¿Será de Comunales toda la responsabilidad? ¿Por qué el panorama no es (preocupantemente) el mismo en lugares perjudicados por iguales dificultades materiales?
Quizás estos apuntes solo entallen en la cintura de un puñado de ciudades, de pueblos o de asentamientos cubanos o tal vez de un solo lugar, ese donde fueron tomadas las instantáneas que grafican al texto. De cualquier modo, coincidiremos en que no debe suceder ni en un solo punto de nuestro archipiélago.
He observado entornos como el cienfueguero, el espirituano, el tunero o el de Holguín (por apenas mencionar cuatro) donde, a pesar de los pesares, la falta de combustible, escasez de piezas, insumos, accesorios, neumáticos… la higiene sigue siendo un hecho real, a pecho y a pulmón, incluso a golpe de tracción animal, con una imagen cercana a décadas atrás, cuando había más recursos, es cierto, pero también… más conciencia.
Conozco, al propio tiempo, lugares donde ahora mismo llega un ciudadano con un bolso de naylon o una caja de cartón repletos de desechos sólidos, los lanza en la base del poste telefónico o junto a un muro, y 30 minutos después ya medio centenar de personas han hecho lo mismo y allí, en la noche o al día siguiente, ya hay un microvertero.
Hablo de algo cotidiano, así como la vieja praxis del “llega y pon”, sin que parezca importarle más nada, a nadie, aunque nos afecte a todos.
Mirando tan inaceptables modales, me he preguntado varias veces que sucedería en caso contrario. Es decir, si habría igual disposición comunitaria para limpiar y embellecer el espacio que indolentes e indisciplinados han convertido en punto para el vertimiento de todo tipo de basura y hospedero de roedores, cucarachas, mosquitos, otros vectores, con la siempre dispuesta presencia de la fetidez.
No he hecho la prueba, pero con toda honestidad tengo que expresar: lo dudo. O al menos dudo que en todas partes haya una respuesta inmediata, de participación social. ¿Cierto o no, Silvio?: “lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”… o penurias para lograrlo.
Hace unas horas, caminando por el apacible bulevar espirituano, sentí deseos de estrechar en un abrazo a un joven padre que –con toda intención educativa, supongo– puso en la mano de su pequeño hijo el pedazo de papel que minutos antes envolvía a una pizza y caminaron juntos hasta un cesto público para que el niño, entonces, lo depositara allí.
Recuerdo, décadas arriba, una imagen de humildísimos trabajadores de Comunales, en Las Tunas, años 90 del pasado siglo e inicios del actual, recogiendo desechos sólidos entre luces de madrugada, sobre carretones tirados por caballos; mientras otros, a igual hora, barrían con escobas de guano las polvorientas calles de una ciudad donde el asfalto es más ciencia ficción que las películas de Spielberg.
Por ello, ni hoy ni mañana ni nunca entenderé, primero: que en ciudades como Ciego de Ávila haya que destinar palas frontales, camiones y otros pesados equipos para evacuar montañas de desechos; segundo: que haya quienes no acaben de entender que si originan tal suciedad crean excelentes condiciones para la transmisión de enfermedades que pueden hacer blanco y estrago bajo su mismo techo; y, tercero: que a falta de la persuasión y de la conciencia, no se aplique, con el rigor correspondiente, lo que establecen nuestros decretos, leyes, códigos y normas en general.