren desmontar terrenos cundidos de marabú, a la vez que se acometan obras prioritarias.
Alguien en algún lugar me contó que muchas veces el buldócer está limpiando los límites de las carreteras y los guajiros le piden a su conductor que entren al campo para ayudarles en las atenciones culturales primarias a las áreas, pero los operarios se niegan, lo tienen prohibido.
También es preocupante la morosidad de instituciones responsables en determinar que tierras inutilizadas lleguen a manos productivas. El exceso de papeleo y las indecisiones son enemigas mortales en estos tiempos.
La hora exige de agilidad en poner los recursos en el surco. Lo único que piden hoy las mujeres y hombres del campo es lo imprescindible para hacer fructificar sus cosechas.
Las intenciones de estos seres que trabajan de sol a sol, de hacer parir la tierra con frutos que lleguen a la mesa de todos, deben estar acompañadas de estrategias inteligentes, coordinadas, que permitan usar lo poco que tenemos los cubanos en beneficio común.