¡Se fue de jonrón!

Hace 43 años, Arnaldo Tamayo Méndez se convirtió en el primer cosmonauta latinoamericano y afrodescendiente en circunvolar la Tierra


“Yo soy el cubano que ha orinado más lejos, a mayor velocidad y más alto en toda nuestra historia”, dijo, en broma muy cierta, a algunos de sus compañeros el entonces teniente coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y piloto de combate de aviones “a chorro”, Arnaldo Tamayo Méndez.

El cosmonauta investigador Armando Tamayo Méndez y el comandante de la Soyuz-38, Yuri Romanenko, completaron 18 vueltas a nuestro planeta entre el 18 y el 26 septiembre de 1980. / roscosmos

El hoy general de brigada, nacido en tierras orientales cubanas, siempre persona austera, sencilla y modesta, recordaba con esa gráfica expresión los ocho días de su vuelo junto al cosmonauta soviético Yuri Romanenko, comandante de la cosmonave Soyuz-38, cuando dieron 18 vueltas a nuestro planeta entre el 18 y el 26 septiembre de 1980.

Aunque hoy parezca mentira, entonces un libelo argentino, para restarle importancia y mérito al éxito soviético-cubano de aquella fecha, puso en su primera plana un titular ofensivo, en forma de reaccionaria consigna: “Calumnia, calumnia, que algo quedará”; en vez de saludar el hecho de que Tamayo Méndez se convertía en el primer latinoamericano –y también el primer afrodescendiente– en volar al cosmos. El órgano de prensa de la ultraderecha sudamericana pretendió deslucir el logro, diciendo que el primer Estado socialista del mundo le daba “un simple paseo al militar caribeño”.

Reporteros testigos

Periodistas cubanos vieron desde el cosmódromo de Baikonur, en el Asia central soviética, ese lanzamiento de una nave espacial tripulada (la séptima internacional) para el acoplamiento de la Soyuz-38, comandada por Romanenko, al complejo orbital formado por la Soyuz-37 y el laboratorio espacial Saliut-6.

La rampa de lanzamiento sostenía el cohete portador de más de 300 toneladas de peso con los dos cosmonautas en su nariz. Ensordecedor estruendo y un resplandor que cegaba, con una gigantesca combinación de humo blanco y azuloso, y de candela anaranjada, caracterizaron la partida.

Tamayo y Romanenko tomaron datos sobre 27 proyectos científicos de Cuba y de la URSS. / roscosmos

El cosmonauta Tamayo volaría como investigador y el comandante de la misión sería el más experimentado Romanenko, pues anteriormente había estado 96 días en órbita a bordo de la Saliut-6. Ambos tomarían datos sobre 27 proyectos científicos de Cuba y de la URSS en aquella riesgosa expedición ultraterrestre.

En tierra quedaría la segunda tripulación binacional que también, durante más de dos años en la Ciudad Estelar soviética, se preparó junto a sus colegas finalmente elegidos para el vuelo: el entonces capitán de la Fuerza Aérea cubana José Armando López Falcón y el oficial soviético Evgueni Jrunov. Vladimir Shatalov fue el jefe del entrenamiento.

El enviado de la agencia de noticias TASS había ido al lugar en 26 ocasiones anteriores, mas para los reporteros cubanos y otros presentes todo era el debut de un sorprendente espectáculo tecnológico de última generación.

Dos fotógrafos profesionales de nuestro patio y uno aficionado integraban el grupo en el lugar más cercano, a unos 250 o 300 metros de la compleja instalación: Rogelio Moré (de la entonces Agencia de Información Nacional, AIN, hoy ACN) y Perfecto Romero, de la revista Verde Olivo. El tercero, Reynel Jiménez, era el secretario científico de la Comisión Cubana del programa Intercosmos.

Perfecto y Reynel tenían rollos en colores y Rogelio Moré, en blanco y negro. Una gráfica de este último –tomada prácticamente bajo la candela que expulsa el cohete portador– fue la primera en llegar a Cuba como radiofoto y la que mostró al mundo la presencia cubana en el cosmos.

Gran parte de lo visto lo contó el entonces subdirector de la AIN, Víctor Pérez Galdós, y sirvió en gran medida para que el colega de Prensa Latina (PL) Gilberto Caballero Almeida (ya fallecido) escribiera entonces el libro ¡Vámonos!, publicado por la editorial Gente Nueva en 1981, del que hemos tomado los datos ahora resumidos aquí.

Desde un estudio móvil de televisión, el conocido comentarista deportivo Eddy Martin transmitía directamente para toda Cuba, vía satélite, las incidencias de tan violento despegue. En broma se le dijo a Eddy que tuviera cuidado, por la emoción del momento, en no decir: “¡Ahí va Tamayo, se eleva, se va, se va, se fue de jonrón!”, jocosa frase que empleaba para narrar los grandes cuadrangulares de la pelota nacional.

Fernando Alcorta, comentarista radial del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), desde un punto también cercano observaba y narraba para Cuba el lanzamiento; igualmente, el camarógrafo Raúl Booz, de la Sección Fílmica del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar).

Imprescindible traje

El general de ejército Raúl Castro Ruz dialogó con ambos cos-monautas algunas horas antes de iniciarse la partida hacia el espacio. / Granma

Ambos cosmonautas vestían las escafandras que dos horas y media antes se habían puesto con ayuda de sus dobles José Armando y Evgueni Jrunov. Cada una pesaba 42 kilogramos. En tres instantes diferentes del vuelo espacial los cosmonautas utilizaban esta vestimenta semirrígida que tiene incorporado un sistema de mantenimiento de vida. Esta garantiza la temperatura, presión, humedad y oxígeno necesarios: en el despegue, durante el acoplamiento y el descenso. Esa maravilla tecnológica que es la escafandra estaba diseñada por científicos, ingenieros, médicos, fisiólogos, expertos textiles, especialistas en goma, plástico, aire acondicionado, termodinámica, hidráulica y otras ramas de la ciencia y la técnica.

La delegación cubana al acontecimiento estuvo encabezada por el entonces segundo secretario del Comité Central del Partido, el general de ejército y ministro de las FAR, Raúl Castro Ruz. La integraban también periodistas cubanos que igualmente presenciaron el despegue del cohete portador: Juan Marrero, de Granma; Rosendo Gutiérrez, de Verde Olivo; y el citado Gilberto Caballero Almeida, de PL.

Aprovechamos para decir que Raúl, a los periodistas que observaron el trascendental minuto de partida de la cosmonave, les comentó como meditando en alta voz: “Estaba ahora pensando que el viaje del (yate) Granma fue también una aventura cósmica como la de Yuri Gagarin”.

El mensaje de Fidel      

“Llave de contacto” fueron los términos indicativos de que “todo está listo para partir”. Una computadora superespecial asumía la dirección de la salida: de tal modo que el error de un solo segundo implicaba siete kilómetros de desviación. “¡Qué cosa! Un aparato que no siente ni padece ni tiene nervios que se alteren, es más confiable que el hombre en ese crucial momento de tanto peligro”, expresó un veterano cosmonauta.    

A la voz de “Encendido”, los enormes brazos metálicos que sostenían al poderoso cohete portador, de casi 50 metros de altura, se abrieron y el portentoso ingenio tecnológico quedaba absolutamente libre para volar. Al hacerlo, provocó enseguida un estruendo descomunal con sus 20 millones de caballos de fuerza, como si 125 000 automóviles modernos unieran su poderío para halar hacia arriba, cuando Romanenko dijo en perfecto español: “¡Vámonos!”.

A los 120 segundos del despegue y 150 kilómetros de altura, cuatro depósitos gigantescos de combustible, ya agotados completamente, se desprendieron hacia el sitio predeterminado del desierto asiático de Kazajistán, a cien kilómetros del cosmódromo.

Fidel, junto al pueblo cubano, siguió cada detalle del vuelo conjunto. / Prensa Latina

Uno de los programas de la certera computadora anunciaba que a 120 kilómetros de nuestro planeta –165 segundos después del despegue– se desprendería la segunda parte del cohete portador. En la punta estaba la cápsula espacial, es decir, la nave donde volaban Romanenko y Tamayo. En la cola de todo el complejo coheteril comenzaba el riguroso proceso del vuelo cósmico.

Pasados 235 segundos se alcanzaba la denominada “primera velocidad cósmica”: 7.91 kilómetros por segundo; y se escapaba la Soyuz-38 de la fuerza gravitatoria de la Tierra. Ello significaba también que el jueves 18 de septiembre de 1980, a las 22.19:50, hora de Moscú, el intrépido dúo humano iniciaba su complicado y riesgoso “orbitaje” sideral.

El general de ejército dijo al Comandante en Jefe Fidel Castro por teléfono: “Te informo que a las 22.11:04 (hora de Moscú) fue lanzada la nave Soyuz-38 con Romanenko y Tamayo. Ya pasaron los momentos de mayor peligro y se encuentran en el cosmos, según lo planificado”.

Fidel comunicó emocionado: “Mi felicitación a todos los amigos soviéticos por el nuevo éxito obtenido, en nombre del Partido, del Gobierno y del pueblo cubanos”.

Indicativos secretos

El nombre en clave de los cosmonautas soviéticos que se encontraban en el laboratorio espacial Saliut-6 fue “los Dniepers”; o sea, para Leonid Popov y Valeri Riumin.  El vocablo “Zaría”, el apelativo, también en clave, del Centro de Dirección de Vuelos Espaciales, ubicado en las afueras de Moscú. Como indicativos secretos de los cosmonautas Romanenko y Tamayo se escogió “los Taimires”.

Cuatro días antes, los cubanos habían llegado a Moscú en un avión Ilushin-18, que, en poco más de cuatro horas, los llevó al sitio histórico que un día inolvidable vio partir hacia el cosmos el primer satélite artificial Sputnik, a la perrita Laika, al legendario pionero espacial Yuri Gagarin y, en 1980, al cosmonauta cubano Arnaldo Tamayo.

Curiosidades del acontecimiento

Los alimentos eran ingeridos en el vuelo en tubos plásticos, como si fueran de pasta dental. Cada vuelta a la Tierra duraba una hora y media. Al circunvolarla a más de 300 kilómetros de altura, la noche duraba solo 37 minutos y el día no pasaba de 45-47 minutos. Qué emoción ver cada nave a la misma altura sobre la esfera terrestre: la Soyuz-38 tratando de darle alcance a la Saliut-6.

Sin cosmonautas, el primer acoplamiento ocurrió el 30 de octubre de 1967: el de los satélites artificiales automáticos Kramus 186 y Kramus 188. El primer acople con pasajeros aconteció el 26 de enero de 1969.

La Soyuz-38 se acercó a unos 45 metros de su meta y redujo la velocidad de aproximación a solo 60 centímetros por segundo. La diferencia de velocidad de ambas naves se había reducido a solo 30 centímetros por segundo y cuando “chocaron”, finalmente, los tripulantes de los dos vehículos espaciales debieron haberlo sentido como el sonido de dos vagones de tren cuando se enganchan, según apuntaron viejos cosmonautas. El pacífico tope tuvo lugar al finalizar la vuelta 18 a nuestro globo terráqueo, el 19 de septiembre, a las 23 y 49 horas de Moscú.

La Saliut-6 ya se encontraba en su vuelta número 17 128. Y es bueno saber que recibir visitas, como aquella de sus colegas cubano y soviético, era una grata costumbre ya para los anfitriones, quienes acumulaban 160 días a bordo de la Saliut-6.

En mayo de 1980, el ruso Valeri Kubasov y el húngaro Bertalan Farkas habían atravesado por la misma escotilla. Un mes más tarde, los soviéticos Yuri Malishev y Vladimir Aksionov acoplaron con Riumin y Popov a bordo de la nave Soyuz-T; y en julio, Víctor Gorbatkó les tocó la puerta en compañía del cosmonauta vietnamita Phạm Tuân. Según una vieja costumbre tradicional eslava, a los visitantes lo primero que se les da en su bienvenida es pan y sal y fue así como recibieron a Romanenko y Tamayo.

Requisitos e investigaciones

Debe saberse que, según los experimentados en viajes espaciales aún vivos, para ser cosmonauta y emprender con éxito estos peligrosos y valiosos vuelos al espacio desconocido hay que tener algo así como un cerebro tipo Einstein; la preparación física de un campeón olímpico; la serenidad de un monje budista y el coraje de un revolucionario vietnamita.

Numerosas investigaciones médico-biológicas, de exploración de nuestro planeta, físico-técnicas y sicométricas, efectuaron los dos tripulantes de la Soyuz-38. Por ejemplo: la actividad eléctrica del cerebro; la función del arco del pie; los cambios hormonales por el estrés; si crecen o se encogen los viajeros cósmicos; la repercusión circulatoria de la sangre; la capacidad visual; la división celular del organismo; el crecimiento de un fermento; la reacción del sistema inmunológico; la pérdida de agua, grasa y minerales; el crecimiento de materiales de goma y de un grano de azúcar; la detección de los principales recursos naturales de Cuba, terrestres y marinos; el levantamiento fotográfico del territorio de nuestro archipiélago, y su plataforma insular.

Sorpresa en el cielo de La Habana

Sépase también que fue todo un acontecimiento emocional y humano ver, la noche del 23 de septiembre de aquel 1980, el paso del complejo orbital sobre el cielo de La Habana, entre las 19:51 y las 19:58 horas.

Fue fácil de percibir, porque la atmósfera estaba despejada tras una tarde lluviosa. Daba la impresión de ser, como informó el diario Juventud Rebelde el día 24, una pequeña nítida estrella muy alta que se desplazaba del suroeste al noroeste. El entonces locutor de la televisión cubana Pedro Ventura le leyó después a Tamayo la información transmitida por Prensa Latina acerca de esa visión de muchos habaneros.

Resulta algo curioso, además, la explicación dada por el propio piloto cosmonauta cubano ante una pregunta que siempre se les formulaba: ¿Cómo orinaban y defecaban en el cosmos? Respondió:

“Por el momento, me autoadjudico el palo periodístico que explica esta función tan natural de una persona. Pero en el espacio cósmico existe una taza sanitaria con un sistema especial de succión que conduce la orina y el excremento hasta unos dispositivos herméticos, los cuales son periódicamente liberados y lanzados al vacío espacial, donde se queman hasta desintegrarse totalmente ante la enorme fricción del espacio”.

No es menos curioso saber que, al descenso final, los dos cosmonautas fueron depositados sobre las arenas del desierto de Kazajistán “con la misma delicadeza con que una madre coloca a su infante en la cuna”, según comentaron algunos de los veteranos de los viajes al espacio sideral.

E igualmente aclararon: “Si difícil es subir, mucho más lo es bajar, pues los cosmonautas en sus naves en vuelo, al efectuar la bajada, no son ayudados por los santos, sino empujados”.

Confesiones del cosmonauta 97

Veinticinco años después de este famoso vuelo, tuvimos la dicha, la suerte y el privilegio de escuchar estas confesiones del compañero Tamayo:

Los cuatro amigos que se prepararon para emprender el vuelo cósmico conjunto. De izquierda a derecha: Yuri Romanenko y Arnaldo Tamayo Méndez, (detrás) Evgueni Jrunov y José Armando López. / Alexander Mokletsov / Sputnik

“Nuestro planeta es una gran nave que se desplaza serena por el universo y todos, en definitiva, en algún sentido, somos cosmonautas, porque viajamos en ella como sus más valiosos tripulantes. Los niños me ven como extraordinario, algo irreal, fantástico, casi de ciencia ficción. Circunvolar la Tierra a una velocidad cercana a los 30 000 kilómetros por hora, a poco más de ocho kilómetros por segundo, orbitando, sorteando astros, no es como viajar a una provincia. Me han preguntado si Romanenko o yo vimos algún OVNI (Objeto Volante No Identificado). No negamos que los haya, pero tampoco podemos probarlo. Además, nunca los vimos. A lo mejor hay vida en otros parajes del espacio, pero no la encontramos”.

Escuchamos que Tamayo aseguró no ser poeta, sin embargo, de manera muy poética también comentó: “El vacío del cosmos está lleno. Sí, repleto de incertidumbres, investigaciones, sorpresas y asombros. Sobre todo, de eso: de asombros. El espacio no es azul como se ha pensado, sino gris. La atmósfera alrededor de nuestro planeta es una increíble y descomunal cúpula de cristal. La Tierra es en verdad azul y su vegetación, carmelita, mientras que los desiertos son de color beige”.

Luego declaró: “Nuestro período orbital fue de 90 minutos. Cada media hora, una vuelta al planeta, y en ese tiempo veíamos más de diez veces la noche y el día, algo inefable, sublime, fascinante, maravilloso, como en los cuentos de hadas. Los relámpagos son rayos casi interminables que se proyectan al infinito. A 450 kilómetros de la Tierra, el vacío es absoluto y sin oxígeno, y al conectar los motores de la nave las partículas de combustible salen proyectadas luminosamente al vacío como vigorosos disparos de balas trazadoras”.

Y terminó expresando Tamayo: “Según dijera mi madre en cuanto me vio al regreso de los ocho días de vuelo cósmico, me puse más joven, pues aseguró: ‘Mi hijo, naciste’”.

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Un comentario

  1. Tuve la oportunidad de compartir con Arnaldo así de simple…persona muy alegre y jocosa!!!
    Gratos
    Recuerdos guardo
    Y aquí va uno muy picaresco y cubano
    Lo cierto es que producto de la ingravidez el
    Cosmonauta que sigue siendo pequeño de estatura….creció unos centímetros o algo así !!
    En realidad no recuerdo pero el ofreció el dato aquel día en un intercambio con los estudiantes de la
    Facultad de lenguas extranjeras…
    Quedó entre dicho por el
    Mismo que todo el cuerpo humano crece unos centímetros
    Todos reímos muchísimo
    Buen hombre siempre riendo siempre compartiendo como si fuera uno más le gusta rodearse de jóvenes de personas en general con esa humildad que lo caracteriza…venga un abrazo a ese cubano buen cubano de este amigo que espera algún día coincidir nuevamente !!!’n

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