Para que la Historia llegue al corazón

María de las Nieves Galá

Fue mi abuelo Hermenegildo León mi primer maestro de Historia. No tuvo intención, lo hizo por su pertinaz obsesión de narrar leyendas, para lo cual tenía un don excepcional, sin haber llegado a un tercer grado. Muchos de sus cuentos tenían el barniz de su prolífera imaginación y desde un principio captaban la atención de los oyentes.

Yo no levantaba dos cuartas del piso, cuando ya me sentaba a escucharlo. Disputaba con mis hermanos el pequeño taburete que había en el portal de la casa de los abuelos maternos para estar bien cerca de Merejo. A través de él conocí de las luchas de los mambises, descubrí a Antonio Maceo, admiré la valentía del Titán de Bronce, sus combates e intransigencia; escuché hablar de Antonio Guiteras y de Jesús Menéndez, en especial de este último, porque defendió las causas de los trabajadores azucareros y abuelo trabajó siempre en el otrora central Andorra (después llamado Abraham Lincoln, en Artemisa).

Cuando entré a la escuela primaria, en mi natal Pijirigua, ya había bebido algunas lecciones del pasado que nos alimenta, sin aún saber leer. Fue una suerte tener a Merejo y, luego, a varios maestros imprescindibles en mi formación patriótica: Gloria, Maribel, Xiomara, Alicia… algunos no impartían precisamente la asignatura de Historia, pero llevaban pasajes de esa ciencia a sus clases de Geografía y Español.

Precisamente, en el binomio familia-escuela está el puente principal para que las nuevas generaciones amen y conozcan sus raíces. En junio de 2020, el sitio digital Cubahora lanzó a los cibernautas la interrogante: ¿Por qué es importante la enseñanza de la historia de Cuba? Las respuestas fueron bien elocuentes.

“Entre otras cosas, nos dice de dónde venimos y hacia dónde vamos; nos da una razón por lo cual luchar y resistir; la historia se convierte en lecciones; y sobre todas las cosas, nos dice el rumbo a seguir como patriota”, dijo uno. “Conocerla te ayuda a que se te hinche el pecho de orgullo de ser cubano, a que medites lo que fueron capaces de hacer gente tan joven por su país y su independencia”, agregó otra persona.

Hace un año, durante un encuentro con profesores de la Universidad de Ciencias Pedagógica Enrique José Varona, el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez reconoció la importancia de esa ciencia social para la defensa y el compromiso revolucionario. Entonces el mandatario expresó: “Si no logramos que los jóvenes aprendan la Historia, la sientan, la dominen, sepan encontrar respuestas a los problemas que estamos viviendo, no vamos a lograr la defensa del país ni de la Revolución”.

A todos nos toca una parte de esa responsabilidad. Para el profesor Horacio Díaz-Pendás si “la enseñanza de la Historia no educa en el razonamiento, en el ejercicio del pensar, no rebasará el papel de crónica descriptiva y estará muy limitada para cumplir con plenitud su función de orientación ciudadana”.

Según refirió en el trabajo periodístico Jóvenes cubanos en 3D, publicado en la revista BOHEMIA en junio de 2010, una de las importantes misiones de la docencia y de la divulgación es enseñar a explicarse lo acontecido. “Historia pensada es, ante todo, saber explicarse, saber formularse el porqué de las cosas y seguir encontrando y formulándose nuevas interrogantes. A no dudarlo, el ejercicio del pensar histórico hay que sembrarlo desde las aulas de la escuela primaria”, agregó.

Las explicaciones, valoraciones, análisis e interpretaciones de los hechos y sucesos son vitales en esta formación del pensamiento histórico. Al decir del desaparecido escritor e investigador Cintio Vitier, en el artículo Una campaña de espiritualidad y conciencia: “ha de ser, pues, nuestra propia historia, ya que no constituye un pasado inmóvil, sino que seguimos haciéndola cada día, un agente cada vez más vivo y real en la formación de las nuevas generaciones. Y cuando decimos historia no queremos decir sólo fechas, nombres y sucesos.

“Queremos decir búsqueda de un sentido, que es precisamente lo que hoy se intenta negar a la historia, cuando no clausurar sus puertas para que nadie siga haciéndola. Y es por eso que hoy más que nunca tenemos que dirigir los ojos hacia ese horizonte llamado José Martí, hacia el hombre que más de cerca y más de lejos nos acompaña, y propiciar su encuentro, su diálogo con nuestros niños, adolescentes y jóvenes dentro de un estilo pedagógico como el que él elogió y practicó: libre, conversacional, gustoso.

“Esta especie de nueva alfabetización ética, patriótica, y, desde luego, política, es sumamente delicada, no sólo porque tiene que enfrentarse a corrientes mundiales de las que no podemos sustraernos y porque la realidad inmediata no suele estimularla, sino además porque de lo que se trata es de ganar intimidades, sensibilidades, conciencias, almas”.

Ganar corazones es la meta y solo será posible contando bien la Historia. Mirar el pasado, analizarlo, conocerlo y apropiarse de sus enseñanzas es un acto divino para cualquier cubano.

Es cierto que no todas las niñas y los niños, y jóvenes en general, tendrán la suerte de tener al lado a un abuelo como Merejo, pero siempre habrá cerca un familiar, ya sea madre, padre, abuelo o amigo que regale saberes; un Maestro, un libro que los ilumine; solo hay que abrirle el corazón.

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