Foto./ Leyva Benítez.
Foto./ Leyva Benítez.

“Pienso la música en imágenes renovadas”

Valoraciones sobre y del maestro Frank Fernández, un referente indispensable para jóvenes y consagrados artistas en los ámbitos nacional e internacional


Él y su piano construyen un relato devenido aventura humana. En esa relación emerge lo vivencial del insomne deudor de experiencias latentes en el alma y en la conciencia. Degusta el arte al recrear hechos creativos. Hombre culto, sensible, perseverante; nutre las culturas cubana y universal. Durante 65 años de los 80 que festejará este 16 de marzo se ha entregado al amplio universo de las músicas sin compartimentos o fronteras. Para él, rememorar y descubrir lo nuevo jamás es fatigoso o monótono, pues dialoga con el instrumento y descubre cauces creativos. Temperamento, rigor académico, entre otras cualidades, lideran en la personalidad del maestro Frank Fernández (Mayarí, 1944), pianista, compositor, orquestador y productor musical. De manera fluida habla sobre estudios, investigaciones, conocimientos; la búsqueda de motivos primigenios en sugerentes panoramas sonoros y rítmicos. Informaciones auditivas aprehendidas mediante disciplina e inteligencia, “amplían la capacidad de integrar mundos distintos”. Reverencia a maestros “que constituyen un baluarte en mi profesión”.

Con voz cálida arropa palabras y prodiga emociones. Antes de hacer confesiones, “lo nunca dicho tal vez”, vuelve a pasiones entrañables. “El pueblo donde nací, la influencia de mi madre, Altagracia Tamayo, la terrible ausencia de su muerte prematura, continúan vitales en mi conciencia. A ella le rindo homenaje, me puso las manos en el piano a los cuatro años y a los seis sufrí el silencio de la pérdida física. Nunca disfruto el elogio inspirado por el amor de madre. El piano conoce mis secretos, pero no domino los suyos. Nunca la técnica puede estar separada de la espiritualidad. Agradezco las enseñanzas de la profesora Margot Rojas, alumna de Alexander Lambert, discípula a su vez de Franz Liszt; del gran pianista y pedagogo Emérito Víctor Merzhanov, en el Conservatorio Tchaikovski de Moscú”. Otros pilares enriquecieron su formación, Manuel Saumell, Ignacio Cervantes, Ernesto Lecuona; los vínculos al indagar en lo culto, lo popular en Cuba y América Latina. Recibió premios en concursos nacionales e internacionales, galardones, distinciones por la maestría artística y pedagógica, la Distinción por la Cultura Nacional, la Orden Félix Varela de Primer Grado.

¿Confesiones?, indagamos. Sonríe quedo, asegura: “Pienso la música en imágenes renovadas. De esto dan fe mis composiciones para cine y televisión. Es imposible detenerme en los lenguajes particulares de La gran rebelión, Celia fuego y canto o Niños deudores. Cada uno tiene su historia tanto dramatúrgica como estética. Igual ocurre en las contribuciones personales al ballet, a cantatas, piano y coro. Enfrento la música como algo vivo, así transmito emociones surgidas en ese momento preciso e irrepetible. Suelo penetrar en la recóndita inspiración del pensamiento de clásicos imprescindibles, dialogar con Chopin o Beethoven propicia redescubrirlos”.

“Nunca toco de la misma forma, las emociones de cada momento son irrepetibles”, reconoce el maestro Frank Fernández. / Leyva Benítez.

En el estudio de grabación disfruta silencios parlantes, retoma ideas, evocaciones, hallazgos. La faceta de compositor le produce múltiples satisfacciones. “No me gusta darle propaganda”, advierte. Lo incitamos al ejercicio del retorno en provecho de sacar a la luz lo apenas dicho. “A los 22 años obtuve premios –primero y segundo lugar–, por obras corales: Vértigo de lluvias y Sueño que canta la brisa, en un certamen presidido por el maestro José Ardévol. Lo convocó el Consejo Nacional de Cultura, me satisfizo mucho, se desconocía previamente el nombre de los participantes.

“Hace más de 20 años compuse la música de la telenovela Tierra brava. Cuando voy a Holguín o Santa Clara, los públicos lo agradecen, en especial los temas de cada personaje. De la Justa, que interpretó mi querida amiga Alina Rodríguez, y el Silvestre Cañizo de Enrique Molina, ambos desaparecidos solo físicamente. Dejaron huellas en muchas obras”.

También las suyas, maestro. Olvida precisarlo, su ingenio dio vida a más de 600 piezas en filmes, discos y variados soportes.

La trova madre le corre por las venas. Savias infinitas nutren su quehacer. “Esa música es maravillosa, igual que las de Mozart y Rachmaninov. Tuve una formación atípica, en ella confluyen raíces de lo popular auténtico y lo universal. En mi formación las fronteras han sido inexistentes. A los 15 años, por razones de supervivencia económica, trabajé en la música popular, no en bares y cantinas, en el lobby bar del hotel Saint John. Eso fue en el 59, tocaba en tandas intermedias, y en otras lo hacía José Antonio Méndez con su guitarra. También acompañé a Elena Burke en el club Karachi durante meses y en algunas descargas a Pacho Alonso. Para mí, aquello se convirtió en una escuela.

“En 1972 era colaborador de la Unión de Jóvenes Comunistas, me encomendaron asesorar desde el punto de vista técnico al Movimiento de la Nueva Trova. Descubrimos grandes talentos en todo el país. Fue esencial el auspicio de la Casa de las Américas, del Icaic y el Grupo de Experimentación Sonora. Imposible olvidar que un grupo maravilloso de trovadores buscaba una canción elevada en valores músico-literarios, querían acercarse a elementos de mayor cultura y estéticas. Fortalecimos una gran amistad con Silvio, Pablo, Sara, Eduardo Ramos, Augusto Blanca, Marta Campos”.

Apenas hace una pausa. “Eso ya se conoce”, dice. Lo invitamos a seguir compartiendo esas intimidades de ningún modo tan difundidas. Explican los procesos culturales presentes en una existencia pródiga, sí, infinita.

Muestra de su obra registrada en fonogramas. / Leyva Benítez

Asiente. “Fui el productor del primer disco de la Nueva Trova, del realizado en solidaridad con Salvador Allende, de los seis primeros fonogramas de Adalberto Álvarez. Hice esos trabajos con tanto cariño, gané tantas experiencias y saberes como ellos. Todo influye al instante de tocar a Beethoven, uno de los compositores que más suerte me ha dado en el mundo. Disfrutamos la etapa de creación, nos sentimos útiles; y, de pronto, ahora, es casi como una barricada acordarse de eso en un momento de tanta colonización cultural. Debemos estar alertas. Crear, dialogar, sembrar conciencias. Debemos hacer, mostrar lo nuestro. No por ser polaco ya se es un gran intérprete de Chopin, o de Lecuona por ser cubano. Ayuda conocerse a sí mismo para hacer arte”.

Para el maestro Frank Fernández ningún tiempo es fugaz, transitorio, olvidado. Siente y expresa la cubanía. Vuelve una, otra vez, a lo recóndito, lo inmediato, ofrece su intensa pasión, la cobija y multiplica en la preparación de cada concierto. Exige dedicación, vela por grandes y pequeños detalles.

“El arte verdadero jamás se domina. Comparto la filosofía de Chaplin: ‘no somos más que aficionados, la vida no alcanza para más”’. Queda pensativo y comenta: “Es un privilegio ser artista, si eres un poco bueno, mejor. Debemos asumir nuestra responsabilidad no por la fama o tener más dinero, sino para la protección de nuestro patrimonio cultural y contribuir a la salvación del alma. Una de las cualidades más hermosas de la cultura humanista de la Revolución es el sentido de no esperar a ser demasiado ricos para repartir, sino compartir lo que se tiene. Es una filosofía reveladora de las actitudes más nobles de los revolucionarios. A los 80 años, dar más que recibir me produce gran felicidad, eso no lo cambio por nada”.

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