Iris F. Rivero. (La Habana, Cuba, 1998).
Licenciada en Educación en Lenguas Extranjeras. Narradora, poeta y dramaturga. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Textos suyos aparecen en plataformas digitales nacionales y extranjeras. Miembro del colectivo ganador de la Beca Línea Abierta de la Consejería Cultural de la Embajada de España en Cuba, correspondiente a los proyectos Hilos de sangre: reescribiendo a Lorca en la Cuba contemporánea, y Áureas: poemas dramáticos de un siglo.
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Selección de poemas
Guardianas
La abuela tiene ojos que ven ciempiés sobre el mar,
lleva años sentada en el muro,
cuenta las patas de los insectos
con una aguja de coser oxidada,
una raya sobre las arrugas
mancha con sangre el salitre.
La niña estira los brazos,
intenta escarbar la piedra con las pupilas,
reza para que los ciempiés de la abuela
devuelvan a su padre a las olas.
Siembra parricida
Sobre la tumba de mi padre se mueven,
como péndulos, los ojos de Edipo.
La pupila izquierda me muestra
todos los escenarios en los que imaginé su muerte.
De niña, cuando descubrí el viento de alcohol
que orbitaba sobre el reloj de plata de mi padre,
comencé a romper los sillones de mi escenario interno,
colocaba las astillas sobre el tablón
creando úlceras, parálisis cancerígenas y sangrados de recto.
El iris derecho observa a mis hermanos
mientras segrega hiedra y maleza.
Me rio en silencio de la comunidad de campesinos
con la lengua amputada que se esfuerza
por cantar un himno en honor al general.
Tomo la mano de mi madre. Dos Antígonas
sobre un suelo fertilizado con sangre de cerdo.
Disección de lo ajeno
Para crear el olvido infecte con cloro
las uñas del amante y abra las piernas.
Deja que madre entre en el cuarto
a interrumpir la masturbación
y te arranque el vello, como si el futuro
de la saliva que los habita,
solo fuera a atraer a los sabuesos
que siguen las órdenes de los que esperan
al final de la puerta.
Pictórica de un cuerpo partido en dos
De la ejecución matemática de las pasiones
nace la cobardía de los hombres.
Una ecuación tan simple como el acto
de atar la piedra a la lanza, como la imagen rupestre
de un cazador que eyacula sobre piel de búfalo,
mientras la madre junta la tela de la bolsa
con el cabello trenzado de sus niñas.
Eso creen las matronas que estudian al ser primitivo,
las que somos más sensibles tenemos otra hipótesis:
El dios que se comió a sus hijos defecó sobre el nido
donde cuidaban a los primeros mortales,
y el tufo a mierda les acompaña desde entonces.
Aguardaban separados de las hembras para
que la mezcla de ambos llantos no crease seres innombrables.
Gracias a este ritual-separación del núcleo de la vida,
estamos tan limpias, que nuestro silencio está condenado
a no dejar pasar el ruido del amor que nace después de la guerra.
Selección de textos del poemario «El sexo en la encía»
La orilla al final del camino
Las moscas que me rodean llevan el nombre
de todos los que huyeron de mis rodillas inválidas.
He creado una danza a base de fingir que soy el espíritu
de un pez que pasó la vida entera nadando hacia la orilla,
para comprender porque la derrota no lo había dotado
de la facilidad de los humanos para encontrar la muerte.
El parto del autómata
¿Se podrá esconder el motor dentro de una pupila?
Ubicarla en el centro del corazón,
y el corazón envuelto en hierro lleno del aceite
que una vez recorrió mis piernas al imaginar estos monstruos.
Así empieza la cacería, con el deseo de engendrar para destruir