Terremotos en Turquía y Siria: Tragedia y milagros de un desastre

Fuertes sismos desataron el caos en una zona que no es ajena a estos fenómenos, agravados por latentes conflictos geopolíticos


Un perro olfatea entre los escombros de lo que quizás sea una calle. Alguien, conocedor de la ciudad, señala que son los restos de un edificio de apartamentos en Ekinci Mahallesi, un distrito de Antakya (Antioquia), provincia de Hatay, en el sur de Turquía. El equipo de Búsqueda y Rescate de la Policía (PAK), a 11 días de los sismos que sacudieron esta zona, comienza a dar señales de cansancio, y la desesperanza se apodera de sus corazones con la disminución de las posibilidades de encontrar otros sobrevivientes.

De pronto el perro comienza a ladrar y una jauría de hombres y mujeres se lanza sobre los escombros, rompiéndose las manos contra restos de acero y concreto. Abajo, Osman Halebiye, que todavía no sabe que va a ser rescatado, tiene frío, hambre y miedo. Luego se sabrá que tiene 12 años, que es “imposible” que esté vivo, que proviene de una familia de emigrantes sirios y que semiconsciente aportará datos a los rescatadores que contribuirán a salvar otras vidas. Ahora solo hay tiempo para alzarlo, como si fuera un trofeo, el triunfo de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el miedo; y llevarlo al hospital más cercano, donde los médicos se esforzarán para que las 260 horas que resistió no sean en vano y para que los rescatistas piensen en él cuando pierdan la fe.

Los sismos de más de siete grados en la escala de Richter que azotaron a Turquía y Siria el 6 de febrero y las más de cuatro mil 300 réplicas que le han sucedido acabaron con la vida de más de 40 mil personas. Osman Halebiye, no fue uno de ellos.

Un minuto en el infierno

Los turcos la llaman Antakya, pero muchos la conocen por su antiguo nombre: Antioquía. Fue fundada en el año 300 antes de nuestra era por un general de Alejandro Magno y estuvo, sucesivamente, bajo dominio griego, romano, bizantino, persa, árabe, otomano y francés, hasta que en 1939 volvió a la soberanía de Turquía. La milenaria ciudad flota en el encuentro, misterioso y profundo, de tres placas tectónicas, que cuando se estremecen desatan fuerzas descomunales y arrasadoras. Arriba, en la superficie, los hombres y mujeres han levantado cruces, cúpulas y templos, para aplacar la ira sobrenatural; pero ahora yacen en el suelo lo mismo la aguja de la cúpula de la mezquita de Habib-i Neccar, la primera y más antigua de Turquía, que la cruz blanca de una iglesia ortodoxa griega fundada en el siglo XIV.

Las imágenes de esta ciudad son similares a otras de las provincias del sureste de Turquía y el noroeste de Siria, en un área que sobrepasa los 100 mil kilómetros cuadrados. El primer seísmo se produjo poco después de las cuatro de la mañana del 6 de febrero, con una magnitud de 7,8 grados en la escala de Richter, con epicentro en la ciudad de Gaziantep. El terremoto duró apenas un minuto y pocos segundos, pero fue suficientes para desatar un infierno. Menos de 12 horas después se produjo otro, de magnitud 7,7, localizado en el distrito de Pazarcik, en la provincia turca de Kahramanmaras. Desde entonces se registraron, hasta el 20 de febrero último, cuatro mil 734 réplicas; la más fuerte de ellas, de 5,1 grados, en la provincia de Hatay.

El ministro de Salud turco, Fahrettin Koca, anima al joven de 12 años rescatado en Hatay. / Anadolu Agency

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, la ha llamado una de las mayores catástrofes de la historia moderna del país. El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, convocó a la comunidad internacional para viabilizar la ayuda humanitaria a la zona. La Organización Mundial de la Salud lo calificó como el peor desastre natural de la región en el último siglo, registrando más de 40 mil víctimas mortales y cientos de miles lesionados, todavía de forma preliminar. El costo económico de la catástrofe podría ascender a más de 84 mil millones de dólares, solo en Turquía.

Ciencia y geopolítica de un desastre

A juicio de especialistas, el impacto no tiene precedentes y hasta cierto punto puede calificarse de sorprendente. ¿Por qué?

En primer lugar, fueron sismos con epicentro terrestre atípicamente fuertes. Generalmente los terremotos de estas magnitudes en la escala Richter ocurren en las profundidades del océano. Una investigación del Centro Alemán de Investigación de Geociencias, que monitorea la zona desde la década de 1980, concluyó que, en el área, donde existen varias microplacas tectónicas, se han acumulado tensiones que eventualmente superarían la resistencia de la roca y se moverían abruptamente en segundos por un desplazamiento de varios metros, por lo que era inminente un temblor de gran magnitud. El desastre se produjo durante el invierno, cuando ocurren nevadas y lluvias en una zona predominante montañosa. Esta situación favoreció el derrumbe de las edificaciones, complejizó la llegada de rescatistas y sus labores en la búsqueda de víctimas, quienes además estuvieron expuestas a temperaturas muy frías, que redujeron la ventana de sobrevivencia.

Rescatistas trabajan en el lugar de un edificio de lujo destruido en Antakya. / Reuters

A esas vulnerabilidades naturales se une el hecho de que muchas de las ciudades que colapsaron contaban con edificaciones que, por su antigüedad, no cumplían con los reglamentos urbanos para soportar las sacudidas de este fenómeno natural. En ello influye, además, el rigor en el cumplimiento de las regulaciones. Muchos ciudadanos han denunciado que edificios modernos y caros se derrumbaron completamente, a lo que respondió el gobierno con la apertura de varias investigaciones para detectar irregularidades y posibles casos de corrupción o incompetencia. El propio presidente turco reconoció errores en el manejo del desastre en las primeras horas, pero argumentó que luego todo se ha viabilizado, a pesar de que se trata de un suceso de tal magnitud que nadie podía preverlo.

En un año de elecciones parlamentarias y presidenciales en Turquía y una guerra civil que todavía no cesa en Siria, es inevitable que la política sea una mediación en el enfrentamiento del desastre. Ciudadanía y opositores turcos critican la morosidad gubernamental en el apoyo a provincias donde la población es de origen kurdo o son emigrantes sirios. El gobierno ha respondido con un llamado a la concertación nacional y evitar sacar réditos políticos de la situación.

En Siria los edificios primero fueron destruidos durante los combates entre fuerzas gubernamentales y rebeldes y cuando se reconstruyeron no siempre se tuvieron en cuenta los protocolos para soportar terremotos.

La ayuda al pueblo sirio se ha visto demorada por las sanciones de Estados Unidos, recrudecidas durante el mandato de Donald Trump, cuya Ley César sanciona a terceros países que intenten tener contactos con el gobierno de Damasco.  Ante la presión internacional, el presidente estadounidense, Joe Biden, suavizó por seis meses las sanciones contra Siria, gesto que fue imitado por Reino Unido días después. A pesar de ello, Washington mantiene su negativa a coordinarse con el gobierno sirio y prefiere canalizar la ayuda a través de organizaciones como los Cascos Blancos, frecuentemente denunciados por sus acciones para blanquear la imagen de los controladores yihadistas del norte de Siria.

Siria ya tenía el 70 por ciento de su infraestructura destruida, tras más de una década de conflicto armado. / AFP

No obstante, el apoyo se ha hecho sentir, fundamentalmente de naciones árabes, que han pausado contradicciones (como las que existen entre chiitas y sunitas) para coordinar la entrega de insumos médicos, alimentos, casas de campaña y personal especializado. La solidaridad proporcionada por estos países puede ser un importante punto de partida para mejorar las relaciones entre todos los países árabes de la región, a la luz de las divisiones existentes.

El polvo y el tiempo

Turcos y sirios, sean rescatistas o no, deambulan por calles llenas de escombros con la esperanza de protagonizar otros rescates milagrosos, similares al de Osman Halebiye, pero el tiempo se acaba. Periodistas reportan haber recibido mensajes de voz de personas atrapadas bajo los escombros, lo que enciende las alarmas y concentra los esfuerzos en determinados lugares. Sin embargo, a más de 15 días del desastre y ante las condiciones del tiempo, las autoridades optan por disminuir las acciones de búsqueda para concentrarse en la reconstrucción.

Cuando de los escombros solo queden monumentos y de los muertos las lápidas frías con flores, en una de las zonas más antiguas de la civilización humana florecerán otra vez los pueblos y perdurarán los conflictos entre ellos hasta que otra vez la naturaleza se encargue de empequeñecerlos.

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