Los hijos de los otros

La infancia es el tiempo donde se dan la mano inocencia y juego, como en una danza; es la época de la felicidad despreocupada y de la fantasía. En Cuba se protege y prioriza, pero también hay niñas y niños con realidades que no se deben eludir


Eran las diez de la mañana de uno de esos días en los que quisiéramos quedarnos ajenos a todo, pero no se puede. La Calzada del Cerro vivía un reverbero de gestiones, urgencias y vendutas callejeras. La cola para el cajero automático crecía, según transcurrían los minutos, en competencia desleal con la fila de enfrente, para trámites migratorios. Cada cual se protegía del sol como podía, inmerso en quién sabe qué recónditos pensamientos.

Hurgaba con cautela en el interior de mi mochila, tratando de encontrar la tarjeta magnética, cuando aparecieron. Eran dos chiquillos de estatura baja, posiblemente de tercer o cuarto grados, en chores y chancletas, con signos de algún catarro mal cuidado.

—Señora, ¿nos puede dar algún dinero? —pidieron, como quien pregunta la hora a una desconocida.

—¿Ustedes andan solos? —atiné a decirles, todavía asombrada.

Uno respondió que sí, que andaban solos, mientras el otro señaló a un punto inexacto donde, supuestamente, estaba un tío. Un vendaval de ideas cruzó mi mente. Tantas historias populares de delincuentes que utilizan niños para entretener a sus víctimas nos traen alertas. Apreté fuerte la mochila contra mi pecho y dudé. ¿Debía darles lo que me pedían? Los chiquillos esperaban.

Saqué entonces un billete del bolsillo del pantalón y se los ofrecí. A punto estaban de iniciar la carrera, calzada arriba, cuando insistí:

—¿Y por qué no fueron a la escuela hoy?

—Porque no hubo clases.

Me quedé atónita, pensando. ¿Cómo saber dónde estaba la verdad entre lo escasamente dicho? ¿Los habría mandado un adulto o solían dedicarse a “conseguir” dinero por su propia cuenta? ¿En serio no habría clases? ¿Quién debía velar por aquellos niños en la comunidad y en la escuela pero no estaba haciendo correctamente su trabajo?

La imagen de dos pequeños alejándose calzada arriba, con su billete en la mano, me persiguió por un buen tiempo. Ya me habían contado alguna historia semejante, pero vivirlo es otra cosa. Semanas después, la realidad me daría fuerte contra el rostro.

Era domingo y había gran expectativa en las cercanías del Anfiteatro del Centro Histórico por el concierto de la Gatica Mini. A la entrada del habanero parque de La Maestranza, un par de niños bien vestidos y calzados, también pedía dinero a quienes hacían fila para adquirir los tickets. “Es para comprarnos caramelos”, decían, señalando el puesto de la vendedora ambulante, donde predominaban paquetitos coloridos de confituras. El precio menor era 40 pesos cubanos por una delgada chupetita de fresa.

Como si aún no fuese suficiente, unas semanas después, el mensaje de una colega holguinera alertaba:

“Es triste ver cómo, en Sanfield, niños de 11 años trabajan recogiendo basura. Que no es malo, por una parte, porque no están bandolereando; pero esa edad en nuestro país debe ser para estudiar y jugar. Hace poco un muchachito vino a mi casa a pedirme que le dejara botar la basura por 25 pesos. Tendría doce años, a lo sumo. Le entregué treinta pesos y se alejó feliz de la vida hacia su carretilla repleta, arrastrando las chancletas por los charcos de agua y bajo la llovizna. He visto a otros pidiendo limosna, incentivados por sus padres, en sitios como la ‘candonga’ de la terminal Las Baleares y en la carretera vía a Bayamo”.

Hace muy poco, la psicóloga Roxanne Castellanos Cabrera contó en su perfil de Facebook sobre su encuentro en la Plaza Vieja con un niño habanero “de ojos tristes” que le tendió una flor de papel, en espera de retribución económica. La profesora, quien se entrega día a día a ayudar a los infantes en el camino de conseguir la felicidad, quedó sorprendida. No imaginó entonces cuántos testimonios sobre el tema aparecerían en los comentarios a su publicación.

«Vivo aquí a solo una cuadra de esta plaza y mi corazón se estremece cuando veo esas manitas extendidas y casi siempre acompañadas de una amabilidad silenciosa», escribió una usuaria de la red social.

Otra muchacha contó: “Este fin de semana vi, en un parque infantil, a un niño sucio y descalzo que ayudaba a un adulto con el negocio de alquiler de ponis. Con su aspecto lastimero le daba vueltas en el caballito a los otros niños cuyos padres pagan por la experiencia, a sus semejantes. El contraste era perturbador. Me niego a creer que nos vamos a ir acostumbrando a estas imágenes”.

Supongo que nadie disfrute ir por la vida detectando brechas, heridas, dolores…, pero hay algunas que aparecen ante uno como un tornado, de improviso, y poniéndonos los principios de cabeza. ¿Qué hace una persona sensible si un niño le pide dinero o si le ve trabajando para ganarlo? ¿Se detiene a pensar si es justo o no que lo haga, lo paraliza la indignación por la familia y las instituciones que lo permiten? ¿Le ofrece ayuda? ¿Utiliza las vías que conoce para que alguien haga “algo”?

El asunto no es nuevo: en abril de 2017, el diario Juventud Rebelde publicó el artículo ¿Adolescentes “por la izquierda”? donde se aseguraba que existía un vínculo ilegal con el cuentapropismo de muchachos que no estudiaban ni trabajaban:

«(…) bajo la sombrilla de la flexibilización y ampliación del trabajo por cuenta propia ha proliferado la práctica de contratar de manera informal —generalmente por cortos períodos o de forma ocasional— a personas que no se registran como debe ser, y en esa práctica existe participación de adolescentes, muchos de ellos sin haber arribado a la edad laboral».

Alertaba el periodista que el fenómeno debía «atenderse a tiempo para evitar que alcance una dimensión mayor, toda vez que no solo es violatorio del Código del Trabajo, sino de los principios de la política laboral y de nuestra sociedad socialista”.

De 2017 hasta la fecha, no solo han transcurrido seis años, sino que el contexto es otro, tras la pandemia y el reordenamiento económico. Habría que cuestionarse (e investigar a fondo) qué sucede hoy con niños y adolescentes en situación de riesgo o vulnerabilidad: qué hacen, qué piensan y de qué manera implementar soluciones prácticas ajustadas a sus necesidades.

***

Uno los ve alejarse, con sus escasos años a la espalda, y se queda pensando en los hijos que esperan en casa, resguardados de la calle, de la preocupación y la “lucha diaria”. Uno recuerda la gracia con que alguna pequeña bailarina danza en el teatro para la felicidad suya y de su público, o en chicos que van a aprender inglés después de clases. Mientras, como en una realidad paralela, aquel desconocido recoge la basura en un lugar llamado Sanfiel para ganarse treinta pesos y otro hace flores de papel para cambiarlas por billetes.

Uno lo piensa y vuelve la duda: ¿en qué instante se les habrá quedado varada la infancia a la espera de que alguien les tienda la mano, de que alguien los salve? ¿Qué haremos con esa realidad que nos golpea la cara y que no debería ser menos importante porque ellos sean los hijos de los otros? 

Alguien podrá pensar que es bueno que desde pequeños aprendan a ganarse la vida trabajando, como el padre que cada tarde se lleva a su hijo a “cochear” para que les cobre a los pasajeros y se vaya entrenando, o el que limpia los patios de los vecinos o hace mandados “más o menos” inocentes. Y no, esta es la edad del juego y de la fantasía, del estudio y la ilusión de futuro, la edad que debe resguardarse de cualquier fractura, de cualquier dolor.


CRÉDITO FOTO PORTADA

Rosana Rivero Ricardo.

Comparte en redes sociales:

21 comentarios

  1. Gracias, Liudmila, por tratar -con tanta sensibilidad- un tema que «parte el alma» (al menos la mía, que desde niño adoro a los niños).

    No diré más porque lo que resta es hacer: dentro de cada hogar, fuera de él, en la cuadra o barrio, en la escuela, en cuanto espacio público haya y en cada institución, organización o estructura donde haya alguien con dos dedos de frente y al menos uno de corazón, o lo que es igual: donde quiera que haya alguien con la mínima capacidad para sentir como propios a niños como esos que refieres, con TODO, absolutamente TODO el derecho a una infancia, adolescencia y juventud felices.

    Gracias otra vez. Un abrazo, hermanita.

  2. Es tremendo lo que narras en este trabajo, difícil de creer e imaginar para un país como este… Hay infinidad de lecturas, de responsabilidades comenzando por el hogar, pasando por la escuela e inevitablemente por la comunidad esa donde todo se sabe. Por tanto es un imperativo tomar nota y que cada quien asuma el lado que le corresponde para no ir a parar a un abismo del que no nos podrá sacar nadie.
    Esos niños son el presente sí y también el FUTURO.
    Gracias Liudmila y aplausos para tí hay mucho tino, coherencia y sensibilidad en este trabajo.

  3. Excelente narrativa, hace mucho que no comento nada en páginas de Internet porque últimamente se inundan con vanalidades, pero lo cierto es que la periodista ha logrado un discurso profundamente social y necesario para todos los tiempos y todas las realidades. Hace poco más de un año que ya no vivo en nuestra isla y le puedo asegurar que el fenómeno del desinterés de los adultos por el bienestar de sus hijos está en todas partes, solo que quizá con recursos puede tomar otras connotaciones. Hace pocos días mi hija me preguntó si podía ir a la escuela con una ropa inadecuada e insinuante, con la justificación de que todos los jóvenes se visten así. Y usando un poco de psicología le hice ver que existen espacios y «espacios» y cada uno lleva responsabilidades intrínsecas. Es lamentable que existan padres y madres que lleven esa condición sin conciencia. Y la preocupación debe trascender también a la responsabilidad social. Gracias otra vez por esta reflexión bien narrada.

  4. Es una triste realidad que nos atraviesa y en la que todos tenemos responsabilidad. Hay que actuar desde la familia, la escuela, la comunidad y el Estado en alianza pero determinando y revisando como cumplen la responsabilidad todos. No es posible permitir que esto suceda, dónde está la sensibilidad de esta sociedad, pues el día a día difícil, muy difícil, no justifica lo injustificable y repetimos que no hay nada más importante que un niño. Trabajadores sociales sabemos que hacer con esto y me preguntó por qué no hay trabajadores sociales en las escuelas que junto a los de la comunidad y los maestros que están para educar e instruir puedan alertar y orevenir. Qué este sensible y conmovedor artículo no caiga en saco roto. Todos podemos actuar. Graçias a la periodista, pero no es el único…..

  5. Desgarrador, lamentable; pero necesario y acertado tu artículo. Todo lo que expones, tiene que ver con los procesos por los que transita el país? No lo creo. Hay rupturas, desde la familia, hasta instituciones creadas y organizadas para velar y actuar por ellos. Ahí están; pero no funcionan. Son otra generación de niños, adolescentes y jovenes sí. La mía, la q vivió el periodo especial de los noventa, se cultivó entre carencias y valores. Ahora es más fácil, hacer lo fácil. Aflorarán muchos signos de interrogación para el que lea, interiorice y reflexione con esta excelente publicación. Es un SOS, una alerta para lo que se avecina. Gracias por tus letras, sin adornos y sin lazos. Lo comparto.

  6. Es difícil para los que nacimos y crecimos con la Revolución Cubana,aceptar estos hechos, nos criamos bajo la protección q los niños son los emperadores de nuestra sociedad. La educación cubana tiene dentro de su sistema el principio estudio-trabajo, cómo formación de las nuevas generaciones, pero esto que se narra no es formación, esto es abandono, preguntó, dónde están los factores de la comunidad, dónde están las organizaciones de masa de la sociedad, dónde está el MININT, qué está haciendo el MINED, con los estudiantes ausentistas. ¿Merecemos recoger este trigo, después de tanto haber educado?.Es tiempo de REVISARNOS bien por dentro.

  7. Se aprieta el pecjo, es inevitable, quedas sin palabras, ….una realidad demasiado dolorosa pero que no tenemos derecho a ignorar, y pregunto como accionar no solo en lo individual, si no como colectivo, como sociedad? quién lidera? Quién convoca a encontrar los por qués y a unir esfuerzos en la búsqueda de alternativas? Cómo unir con eficacia investigación y acción? No podemos acostumbrarnos o mirar con indiferencia o conformismo situaciones como estas, no en Cuba, no donde un niño es nuestro tesoro más valioso. y de ello nos enirhullecemos.

  8. Liudmila: Me conmovió y preocupó sobremanera lo que abordas en tu trabajo. Son hechos que uno presume, pero que no siente hasta que los tiene ante los ojos. Habrá quien responsabilice solo a las familias, pero no sería justo. Se trata de un problema social de mayor envergadura. Una cosa es que los adolescente aprendan un oficio junto a sus padres y otra que deban trabajar para poder sobrevivir. A los periodistas nos corresponde dar testimonio, a los funcionarios, políticos y demás decisores buscar e implementar soluciones. Desde el nivel local hasta el nacional, con la mayor URGENCIA.

    1. De acuerdo con usted, Tania. Si hurgamos, nos daremos cuenta de que el asunto no es nuevo, pero que una misma persona encuentre en menos de dos meses varios casos diferentes habla de un problema que necesita acción inmediata. Gracias por su comentario.

  9. Recuerdo, amigos de Bohemia, que hace muchos años, cuando irrumpieron en la palestra cuana los billeticos verdes, tuve vivencias igualmente desagradables en Trinidad, donde niños pedían dinero a turistas, como si tal praxis fuese cotidiana en el país, como si sus padres les encomendaran hacerlo, como si a nadie le importara. Y no puede ser. Ningún niño viene al mundo para eso. De hecho, me llega a la mismísima médula ver a un adulto, sobre todo a un anciano haciéndolo.

  10. Definitivamente es una triste realidad. No basta con que firmemos códigos y constituciones sino somos capaces de aplicar lo que queda plasmado en el papel. Al pueblo cubano ya nos cuesta creer en la buena intención, no basta con eso. Hay que llevar a cabo todo lo escrito y legislado y buscar la forma de llegar al fondo de lo que esta sucediendo. Si bien es cierto que son casos aislados también es cierto que ha ido en aumento este tipo de casos. La palabra, lo escrito y la acción deben ir juntos para que todo sea una realidad de la que podamos sentirnos orgullosos como país. Excelente artículo.

  11. Hola. Excelente articulo. No he visto de cerca el caso de los niños pidiendo dinero pero sí adolescentes trabajando cursando el pre-universitario para ayudar a su mamá que vive sola, lo que obviamente les quita tiempo para dedicarle al estudio. Vayamos a las casas donde viven y veremos a madres solas, niños o adolescentes viviendo con abuelos que ni a la escuela pueden ir, ancianos que apenas tienen para comer y hablo de personas que trabajaron toda su vida. Si se hace un pesquizaje entre los ancianos hoy, estoy segura que el nivel de desnutrición será bien alto. Es muy fuerte la situación que se vive, y como bien la periodista expresa, involucra a muchos factores. Gracias por mostrar la realidad por dura que parezca. Saludos!!

  12. Tengo 71 años, he tenido la suerte de viajar bastante, por trabajo y visitando familiares y he visto muchas escenas como esa. Una vez , en Argentina, iba en un bus y subió una niña de a lo sumo 7 años, preciosa pero desarreglada y falta de higiene, me dió una estampita de una virgencita, que aún guardo y me pidió dinero. Le dije a mi amiga argentina: » eso no pasa en Cuba». No pensé nunca que pasaría. Cómo mo no llorar ante estás historias. Qué nos ha pasado???

  13. Me parece tu relato muy interesante y muy valiente al exponer una situación que ha ido creciendo ante nuestros ojos .Estoy viviendo en un país donde esas imágenes que narras son parte del día a día , lógicamente es un panorama que me cuesta mucho normalizar . Desgraciadamente no bastan las instituciones , las leyes , la escuela y la familia , creo que el análisis es más profundo . De nada vale que pensemos y comparemos con lo que vivimos durante el periodo especial , es otro contexto y otra realidad . Hay muchas carencias , desigualdades sociales y pérdida de valores . Es una triste realidad .

  14. De niño trabajé ayudando a mi abuelo en el pedazo de tierra que tenía la familia, o en la cría de animales; en algún desyerbando caña con un tío que algo me daba por esa «ayuda», ambos excelentes personas muy queridos por mi y a los que agradezco por sus enseñanzas.
    En mi opinión eso forma parte del necesario aprendizaje.
    Otra arista del asunto es cuando la propia familia les obliga a trabajar y los aleja de la escuela, o les permite pedir limosnas. El estado tiene estructuras para enfrentar esto y desafortunadamente no funcionan, en algunos lugares como se debiera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos